es el que tiene que defender, es el que no tiene el balón. Los desajustes son cada vez más claramente perceptibles. La presión decrece, las líneas se separan y los relevos ya no son tan perfectos como lo eran al principio. Surgen los espacios y no olvidemos que la entropía es la propiedad que cuantifica el desorden molecular de un sistema. Pues bien, a más espacios más desorden, y a la inversa, a más desorden más espacios.
A partir de aquí el entrenador de los modestos se desespera, ve que el equipo rival le llega en avalanchas y que el final es tan claramente predecible como el final del universo. La pelota ya no se saca con la claridad de antes y a los jugadores se les viene encima la oscuridad cada vez que tienen el balón en sus botas, la misma oscuridad en la que perecerá el universo cuando se apaguen sus estrellas.
Decíamos que hay más espacios; en estas circunstancias, el que no necesita el orden para sobrevivir, el poderoso, tira de clase, de calidad. Sus futbolistas ven como el campo, al igual que el cosmos, se expande cada vez más deprisa dominado por una extraña energía oscura, pero como he dicho antes, aquí no son las galaxias, sino las líneas de presión las que se separan. Necesariamente y como la crónica de una muerte anunciada, al final, ese centrocampista de calidad innata encuentra el hueco y deja al delantero delante del portero rival. Se abrió la lata.
A partir de ahí todo va de mal en peor. La moral de los jugadores se resquebraja —entiéndase que utilizo aquí este término como sinónimo de autoestima o de confianza—, y esto introduce un factor de aleatoriedad que favorece el incremento de la entropía. El entrenador intentará ralentizar este proceso y se ayudará de todos los factores a su alcance. Utilizará el descanso, hará los cambios que crea más necesarios en función de las necesidades del equipo, tal vez con esto consiga por un tiempo aminorar el proceso, pero nunca podrá detenerlo.
El desorden, el incremento de la entropía, continuara su inexorable avance hasta provocar la muerte futbolística del equipo más humilde.
Por supuesto el fútbol no es una ciencia exacta, eso provoca que algunos equipos que viven en el orden y además están rodeados de calidad como Italia, consigan hacer frente a la entropía durante un período mayor, pero considerado el sistema en general, esta finalmente triunfa, porque de lo contrario los azzurri serían siempre campeones del mundo.
En definitiva, en el fútbol, como en el universo, la entropía siempre aumenta. Esta es la pesadilla de los entrenadores como la segunda ley de la termodinámica es la de los científicos.
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3. Me gustaría mencionar algunos textos que me han servido como punto de referencia en este capítulo: Robert M. Hazen y James Trefil: Temas científicos. Una aproximación a la cultura científica. Barcelona: Plaza & Janés, 1991. David Jou: Reescribiendo el Génesis. De la gloria de Dios al sabotaje del Universo. Barcelona: Ediciones Destino, 2008. Kaku Michio: Universos paralelos (traducción de Dolors Udina). Gerona: Ediciones Atalanta, 2008. Kaku Michio: Hiperespacio. Barcelona: Ed. Crítica, 1996.
Dos caminos hacia la victoria: el milagro de Berna4
Se admite convencionalmente que la Edad Media es la etapa histórica propia del occidente europeo que comienza tras la caída del Imperio romano, en el siglo v, y acaba a comienzos del siglo xv. Es evidente que la Edad Media es una época con sus aspectos positivos y negativos, con sus luces y sus sombras. Pero lo que es indudable es que a lo largo de la misma se produjo un retroceso de la cultura con respecto al mundo grecorromano.
Bien es verdad que a lo largo de esta dilatada etapa existieron importantes pensadores, como Tomás de Aquino, Agustín de Hipona y tantos otros. Pero lo cierto es que la cultura quedó confinada a los monasterios, donde los monjes, que desde luego no se aburrían, además de cultivar la tierra, leían y copiaban sus valiosos códices. En realidad, hay que esperar a la segunda parte de la Edad Media, con el surgimiento de las universidades, para que el nivel cultural empiece a recuperar el terreno perdido.
