Álvaro González de Aledo Linos

Carpe diem


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pero siempre a barlovento. Si no, el humo de los primeros lanzamientos ensombrece el aire hasta el punto de que algunos fuegos ni se ven. Allí cenamos y, si les apetece a los niños, se pueden bañar, con la única salvedad de los días que hayamos avistado medusas, pues en este caso es imposible la exploración visual fiable de la zona de baño para evitar accidentes. Si ha habido medusas, no hay baño nocturno. Si los fuegos se tiran en cabo Menor (el último cabo que cierra la playa del Sardinero) y hemos fondeado aún con luz, otro aliciente es bucear buscando… ¿Adivináis qué? ¡Pelotas de golf! En efecto, el campo municipal de golf de Mataleñas ocupa la superficie de cabo Menor y está a escasos metros de los acantilados. Las bolas mal lanzadas acaban en el agua, donde las corrientes las alejan a veces algunos cientos de metros rodando por el fondo, y como el agua allí está muy limpia, pues estamos en mar abierto, se llegan a ver en el fondo desde el velero. Y otras veces las encuentras por sorpresa simplemente mientras nadas por la superficie.

      El tiempo desde la cena y el baño hasta los fuegos (en Santander se suelen tirar a las 23 o 23.30) lo ocupamos con juegos de mesa o explicando algo relacionado con la navegación nocturna. Un año, el lanzamiento de los fuegos se atrasaba y se atrasaba hasta que empezó a correr por las ondas de VHF un rumor que luego se confirmó: como se lanzan desde la playa del Sardinero, habían calculado mal la altura de marea y se había mojado toda la instalación en la pleamar; los fuegos estaban inservibles. Se habían encargado otros a una empresa de Asturias que estaba trabajando a contrarreloj para poder tirarlos esa misma noche, cosa que al final se consiguió, pero con un retraso de más de una hora. Muchos de los niños se durmieron antes del lanzamiento y se los perdieron. Como la zona de fondeo para ver los fuegos suele estar muy concurrida de barcos, de noche es difícil localizar a los compañeros de navegación para fondear juntos porque las luces de navegación son todas iguales y las formas y el color del casco no se distinguen. Entonces, nos encontramos encendiendo y apagando las luces de la cabina: desde fuera se ve un resplandor intermitente que se distingue bien. Luego, si es posible, nos unimos por un cabo. Ya comenté que no somos partidarios de abarloar los veleros, por el riesgo para las crucetas y el palo, y la noche de los fuegos, menos que nunca. Entre tanto barco concentrado en pocos metros cuadrados de agua, el mar de fondo y las estelas de los que navegan alrededor que vienen de todas partes, los estrechonazos y golpes están garantizados. Además, este cruce de estelas genera un problema adicional que es el del mareo. En Santander se tiran los fuegos en la bahía o en cabo Menor. La bahía por la noche suele estar muy tranquila, pero en cabo Menor es muy habitual que haya olas de mar de fondo, que añadidas a lo prolongado del fondeo hacen que hasta los más amarinados se mareen. Recomendamos que esa noche, ante el primer síntoma, se tome un tratamiento antimareo, y los que tengan la más mínima duda que se lo tomen antes de embarcar.

      El disfrute de los fuegos estaba garantizado los primeros años, como dije antes, por la novedad, pero también nos ha dado algún pequeño disgusto cuando pierden interés por la reiteración. Un año salió un grupo desde el puerto de Astillero, en el interior de una ría al fondo de la bahía, lo que significa dos horas de navegación hasta el lugar de los fuegos. Una vez allí, y después de cenar, los niños no interrumpieron una partida de cartas para salir a verlos, lo que indignó al capitán y a la tripulación. Por otra parte, como es un espectáculo tan original, es habitual que nos acompañe en la navegación la familia del capitán o del médico, lo que le añade un punto de interés especialmente en el barco donde se duerme. El primer año tuvimos nuestras dudas de invitar a los fuegos, mayoritariamente de disfrute visual, a la niña ciega. Temíamos acrecentar su sensación de minusvalía y hasta que le dieran miedo las explosiones sin el componente estético. Pero sus profesores de la ONCE y del Aula Hospitalaria nos aseguraron que tienen que acostumbrarse a todo, incluso a lo que no entienden, para adaptarse a una vida donde todos esos estímulos y situaciones existen, aunque ellos no los vean ni los disfruten. Así que la llevamos y se nos ocurrió subirle la camiseta y reproducir con el dedo en su espalda las figuras que iban haciendo los fuegos en el aire. Debió gustarle la experiencia por los detalles que preguntaba y porque los años siguientes pedía que se los dibujáramos de la misma manera. Creemos que disfrutó de los fuegos aunque no los viera.

      Al terminar los fuegos, hacemos dos grupos. Los que no se quedan a dormir vuelven cada uno a su puerto base, donde dejan a los niños con sus padres. Los que se quedan a dormir eligen el lugar de fondeo según la meteorología, habitualmente detrás del arenal del Puntal o enfrente de la playa de Los Peligros, aunque si el viento o la meteorología son preocupantes entramos a dormir en el mismo puerto. La elección del fondeo por la noche, incluso en una bahía abrigada como la de Santander, tiene sus dificultades, por las grandes oscilaciones y corrientes de marea. De día sabemos calcular a ojo las canales profundas que son seguras en bajamar, pero de noche la percepción puede engañarte, fondear fuera de la canal y encontrarte varado de madrugada. De hecho, casi todos los días que dormimos cerca de la playa del Puntal, por la mañana aparece algún barco varado, casi siempre extranjero. Además, tenemos zonas con corrientes de marea impresionantes, de más de cinco nudos, y de noche es difícil asegurar que el fondeo ha agarrado antes de irse a dormir, por la falta de referencias visuales. El barco puede garrear cuando estás durmiendo y se acentúa la corriente de marea. Es lo que nos pasó una noche en que nos quedamos a dormir dos barcos. Uno había fondeado sobre algas, un fondo en el que el ancla no agarra bien, y a media noche le vimos garreando y a pocos metros de otro velero fondeado, a punto de colisionar. A las tres de la madrugada tuvimos que cambiar los dos de zona de fondeo, con lo que supone de “diversión” y aventura para los niños levantarse de la cama, vestirse, ayudar en la maniobra y terminar la noche en otro fondeadero.

      La mañana siguiente de los fuegos artificiales intentamos que empiece con un baño-aseo matutino, para que conozcan estas peculiaridades de la vida en un barco. No les suele agradar porque en el Norte el agua está fría y no invita al baño como en el Mediterráneo, pero ayuda a abrir el apetito para un delicioso desayuno con vistas al mar. Si alguno de los barcos vecinos ha quedado varado, también es divertido ir a contemplar la situación, que no tiene riesgo pues el fondo es de arena y es aleccionador cómo reflota en la siguiente pleamar. Algunos amaneceres nos han sorprendido con jinetes montando a caballo por la orilla, o con la calma del mar como un espejo y las barquitas de pescadores recorriéndolo como en una escena de película. El resto del programa queda un poco abierto a las actividades que permita la meteorología, y normalmente lo decidimos con los padres por teléfono (comodidades del móvil). Si hace malo, volvemos enseguida a puerto después de desayunar, pero si hace bueno, prolongamos la navegación yendo a alguna playa, haciendo paipo-esquí o pescando, y volvemos a puerto al mediodía.

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