Álvaro González de Aledo Linos

Carpe diem


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parte del Espacio Natural Protegido de las Dunas del Puntal y el Estuario del Miera, y está prohibida la pesca de todo tipo en sus aguas. En su parte Nordeste hay una roca enorme de unos cinco metros con forma de dado que parece ir a caerse en cualquier momento, y en su vertiente Oeste una zona de acantilado que recuerda el perfil de Bart Simpson. En su cima hay un faro que, aunque cuando se inauguró en 1858 estaba al cuidado de dos torreros, ahora está automatizado desde hace años. Es de color blanco y su silueta domina el horizonte desde toda la fachada nordeste de la ciudad y las playas del Sardinero. Así mismo, en la meseta que hay en su cumbre, en la vertiente Sureste, existe una zona cubierta con un espeso manto vegetal de hinojos y geranios marinos que crecen entre las grietas de la roca. De este manto vegetal cogen las gaviotas la materia prima para sus nidos.

      La ensenada de La Raposa está naturalmente protegida de los vientos térmicos predominantes en verano, que en Santander son del nordeste. Tiene fondo de rocas y permite el fondeo de dos o tres embarcaciones pequeñas con amarras echadas a tierra, para evitar el borneo, si bien suele ser incómoda por la entrada de olas rebotadas que la hacen, muchos días, inaccesible. Al fondo de la ensenada construyeron una escalinata de piedra para acceder al faro, y cerca del agua, una pequeña plataforma de hormigón con un noray y algunas argollas para amarrar embarcaciones pequeñas. Aunque la ensenada en sí misma sea tan reducida, a sotavento de la isla (en verano, la zona desventada está justo enfrente de la ensenada) hay una amplia zona con fondo de arena, a unos 50 o 100 metros del acantilado, que permite fondear a ocho o diez barcos aunque con limitaciones. En efecto, el calado oscila entre ocho y doce metros y la gran longitud necesaria de línea de fondeo (hay que fondear con entre tres y cinco veces más de cadena y cabo que la profundidad de agua) hace que el radio de borneo sea muy amplio. Además, los remolinos y corrientes que genera la propia isla hacen que cada barco se oriente y se mueva de distinta forma, según le afecte más el viento en la obra muerta o la corriente en la obra viva, por lo que el riesgo de colisión entre los barcos es alto. Nuestro barco, que es de orza abatible, hemos comprobado que con la orza bajada, se orienta de distinta manera que con la orza subida. En verano es habitual que la zona esté muy frecuentada y los barcos fondeen con poca cadena, y como en el Cantábrico las mareas pueden subir más de cinco metros en vertical, es bastante frecuente que alguna embarcación quede a la deriva al soltarse el fondeo en la pleamar. Un día quedamos todos sorprendidos por una motora pequeña que derivaba sin nadie a bordo. Un barco que iba contra él la retuvo con el bichero hasta que un rato después apareció su dueño. Había ido nadando a la isla y la dejó con la cadena justa, y al subir la marea se le desclavó el ancla. No paraba de repetir que el barco estaba bien fondeado, que solo se movía “por la inercia”. En fin, todos estos hechos hacen muy recomendable que en la isla de Mouro siempre se quede alguien a bordo vigilando.

      Yo descubrí la isla en mis incursiones en piragua. Desembarcando en la plataforma de hormigón puede dejarse la piragua en la propia escalinata. Después de haberla conocido en las excursiones del verano, quedé gratamente sorprendido por lo que me encontré allí un día que desembarqué en primavera. En esta isla anidan la mayoría de las gaviotas patiamarillas que viven en el entorno de la bahía (hay otras especies de gaviotas en la bahía pero no se reproducen aquí). El espectáculo de vida que allí se desarrolla es impresionante. Por lo pronto te das cuenta de que algo raro sucede por el recibimiento de la colonia. En cuanto pones pie en tierra se desencadena poco a poco un estruendo de pájaros levantando el vuelo y graznando con estridencia. En el momento álgido, puede haber miles de pájaros revoloteando en el aire, formando una especie de nube ruidosa. A medida que subes por la escalinata hacia el faro, y en especial cuando te acercas a un nido (esto lo descubrí más adelante) recibes avisos más explícitos de sus dueños. Te hacen vuelos picados en silencio, y justo cuando están a un metro de tu cabeza sueltan su famoso graznido (¡menudo susto!) y a veces una defecación que, según la puntería, puede acertarte en la cabeza o en la espalda. Por eso una precaución elemental en esta época es desembarcar con gorra. Intentamos que los niños siempre la lleven, y les avisamos de estas tácticas de defensa para que no se asusten; no son más que fanfarronadas porque en realidad no atacan y solo excepcionalmente te pican en la cabeza.

