por el propio Dios, puede demostrarse racionalmente tal y como intentó nuestro filósofo por medios de sus famosas cinco vías.
Ahora bien, como ya hemos dicho antes, independientemente de la alternativa que se elija tendremos que llegar a la misma solución. Si esto no ocurre, entonces el razonamiento estará mal hecho, ya que la fe —como Mourinho y Guardiola—, no puede equivocarse. De esta forma, aunque Tomás otorga cierta autonomía a la razón, esta autonomía no dejar de ser limitada, ya que la fe tiene siempre la última palabra.
Como consecuencia de este planteamiento que establece la zona de confluencia, el último punto define que la teología es una ciencia mixta. Por lo tanto esta podrá ayudarse de la filosofía o lo que es lo mismo, la fe podrá apoyarse en la razón para alcanzar su objetivo, que en el fondo no es otro que la única y absoluta verdad para un cristiano: la existencia de Dios.
Así pues el de Aquino pensaba que fe y razón son dos caminos distintos pero compatibles para alcanzar un fin común.
Fe y razón: dos caminos hacia la victoria
La fe y la razón son también dos alternativas válidas para que en el fútbol los equipos alcancen su propio fin, que no es otro que la victoria en el terreno de juego.
Se puede ganar utilizando la estrategia, la lógica, la razón y también apelando a la fe, a la heroica, a la confianza en una idea. Incluso podríamos ir más lejos y afirmar que en determinados partidos habrá que echar mano de las dos alternativas a la vez, estableciendo así nuestra propia zona de confluencia futbolística.
Al igual que para Tomás había ciertas verdades naturales que eran asunto exclusivo de la razón, hay del mismo modo determinados partidos que, como decía, se ganan apelando a la lógica, a lo racional. Estos partidos son fundamentalmente aquellos que se disputan en competiciones domésticas y que no tienen un plus extra de motivación. Me refiero sobre todo a los partidos de Liga.
En estos encuentros lo que prima es la rutina, la estrategia, lo que el entrenador ha establecido es su pizarra antes del encuentro. Son partidos, en cierto modo, monótonos, pero no necesariamente en el sentido de que sean aburridos de ver, sino más bien en el sentido de que cada jugador hace lo que debe y cuando debe, de acuerdo con un plan establecido de antemano. En este caso hablamos de partidos lógicos, lógicos de logos, es decir de razón, de orden, que es lo que prima en ese tipo de enfrentamientos.
Sin olvidar sus peculiares características los equipos salen al campo ordenados y siguiendo las directrices de su técnico y así intentarán mantenerse el mayor tiempo posible.
En los partidos naturales6 todo debe ser como se espera que sea, cada equipo debe jugar con sus armas, que por más que intenten esconderse, son patentes para todos. Los equipos más humildes se arroparán atrás cuando jueguen contra los grandes, recurrirán a la organización defensiva e intentarán sacar una contra milagrosa que les de alguna opción. Por su parte los equipos grandes utilizarán argumentos como la calidad y podrán recurrir a la sorpresa y a la improvisación porque tienen jugadores con la suficiente categoría como para poder hacerlo. Pero esa improvisación no añade nada nuevo al carácter racional y lógico de estos partidos. La improvisación es algo que se espera de un equipo grande en el acontecer normal de las cosas, no hay en ello nada que quiebre la lógica de los acontecimientos. Al contrario, más bien la confirma.
Cuando los que se enfrenten en este tipo de partidos son dos equipos de nivel similar intentarán por todos los medios no cometer errores. El planteamiento dependerá del tipo de jugadores que tengan en su plantilla. Algunos podrán permitirse un juego un poco más alegre que otros, pero en cualquier caso la pizarra funcionará más que nunca y se evitarán todo tipo de riesgos.
Las jugadas de estrategia serán fundamentales y especialmente valoradas como forma directa y segura de adelantarse en el marcador. Una vez que se consiga, el partido se volverá aún más previsible y lógico. El que gana se guarda las espaldas y busca sentenciar a la contra.
