Los niños embarcan en la motora de pocos en pocos (normalmente los de cada barco), y allí se van turnando para hacer esquí acuático, paipo-esquí o torete, según sus habilidades, bajo la supervisión de dos o tres de los adultos. El esquí acuático en sentido literal hasta ahora ha tenido poco éxito por su dificultad, que requiere muchas horas de aprendizaje que nosotros no les podemos facilitar. Pero el mero arrastre en paipo es más emocionante por la alta velocidad que le imprime la motora, nada que ver con el arrastre desde un velero. Además, les dejamos “conducir” la motora y que ellos sean los que arrastren al compañero que va esquiando, lo que le da una emoción añadida y un punto de responsabilidad que les emociona. Hay que tener en cuenta que la motora tiene un timón de rueda como el volante de un coche, que se les deja controlar el acelerador, y que la sensación de velocidad en el mar es enorme, de manera que una motora a veinte nudos (que en tierra serían menos de 40 kilómetros por hora, la velocidad de un ciclomotor) te da la sensación de volar sobre el agua. Todo ello, impensable que se lo dejaran hacer en tierra, por ejemplo, con el coche de su padre. Un año le dieron tanta caña a alguno de los mayores que la tabla de madera se partió. Cuando el primer grupo termina, se acerca a otro velero, se cambia la tripulación y se repite el proceso. Según los niños que naveguen ese día, el turno se repite algunas veces hasta que llega la hora de volver a puerto. En los intervalos que no hacen paipo-esquí pueden bañarse, merendar, remar en las Zodiac o la piragua si las hay, o dar unos bordos a vela por la zona para ver las evoluciones de los que esquían.
Hay que decir que en esta actividad no ha habido ningún incidente. El médico responsable tiene experiencia de muchos años en este deporte y controla perfectamente el barco y al esquiador. Quizás lo más difícil sea adaptar la velocidad a la fuerza de cada niño, pues con adultos bien entrenados siempre se busca lógicamente el máximo de velocidad. Aquí se trata de disfrutar, aguantar lo máximo que pueda cada niño, porque si se fuerza demasiado enseguida se sueltan de la tabla y no disfrutan de recorridos largos, que es de lo que se trata. Un problemilla habitual es perder el bañador, que con la velocidad de arrastre se queda en popa si no se ha apretado bien la cintura; solemos advertirlo y les hace mucha gracia. Otro es la salpicadura permanente del agua en la cara, pues no suelen conseguir ponerse de pie ni de rodillas y entonces la cabeza va muy cerca del agua. Les aconsejamos llevar gafas de bucear o de piscina para que no tengan que llevar los ojos cerrados, y una de las señales (ver dibujo) es para recordarles que cierren la boca, pues suelen ponerse a gritarnos consignas y les entra agua y se la tragan. Otro “problema” habitual es que van poco a poco pidiendo más velocidad (señal con el pulgar hacia arriba: “quiero más deprisa”) y luego, cuando querrían disminuir, no pueden hacer el signo de “quiero más despacio” (pulgar hacia abajo) que requiere soltar una mano y les da miedo caerse si lo hacen. Por eso, la señal alternativa para disminuir la marcha es sacar la lengua. Todo ello requiere que a bordo de la motora vayan al menos dos adultos, uno responsable del timón, la velocidad y de supervisar al niño al que se ha dejado al mando, y otro de ir permanentemente mirando al esquiador hacia popa y de transmitir al timonel lo que este va pidiendo por señas o de dar la señal cuando se cae y se queda rezagado.
El día del paipo-esquí suele ser de los más valorados por los niños, aunque también hay que decir que cualquier actividad “nueva” es de las mejor valoradas, y la repetición en años sucesivos le resta atractivo. Aparentemente, prefieren cualquier actividad a la escueta navegación a vela, pero es porque navegan a vela quince o veinte veces en el verano y las otras actividades solo se hacen una o dos veces. Nos ha pasado lo mismo los años que hemos introducido los fuegos artificiales, el día de la Cruz Roja para montar en las motos de agua, el día de la pesca, las travesías, el día del marisqueo, etc. Luego pasa el tiempo, la repiten varios años, y llega a ocurrir que alguna de las actividades que habían sido las preferidas en años anteriores se tengan que suspender por falta de niños. La vida misma.
