Denis Fortin

Enciclopedia de Elena G. de White


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Cruz revela la inmutabilidad de la Ley de Dios. [...] La muerte de Cristo justificó las demandas de la Ley” (TI 2:181). En El Deseado de todas las gentes, Elena de White afirmó que la muerte de Cristo reivindicó el carácter, la Ley y el gobierno de Dios ante las acusaciones de Satanás. Ella escribió: “Al principio de la Gran Controversia, Satanás había declarado que la Ley de Dios no podía ser obedecida” (DTG 709); pero, “por medio de su vida y su muerte, Cristo demostró que la justicia de Dios no destruyó su misericordia, sino que el pecado podía ser perdonado, y que la Ley es justa y puede ser obedecida perfectamente. Las acusaciones de Satanás fueron refutadas. Dios había dado al hombre evidencia inequívoca de su amor” (ibíd. 711).

      Desde la época de la iglesia primitiva, la teoría clásica de la expiación mantiene que el Calvario fue la señal de la victoria suprema de Cristo sobre los poderes del mal y sobre Satanás. Esta opinión también la sostenía Elena de White. En la Cruz, “Satanás estaba entonces derrotado. Sabía que su reino estaba perdido” (TI 2:191). Ella dedicó a este tema un capítulo completo de El Deseado de todas las gentes. En ese capítulo, afirmó inequívocamente que la muerte de Cristo en la cruz era el medio señalado por Dios para ganar la victoria sobre las fuerzas del mal y Satanás. “Cristo no entregó su vida hasta que hubo cumplido la obra que había venido a hacer y, con su último aliento, exclamó: ‘Consumado es’. La batalla había sido ganada. [...] Todo el cielo se asoció al triunfo de Cristo. Satanás, derrotado” (DTG 706).

      Para Elena de White, la muerte de Cristo también era una muerte sacrificial sustitutiva; Cristo sufrió nuestra pena por los pecados, murió nuestra muerte y llevó nuestros pecados. “Cristo consintió en morir en lugar del pecador, a fin de que el hombre, mediante una vida de obediencia, pudiese escapar a la penalidad de la Ley de Dios” (TI 2:181). En el Calvario, “el glorioso Redentor del mundo perdido sufría la penalidad que merecía la transgresión de la Ley del Padre” (ibíd. 188); “pesaban sobre él los pecados del mundo. Sufría en lugar del hombre, como transgresor de la Ley de su Padre” (ibíd. 183). Comentando sobre el sacrificio presentado por Abel, ella escribió, en Patriarcas y profetas: “En la sangre derramada [Abel] contempló el sacrificio futuro, a Cristo muriendo en la cruz del Calvario; y al confiar en la expiación que iba a realizarse allí, obtuvo testimonio de que era justo, y de que su ofrenda era aceptada” (PP 60). Pero, quizás la declaración más clara de Elena de White sea esta, que escribió en 1901: “Él [el Padre] plantó la cruz entre el cielo y la tierra y, cuando el Padre contempló el sacrificio de su hijo, se inclinó en reconocimiento de su perfección. Él dijo: ‘Es suficiente. La expiación está completa’ ” (RH, 24/9/1901). Elena de White creía que, en la Cruz, Cristo era tanto el sacrificio como el sacerdote, y así podía ministrar un sacrificio de expiación en el altar del Calvario. “Así como el sumo sacerdote dejaba de lado sus mantos hermosos, pontificios, y oficiaba con el vestido de lino blanco de un sacerdote común, Cristo se vació a sí mismo y tomó forma de un siervo y ofreció el sacrificio: él mismo era el sacerdote y la víctima” (RH, 7/9/1897).

      Elena de White argumentaba también que la muerte sacrificial sustitutiva de Cristo es el medio por el cual los pecadores pueden ser justificados por fe. Su declaración clásica en El Deseado de todas las gentes es clara: “Cristo fue tratado como nosotros merecemos, para que nosotros pudiésemos ser tratados como él merece. Fue condenado por causa de nuestros pecados, en los que no había participado, con el fin de que nosotros pudiésemos ser justificados por medio de su justicia, en la cual no habíamos participado. El sufrió la muerte que era nuestra, para que pudiésemos recibir la vida que era suya. ‘Gracias a sus heridas fuimos sanados’ ” (DTG 17; ver TI 8:221 como una variante de este pasaje importante).