      Los nidos los construyen con todo tipo de materiales, predominando vegetales secos. No obstante, solo su análisis daría para un capítulo de un libro. He visto formar parte del nido con esqueletos de otros pájaros (conservo un cráneo completo de un correlimos saqueado de un nido de Mouro) o tiras de las de abrir el celofán de las cajas de cigarrillos, sedales de pescar, palitos de algodón de los de limpiar los oídos, etc. En sus alrededores suele haber egagrópilas (esas bolitas de material no digerido que regurgitan todos los pájaros) lo que sirve también para detectarlos. Cada pareja pone tres huevos del tamaño de los de gallina, pero de color marrón moteado, si bien hemos descubierto también huevos albinos indistinguibles de los de gallina. En las reservas naturales donde no se quiere que proliferen demasiado las gaviotas, una de las misiones de los guardas es destruir un huevo de cada nido, de manera que solo críen dos gaviotas cada pareja y la población se mantenga estable. No sé cuanto dura la incubación de estos huevos, pero lo que es seguro es que la temperatura acelera su eclosión pues los de los nidos situados en los lugares más soleados son los que lo hacen antes, con diferencias de varias semanas.

      Desde el primer año de nuestras navegaciones con los niños, les llevamos a la isla de Mouro. La navegación puede llevar entre una y dos horas, según el puerto de salida, y la zona de fondeo es muy agradable en verano, al quedar a sotavento. Además, está amenizada por el concierto de la colonia de gaviotas. El único inconveniente es que, como entra mar de fondo rebotado, la permanencia en el barco suele marear a quien no está acostumbrado. Y ya comenté que debe quedarse un adulto a bordo responsable del barco mientras el grupo desembarca. La forma de desembarcar depende de los medios de que dispongamos cada día. Hemos desembarcado en neumáticas con motor o con remos, si bien esto último es agotador por la necesidad de hacer muchos viajes. Cuando hemos ido con veleros pequeños propulsados por fueraborda, a veces hemos adaptado el fueraborda del velero a una neumática que no lo tuviera. Otros días hemos desembarcado en piraguas, y otros a nado (es un trecho de 100 o 150 metros). Si desembarcamos a nado, utilizamos una defensa para amarrar el calzado de todos y poder calzarnos en la isla, pues descalzos es casi imposible por su suelo pedregoso, y un bidón estanco con las cámaras de fotos y un móvil para estar en contacto con los que quedan a bordo. Algún día se ha apiadado de nosotros alguno de los muchos submarinistas que merodean por allí con sus Zodiac, y nos han acercado. Y finalmente, lo más cómodo, los últimos años nos han desembarcado los socorristas de la Cruz Roja con una Zodiac, con los que quedamos más tarde para recogernos. Estos desembarcos los aprovechamos para enseñar a los niños el manejo de la neumática o la piragua, a remar y ciabogar, las precauciones a tener en el agua cuando se nada junto a un fueraborda, la forma de dirigir una Zodiac a motor, cómo abarloarse a un muelle de piedra que puede tener conchas cortantes, cómo repartir el peso en una embarcación pequeña, etc. Y, por supuesto, a bucear en un paraje natural protegido con fondos espectaculares.

      Una vez en la isla, cada grupo que ha venido en un barco queda a cargo del adulto que ha navegado con ellos. Mouro tiene unos acantilados y grietas peligrosos, y hay que vigilar mucho los movimientos de los niños. Entonces nos dedicamos a la exploración de los nidos. El proceso de nacimiento de los polluelos es muy lento y puede seguirse si se desembarca varios días seguidos, o explorando nidos con distinta situación (más al sol o más a la sombra). El polluelo hace desde dentro un agujerito en la cáscara, por donde recibe el alimento de su madre durante varios días, o quizás semanas. Si te asomas por el agujerito ves solo su pico moviéndose y, a lo mejor, uno de los ojos. Cuando el cascarón se le queda pequeño, acaba rompiéndose entero y sale un pollito mojado y de color oscuro que tarda unas horas en secarse y en que sus plumas adquieran ese tacto de algodón típico de cualquier pollito, sea de la especie que sea. Mojado abulta muchísimo menos y parece un animal esquelético, pero en cuanto se seca, su cuerpo adquiere un volumen inusitado y el color cambia a beige o marrón clarito. En esta fase es cuando más les gustan a los niños, realmente parecen un juguete. Como no conocen a la especie humana, pues la isla está deshabitada, se dejan agarrar con naturalidad y acariciar. Les enseñamos las patas palmeadas, el pico, que no hace daño si te coge un dedo, las cañas de las alas y las plumas, el latido de su corazón a toda velocidad, la temperatura cálida a la que los mantiene la