CAPÍTULO 6
LOS FUEGOS ARTIFICIALES
En Santander todos los veranos se tiran por lo menos dos colecciones de fuegos artificiales en el contexto de las celebraciones múltiples que se desarrollan, y algunos años, más. Un verano incluso se tiraron siete, porque se organizó un concurso de fuegos a lo largo de los tres meses y pudimos disfrutar de ese espectáculo hasta la saciedad. Hay que decir que la visión de los fuegos desde el mar es mucho más atractiva que desde tierra. Aparte de los preparativos y las connotaciones que tiene la navegación y el baño nocturnos, que comentaré enseguida, los fuegos desde el barco se ven tres veces y se oyen dos. Se ven en el aire, reflejados en el agua, y reflejados en los cristales de las casas del paseo de Pereda o de la calle Castelar (las que hacen de fachada marítima de la ciudad) cuando se tiran en la bahía, o de las casas del Sardinero cuando se tiran desde esta playa o desde cabo Menor. Y se oyen primero por su propia explosión, y unos segundos después por el eco que rebota en esas mismas casas. Además, últimamente se ha puesto de moda un tipo de fuegos artificiales en que el proyectil no se lanza hacia arriba sino horizontalmente hacia el mar, donde rebota dos o tres veces y finalmente sale disparado vertical desde el agua. Verle acercarse al barco es emocionante pero no peligroso, pues la Guardia Civil del Mar marca un círculo de seguridad alrededor de la zona de lanzamiento y lo vigila durante el espectáculo, y esa zona está calculada con suficiente margen de seguridad (creo que ronda 1 km.). A cambio de este atractivo especial de los fuegos vistos desde el mar, como el espectáculo termina muy tarde, es difícil que los niños más pequeños puedan apuntarse, porque no aguantan despiertos. Por no mencionar que los más pequeños tienen miedo a las explosiones y se asustan. Ello no impide que, precisamente por hacerse los valientes ante los demás del grupo, la navegación de los fuegos haya sido el acicate para que alguno de los temerosos se decidiera a venir a verlos y, de esa manera, les perdiese el miedo.
La organización de la navegación nocturna para ver los fuegos artificiales es más complicada que una salida normal, pues les ofrecemos la posibilidad de dormir en los barcos. Organizamos dos grupos y con ambos quedamos a última hora de la tarde, hacia las 20 o 20.30, que en verano todavía es de día. Los que se van a quedar a dormir embarcan preferentemente en barcos grandes, aunque también se han quedado en los pequeños; en los grandes es más cómodo el tema de los aseos, la separación de los camarotes, etc., especialmente si vienen adolescentes. Los que se quedan a dormir tienen que llevar su saco, la cena y el desayuno. Los que no se quedan a dormir solo llevan la cena. Navegamos hasta una hora o así antes de los fuegos y esa navegación es especial por incluir la puesta de sol, aprovechar para enseñarles a identificar los faros, boyas y balizas por la cadencia de sus luces, las luces de navegación de los barcos, identificar el rumbo de otros barcos por las luces que nos presenta, enseñarles el material de seguridad para la navegación nocturna (les divierte mucho la luz del aro salvavidas que se enciende al flotar), etc. Identificando los faros y balizas nos han ocurrido cosas curiosas. Por ejemplo, un año el faro de la isla de Mouro, que marca la entrada de la bahía, estaba apagado. Sorprendentemente, nadie se lo había notificado a Santander Tráfico, aunque algunas decenas de barcos habían pasado por delante antes que nosotros. Nunca entenderé ese reparo de los navegantes españoles a contactar con la emisora oficial del control de tráfico del puerto; creo que hay algo de miedo a hacer el ridículo o a estar en boca de todos si dices algo mal, ya que al estar en las ondas, todos los que sintonizan el mismo canal oyen la conversación. Cuando llamamos nosotros, después de la incredulidad inicial, presumiblemente enviaron a alguien a confirmarlo y unos quince minutos después lanzaron un mensaje de “securité” por el canal 16 advirtiendo de esta incidencia de la navegación. Otra noche vimos una señal luminosa verde situada en un sitio atípico. ¡Al acercarnos vimos que estaba encima del muelle! Era una de las boyas que marcan el costado de estribor de la canal, que habían depositado allí con una grúa para alguna reparación o mantenimiento. Como la luz es de encendido automático y la batería lleva un cargador solar, al no haberla desconectado estaba emitiendo desde su posición actual en tierra. Es un error peligroso pues a cualquiera que no estuviera familiarizado con la bahía le conduciría directamente contra el muro. Nuevamente, mandaron