Pero no todos los partidos son así, ni mucho menos. Tomás de Aquino llamaba artículos de la fe a aquellas verdades que son producto exclusivo de la fe, verdades ante las que la razón no tiene nada que hacer porque sobrepasan sus posibilidades.
También aquí tenemos nuestro correlato, pues hay partidos de fútbol en los que la razón sobra, partidos en los que la vía y el camino para alcanzar la victoria tienen que ver de manera casi única con la fe.
Estos enfrentamientos no tienen nada especial en relación con los otros. Estamos hablando de choques a ida y vuelta en los que muchas veces hay que remontar una diferencia de goles bastante importante, misión que antes del partido parece casi imposible.
En estas situaciones la lógica, la razón dice que la remontada es irrealizable, por eso los jugadores que tienen que llevarla a cabo renuncian a todo orden y a toda medida. No quieren saber nada de proporciones ni de normas. Olvidan el marco de lo racional y abrazan el ámbito de los sentimientos. Dicen entonces que tienen fe en la victoria y salen al campo animados por la confianza en esa idea. Esa confianza es en el fondo lo que significa tener fe, no otra cosa que con-fiar.
Partidos de ese estilo se transforman en una especie de locura que tiene ya poco que ver con lo apolíneo para emparentarse más con lo dionisíaco. Los jugadores avanzan contra viento y marea creyéndose que pueden lograr lo imposible. Apelan a lo heroico y, como por arte de magia, el miedo desaparece. Ya no importan las precauciones defensivas, se trata de chocar contra el rival como el mar embravecido contra la costa. El equipo que remonta está animado de una especie de fuerza sobrenatural que rompiendo todo orden lógico es capaz de provocar las situaciones más asombrosas sobre el césped.
Los que tienen que defender la renta lograda en la ida son arrastrados por esa marea y entran en el juego irracional. Poco a poco se le escapan los puntos de referencia para acabar sumidos en el caos.
Es algo parecido al creo porque es absurdo de Tertuliano, que por cierto, no dijo eso exactamente. Sea como fuere, lo que es esperable y normal no tiene aquí cabida. La victoria se busca por otro camino, por la vía de la fe, una fe de la que participa no solo el equipo, sino también la grada que le anima.
Todos, jugadores y espectadores quedan invadidos por esa fuerza que como un vendaval los empuja hacia el triunfo.
Sin duda que todos recordamos partidos de este tipo. Me viene a la mente el 12-1 de España a Malta en la clasificación para la Eurocopa de naciones de 1984. Independientemente de la diferencia de calidad que había entre los dos equipos, no se consigue una diferencia de once goles a favor en un partido oficial si no se cree en esa idea, no se juega ese partido con argumentos en la mano sino con la fe inquebrantable en un objetivo. Hay que olvidarse de los límites y sumergirse en esa comunión irracional que el equipo crea con la grada. Eso fue lo que en aquel encuentro hizo España.
La primera parte acabó con 3-1 a favor de los españoles. En ese momento en el que la situación era prácticamente desesperada, cuando lo normal era darse por vencido, fue cuando apareció la otra vía, el otro camino, la fuerza, la fe, la creencia infatigable en la victoria que llevó a los españoles a lograr nueve goles y conseguir el pasaporte a París.
Como acabo de decir más arriba, cuando hablamos de este tipo de encuentros cada uno tendrá en la memoria aquellos que en función de sus preferencias recuerde con más cariño. A mí particularmente nunca se me olvidarán las remontadas del Madrid en la Copa de la uefa allá por la década de los años ochenta.
Por esa época se vivieron en el Bernabéu partidos llenos de magia y emoción. El Real Madrid fue capaz entonces de dar la vuelta a resultados muy adversos y ganar abultadamente a grandes equipos como el Inter de Milán, el Borussia Mönchengladbach o el Anderlecht de Bruselas.
En aquellos enfrentamientos se dieron todas estas circunstancias de las que venimos hablando. Eran partidos que no podían ser abordados racionalmente, sino desde la emoción, el sentimiento y la fe. Jorge Valdano definió como miedo escénico ese sentimiento que la perceptible confianza en el triunfo provocaba en el contrario. Algo surgido a partir de la relación de la grada con los jugadores y