de reconciliarse con esa parte de sí mismo. Qué triste que hubiese mentido a todos y qué pena que ella no hubiese podido ayudarlo porque no sabía nada. Si Blake hubiese confiado en ella, lo habría apoyado. Después de romper con él.
Esconderse en un matrimonio no era la manera de ser feliz.
Audrey se miró al espejo...
«Hipócrita».
También ella tenía secretos. No tan destructivos como los de Blake, ni tan colosales.
–¿Audrey? Abre un momento.
–¿Qué? –murmuró ella, asomando la cabeza.
–He pensado que necesitarías esto –Oliver le ofreció su bolso.
–Ah, gracias.
Saltó una chispa de electricidad estática cuando sus dedos se rozaron… pero no podía ser electricidad estática porque el suelo era de bambú.
Tuvo que mojar una toalla y pasársela por la cara para buscar un poco de calma antes de darse un toque de colorete y arreglarse el pelo. Luego se miró al espejo por última vez antes de salir del baño para volver a reunirse con Oliver.
Capítulo 9
Palitos de jengibre y limón
–¿CÓMO estás? –preguntó Oliver, incómodo al pensar que debían retomar la conversación.
Sin responder, Audrey pasó a su lado para ir a la cocina, que parecía recién salida de las páginas de una revista. Y también como si nunca hubiera sido usada. ¿Y por qué iba a haber sido usada si en el edificio había servicio de habitaciones?
–¿Por qué crees que habrán puesto dos fregaderos?
Estupendo, hablar de otro tema.
Había dos fregaderos, cada uno a un lado de la cocina. Ninguno de los dos estaba frente al ventanal, de modo que no era para admirar la vista mientras lavaban los platos.
–Tal vez los ricos necesitan estas cosas.
–Lo dices como si tú no fueras uno de ellos.
–Yo no me gasto el dinero invitando a la gente a venir aquí.
–Pero me invitas a mí cada veinte de diciembre.
–Tú eres la excepción a la regla –Oliver la observó mientras ella admiraba las encimeras de granito–. El vestido te queda muy bien, como si fuera una segunda piel.
No debería, ya que ella medía al menos veinte centímetros más que la mayoría de las mujeres asiáticas. Además, el bajo del vestido le llegaba por encima de los tobillos.
–Creo que debería quedar más largo.
–Da igual, te queda perfecto.
Audrey hizo una reverencia al estilo asiático y cuando levantó la cabeza vio que los ojos de Oliver se habían oscurecido.
–Porque aún no he intentado sentarme. Me queda estrecho.
Pero no fue tan difícil como se temía. La tela del vestido era elástica y se sentó en el sofá, mirando alrededor.
–¿No vamos a hablar de ello? –le preguntó Oliver.
–No sé si hay mucho más que decir.
–Entonces, ¿ya está? ¿Ya lo has asimilado?
No, lo había guardado donde guardaba las cosas que no podía asimilar. Al menos, de momento.
–No quiero tener que volver a maquillarme.
–¿Tan poco te importa?
¿Cómo iba a responder a esa pregunta?
–Me molesta mucho no haberme dado cuenta. Me molesta que me respetase tan poco como para no contármelo. Me molesta que hiciera lo que hizo en público.
–¿Pero no que fuera con hombres?
Audrey se encogió de hombros.
–No era de mí de quien quería alejarse, era «su mujer» lo que no podía soportar. Era mi sexo, mi falta de cromosoma Y.
–A ti no te falta nada.
Ella se inclinó hacia delante.
–Te he contado mi experiencia en el instituto, la que me llevó a enterrarme en los libros. Pues bien, poco después de terminar la carrera conocí a Blake, así que mi idea de quién soy románticamente… venía de él –le explicó. Un hombre que fingía estar interesado en ella–. Pensé que era yo. Pensé que era culpa mía que no hubiera pasión en nuestro matrimonio, que no le inspiraba, que no merecía la pena. He llorado porque el único hombre con el que he tenido relaciones en mi vida prefería a otras mujeres… o eso creía yo. Pero ahora ya no lloro por mi matrimonio ni maldigo a Blake por engañarme. ¿Qué dice de mí que mi primera reacción sea de alivio? Es como una venganza, una reivindicación. Porque esto significa que no era yo, que no era culpa mía.
–Creo que es humano, Audrey. Tú eres una perfeccionista y te gustan las cosas ordenadas y claras. Blake no lo era. No hay nada malo en ti.
Ella se levantó.
–¿Cómo lo sabes? Tal vez una mujer más ardiente podría haberlo satisfecho.
–Estoy seguro de que no funciona así.
–Lo que quiero decir es que Blake sigue siendo mi referencia, así que no sé… yo podría ser un desastre en la cama.
¿Con una autoestima tan baja quién necesitaba enemigos?
Oliver se cruzó de brazos y la observó mientras paseaba por el salón.
–¿No has estado con ningún hombre desde que murió? Ya han pasado dieciocho meses.
–He estado muy ocupada solucionando mi vida –se defendió ella.
–Te estás perdiendo algo…
–¡Aparentemente, llevo años perdiéndomelo! ¿Y por qué sonríes?
–Porque me siento atraído por ti.
Pfff. Tenía que estar de broma.
–Lo que pasa es que te gusta el vestido.
Se le había acelerado el pulso, pero ella sabía que, una vez más, eran palabras huecas.
–El vestido es precioso, pero la camarera llevaba uno similar y no me ha afectado en absoluto. Además, antes no lo llevabas y también me sentía atraído por ti.
–Tú eres Oliver, «el Martillo», Harmer. Te atrae cualquiera.
–Eso no es verdad. Además, decídete: o solo salgo con mujeres guapísimas o me gusta cualquier cosa que lleve falda. ¿En qué quedamos?
–No he dicho que no bajes el listón de vez en cuando.
Eso pareció enfadarlo de verdad.
–Dirías cualquier cosa para quedar por encima.
Sí. En ese sentido tenía toda la razón.
–Que te sientas atraído por mí dice que te gusta cualquiera. No dice que yo sea irresistible.
Él se rio, pero la risa no sonaba alegre.
–Cuidado, Audrey. Eso suena como un desafío –Oliver dio un paso adelante.
–Qué típico de ti verlo de ese modo.
–¿Por qué estás enfadada conmigo?
–Porque me has ocultado la infidelidad de Blake durante años y porque…
Era parte del maldito problema.
Si no fuera por él no habría notado lo que faltaba en su matrimonio, pero se guardó esas palabras y se limitó a soltar un bufido.
–¿Porque