de más conversiones al cristianismo, especialmente desde el deísmo, que todo otro hombre que vive ahora en estos lugares”, relató el artículo del Lynn Record. “Él leyó a Voltaire, a [David] Hume, a [Thomas] Paine, a Ethan Allen; se familiarizó con los argumentos de los deístas y sabe cómo refutarlos”.777
Es cierto que el millerismo construyó sobre el espíritu evangélico estadounidense, pietista y evangelista de la primera mitad del siglo XIX; sin embargo, a los fines prácticos, el millerismo llegó a ser un movimiento contradeísta que rechazaba abiertamente las suposiciones filosóficas clave de la Ilustración, es decir, que Dios no se revela por medio de la historia y en la Escritura, y que la Biblia no es confiable como registro histórico y auténtico de la obra redentora de Dios. Aunque Elena de White nunca fue deísta, su cosmovisión, su abordaje de la Escritura y del mundo natural, y el uso de la razón para lograr el conocimiento personal de la voluntad de Dios están enmarcados claramente en el contexto del deísmo y en la reacción a este. La experiencia de William Miller con el deísmo, junto con el consiguiente nacimiento del movimiento adventista, afianzó la experiencia de muchos pioneros adventistas del séptimo día, incluyendo Elena de White.
Aunque Miller y sus colegas entendían las limitaciones del uso de la razón sola para alcanzar la verdad y el conocimiento objetivos, no obstante, continuaron apreciando un abordaje lógico y racional de las Escrituras. Miller popularizó una lista de reglas de interpretación bíblica que apuntaban a contrarrestar las suposiciones deístas; sin embargo, sus reglas son altamente racionales y lógicas.778 Él creía en la objetividad de la revelación de Dios en la Escritura; que el texto de la Escritura es inspirado por Dios y, por lo tanto, es una revelación confiable de su voluntad; que se puede entender la Escritura simplemente prestando atención al significado literal y obvio de las palabras; y que, por medio de las profecías, Dios predice el futuro de la humanidad en lo que se relaciona con el plan de salvación.
Las reglas de interpretación de Miller tuvieron un fuerte impacto en la hermenéutica adventista y fueron defendidas por los pioneros adventistas del séptimo día.779 La defensa de Elena de White de las reglas de interpretación de Miller apareció en un artículo de la Review and Herald en 1884:
“Los que están involucrados en proclamar el mensaje del tercer ángel están escudriñando las Escrituras con el mismo plan que Padre Miller adoptó. En el librito titulado ‘Opiniones de las profecías y de la cronología profética’, Padre Miller da las siguientes reglas simples, pero inteligentes e importantes, para estudiar la Biblia e interpretarla: ‘(1) Cada palabra debe tener una adecuada relación con el tema presentado en la Biblia. (2) Toda la Escritura es necesaria, y se la puede entender mediante la aplicación y el estudio diligentes. (3) Nada revelado en la Escritura puede estar oculto, o les será escondido, a los que piden con fe sin vacilar. (4) Para entender la doctrina, debe reunir todos los versículos sobre el tema que desea conocer y, después, dejar que cada palabra manifieste su influencia adecuada; si puede formar su teoría sin una contradicción, no se puede estar equivocado. (5) La Escritura debe ser su propio expositor, ya que es una regla en sí misma. Si dependo de un maestro para que me la explique –y él tuviera que adivinar su significado, o deseara que cierta explicación fuese cierta debido a su credo sectario, o quisiera ser considerado sabio–, entonces su conjetura, deseo, credo o sabiduría sería mi regla, y no la Biblia.
“Lo citado es una porción de estas reglas y, en nuestro estudio de la Biblia, haremos bien en seguir estos principios expuestos” (RH, 25/11/1884), fue su conclusión.
Elena de White también enfatizaba la “[necesidad de] retornar al gran principio protestante: la Biblia, y únicamente la Biblia, como regla de fe y deber” (CS 217). Ella creía en aceptar toda la Escritura como fuente de creencias, y rehusaba buscar un canon dentro del canon, o considerar algunas porciones de la Biblia como menos inspiradas y, por lo tanto, con menos autoridad que otras (Ed 190). Para ella, la razón humana sola no puede encontrar su camino a Dios, pero puede entender la revelación de Dios en la Escritura y debe someterse a su enseñanza.