      Un aspecto final de la expiación, y quizás uno de los primeros en ser rechazados en nuestro mundo moderno, es la comprensión de que Cristo murió para propiciar la ira justa de Dios hacia el pecado y los pecadores. Nuestras sensibilidades modernas no se sienten cómodas con la idea de que Dios exija que alguien, su Hijo, muera en nuestro lugar para apaciguar su ira. Sin embargo, el apóstol Pablo escribió sobre el sacrificio de Cristo como propiciación por nuestros pecados ante la vista de la ira de Dios y del juicio a los pecadores (Rom. 1:18; 3:24, 25; 5:9). Elena de White apoya claramente que Cristo llevó por nosotros y en nuestro lugar el juicio iracundo de Dios hacia los pecadores. “Si los mortales hubiesen podido ver el pesar y asombro de la hueste angélica al contemplar, en silencioso dolor, cómo el Padre separaba sus rayos de luz, su amor y gloria del amado Hijo de su seno, comprenderían mejor cuán ofensivo es el pecado a la vista de Dios. La espada de la justicia iba a ser desenvainada contra su amado Hijo” (TI 2:186). En El Deseado de todas las gentes, ella aclaró más su comprensión de cómo llevó Jesús la ira de Dios en la Cruz: “Mediante Jesús, la misericordia de Dios fue manifestada a los hombres; pero la misericordia no pone a un lado la justicia. La ley revela los atributos del carácter de Dios, y no podía cambiarse una jota o una tilde de ella para ponerla al nivel del hombre en su condición caída. Dios no cambió su ley, pero se sacrificó, en Cristo, por la redención del hombre. ‘Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo’ ” (p. 710). En la comprensión de Elena de White de este concepto de propiciación, no hay dicotomía o abismo irreconciliable entre el amor de Dios y su justicia. Ella no cree que, en la Cruz, Jesús estaba intentando influir en Dios para que amara a la humanidad. Más bien, él era un Dios autorrenunciante que se sacrificaba a sí mismo para redimir a la humanidad perdida. “Pero este gran sacrificio no fue hecho con el fin de crear amor por el hombre en el corazón del Padre, ni para predisponerlo a salvar. ¡No, no! ‘De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito’. No es que el Padre nos ame por causa de la gran propiciación, sino que proveyó la propiciación porque nos ama” (CC 11).

      Elena de White afirmó la importancia y la centralidad del Calvario en su teología de la expiación por estas declaraciones que abarcan sus muchos años de ministerio. Ella declaró inequívocamente que la expiación fue lograda en la Cruz. La muerte de Cristo en la cruz demostró el amor de Dios por la humanidad e influyó en la conducta moral de la humanidad; reivindicó el carácter, la ley y el gobierno de Dios; triunfó sobre los poderes del mal y de Satanás; fue el sustituto sacrificial designado para redimir a la humanidad del pecado y otorgar justificación por la fe; y propició la ira de Dios contra el pecado.

      Como muchos de sus contemporáneos, Elena de White temía que una visión deficiente de la expiación conduciría al antinomianismo y a la inmoralidad. Sin embargo, ella enfatizaba el impacto que tienen, en la vida de uno, los sufrimientos de Cristo desde su encarnación hasta el Gólgota como el antídoto para estos problemas. Una verdadera comprensión de la Cruz y del carácter de Dios conducirá a uno a darse cuenta de que la ley de Dios no podía ser abrogada o abolida en la Cruz; de hecho, fue debido a que la ley de Dios no puede ser cambiada que Cristo tuvo que morir. Ella creía que un retrato exacto de los sufrimientos y de la muerte de Cristo por los pecadores también influiría en uno para volverse a Dios en arrepentimiento y transformar la vida del pecador arrepentido.

      Sin embargo, debemos ser cautos de dar la impresión de que las opiniones de Elena de White sobre la expiación solo incluían referencias a la Cruz. Su comprensión de la expiación se centraba en la Cruz, por cierto, pero también incluía la comprensión bíblica del ministerio intercesor de Cristo en el cielo. Unos pocos ejemplos ilustrarán su pensamiento. “La intercesión de Cristo en beneficio del hombre en el Santuario celestial es tan esencial para el plan de la salvación como lo fue su muerte en la cruz. Por medio de su muerte dio inicio a esa obra para cuya conclusión ascendió al cielo después de su resurrección” (CS 543). Siguiendo este mismo pensamiento, ella escribió, en 1893: “Jesús es nuestro gran Sumo Sacerdote en el cielo. ¿Y qué está haciendo? Está intercediendo y está haciendo expiación por su pueblo que cree en él” (RH, 22/8/1893). Declaraciones como estas indican que su comprensión de la expiación también incluía el ministerio de Cristo en el cielo.

      Un análisis de los escritos de Elena de White revela que ella usaba la palabra “expiación” de tres formas diferentes, desde un significado específico, concentrado, hasta uno amplio. En varios casos, se usa la palabra para describir el Calvario como una