En cualquier caso es preciso reconocer que Occidente es, culturalmente hablando, heredero de dos tradiciones claramente diferenciadas: la grecolatina por una parte y la judeocristiana por otra.
La primera es Grecia y Roma, y representa claramente el triunfo de la razón. La segunda se basa en las enseñanzas del cristianismo instituidas a partir de la predicación de Jesús de Nazaret y tienen mucho más que ver con el valor de la fe.
Estas dos tradiciones chocaron al principio en el contexto europeo de la época, y chocaron porque tenían una visión muy distinta de las cosas. Pero también es verdad que tenían temas comunes de reflexión como el origen del universo o la naturaleza de la divinidad. Por si fuera poco, los seguidores de Jesús tuvieron que realizar su predicación utilizando las categorías propias del lenguaje filosófico griego para poder abrirse camino desde el punto de vista intelectual.
Todas estas circunstancias acabaron provocando que las dos tradiciones de las que hablábamos anteriormente no solo entablaran un diálogo, sino que también acabaran estableciendo una síntesis que se plasmará en la filosofía cristiana.
Esta será la forma de pensamiento que dominará la reflexión intelectual a lo largo de la Edad Media.
Los temas de la filosofía medieval
En esta filosofía cristiana son múltiples los temas e intereses, pero si intentamos concretar los mismos es posible encontrar algunas líneas maestras que se encargarán de guiar la reflexión durante toda esa etapa. Son las siguientes:
1 1. La naturaleza de los universales.
2 2. La demostración racional de la existencia de Dios.
3 3. La relación entre Dios y las criaturas
4 4. La lucha entre el poder temporal y el poder espiritual.
5 5. Las relaciones entre la fe y la razón.
En relación con el primer asunto habría que decir que era uno de los temas filosóficos de moda en la Edad Media. Algo así como el debate futbolístico de los últimos tiempos entre los que prefieren a Messi y aquellos otros que se decantan por Ronaldo...
Lo que se discute realmente en este primer tema, el filosófico digo, es la naturaleza de los conceptos universales, es decir, de las esencias, a las que Platón llamaba Ideas. Recordemos que, por ejemplo, la esencia humana sería lo que todos los seres humanos tenemos en común y nos distingue del resto de seres vivos; la esencia de la belleza sería aquello que comparten las cosas y seres bellos, y así, con todo lo que se os ocurra.
Sobre esta cuestión las opiniones serán de lo más variopintas y habrá desde quien sostenga, en línea platónica, que las esencias, los universales, son entidades que representan la verdadera realidad, hasta quien defienda, como Ockham con su planteamiento nominalista, que los universales son simples conceptos, meros nombres con los que calificamos a individuos que tienen algo en común.
Por lo que respecta al segundo tema queda patente su importancia si asumimos que la mayoría de los filósofos medievales intentaron demostrar racionalmente la existencia de Dios. Los argumentos fueron diferentes y con distinto punto de partida. Tomás de Aquino, por ejemplo, utiliza en sus vías argumentos a posteriori, ya que parte de la experiencia, de los datos de los sentidos, de efectos y hechos que podemos ver, como el movimiento o el orden del cosmos, para luego desde ahí remontarse hacia la Causa primera que sería Dios.
Anselmo de Canterbury, quien dice que fueron los ruegos de los hermanos que compartían monasterio con él —ahí es nada—, los que le llevaron a intentar demostrar la existencia de Dios, utilizó sin embargo en su llamado argumento ontológico un tipo de demostración a priori, ya que partía de lo anterior, de algo que no recibe a partir de los datos de los sentidos, en este caso de la propia idea de Dios. Indudablemente hay una infinidad de otros autores que proponen sus propios argumentos, pero como ejemplo creemos que valdrán estos dos.
La tercera línea de reflexión hace referencia a la relación entre Dios y las criaturas.