Como es lógico, al igual que Miller y otros pioneros del adventismo primitivo, Elena de White tenía la razón en alta estima y le daba un rol importante en la vida cristiana. Ella escribió que la capacidad de razonar es uno de los “grandes talentos magistrales” confiados por Dios a la humanidad (MI 3:299). Como parte del regalo de Dios en la Creación, la mente, junto con las otras facultades humanas, refleja la imagen de Dios y es capaz de “comprender las cosas divinas” (PP 26). Ella creía que Dios desea que ejercitemos nuestro poder de razonamiento al máximo, y que un estudio fiel de la Biblia “fortalecerá y elevará el intelecto como ningún otro estudio puede hacerlo” (TI 5:658; cf. CC 94, 95). La razón humana, guiada por la influencia del Espíritu Santo, puede entender la voluntad de Dios como está revelada en la Escritura.
Pero, además de su llamado al más alto desarrollo y uso de la mente humana, Elena de White también señaló las limitaciones de la mente. Ella argumentaba que no se debe deificar la razón humana pensando que puede obtener todo el conocimiento; también está sujeta a las debilidades y flaquezas de la humanidad y, por lo tanto, es incapaz de comprender todos los misterios (TI 5:658). El pecado trajo degeneración a todas las partes de la naturaleza humana y la práctica del pecado también pervirtió la mente. Debido a la debilidad de la mente humana, la razón sola no puede entender muchas cosas sobre Dios. Elena de White escribió, en 1896: “Hay muchas cosas que el intelecto más fuerte nunca puede resolver o que la mente más penetrante nunca puede discernir. La filosofía no puede determinar los caminos y las obras de Dios; la mente humana no puede medir lo infinito” (RH, 29/12/1896). Así, todas las facultades humanas, incluida la razón, deben ser puestas bajo la influencia del Espíritu de Dios (ST, 5/11/1894, 28/5/1896).
Entonces, para Elena de White, la razón no es el fundamento absoluto de la verdad y del conocimiento, como lo es para el deísmo y el racionalismo, ni puede encontrar la verdad sobre Dios por su propia cuenta. La Escritura es la única salvaguardia que los cristianos tienen “contra las influencias de los falsos maestros y el poder engañoso de los espíritus de las tinieblas” (CS 651); y la Escritura debe ser la “regla fija de todas las doctrinas y base de todas las reformas” (ibíd. 653).
Tanto en William Miller como en Elena de White, vemos ejemplos de lo que los eruditos llamaron el abordaje que “la escuela escocesa del realismo del sentido común” hace de la religión, presentado por primera vez en los Estados Unidos en el siglo XVIII por profesores del Colegio Princeton (ahora Universidad) en Nueva Jersey. Muy prominente en la vida religiosa del siglo XIX, esta escuela de pensamiento, aunque crítica de las conclusiones a las que se llegó por el deísmo, abrazó una visión “del sentido común” del conocimiento, al que se llegó suponiendo la realidad objetiva de objetos externos y de la verdad, y por seguir un enfoque de razonamiento inductivo, lógico.780
Las reglas de interpretación lógicas y “del sentido común” de William Miller, y la creencia de Elena de White de que la razón humana, ayudada por la influencia del Espíritu Santo, podía entender la voluntad de Dios tal como está revelada en la Escritura y en la naturaleza, reflejan el abordaje predominante de la Escritura que se encuentra en el siglo XIX. Este abordaje lógico del estudio de la Biblia los condujo a afirmar, sin ambigüedad, que ellos podían “conocer la verdad”. Junto con esta tendencia religiosa e intelectual durante el comienzo del movimiento adventista, estaba la “tendencia a confiar en la capacidad de la ‘gente común y corriente’ para acometer cualquier cosa, incluyendo el quehacer teológico”.781 Mientras que hacer teología había sido una vez la prerrogativa de eruditos instruidos, el siglo XIX abrió la posibilidad de que los laicos tomaran la iniciativa de buscar el conocimiento bíblico y proclamar las verdades así descubiertas. La gente entendió que podía reunir todos los hechos (o textos) relevantes en la Biblia, y llegar a la interpretación apropiada de un texto o de una doctrina.782 En un sentido real, esta tendencia intelectual y religiosa permitió el crecimiento del reavivamiento en el siglo XIX, otro factor importante que condujo al nacimiento del movimiento adventista y que tuvo fuerte apoyo de Elena de White.
El puritanismo