desembarcos en Mouro los suspendimos en 2006 por la amenaza de la gripe aviar. Se consideró que algunas zonas de España eran de “especial riesgo” para la gripe aviar (300 municipios en siete comunidades) y en Cantabria concretamente las marismas de Santoña. Además, se definieron otras zonas llamadas “de especial vigilancia”, en las cuales las medidas sanitarias no eran tan estrictas, pero indirectamente esta propia catalogación hacía suponer que podrían también significar cierto riesgo. En Cantabria se consideraron “de especial vigilancia” la bahía de Santander, Oyambre y el embalse del Ebro. Posteriormente, se mantuvo esta precaución en los años sucesivos, aunque no se detectó ni una sola ave infectada en los sitios mencionados, y finalmente lo que nos vino fue una gripe porcina (en vez de aviar) en 2009. Pero una elemental prudencia con estos niños de salud delicada nos hizo dar prioridad a la seguridad por encima de la experiencia apasionante de descubrir la belleza de la isla. Personalmente, seguí desembarcando con frecuencia con mi piragua y comprobé que la ausencia de visitantes había conducido a cambios en las costumbres de las gaviotas, que construían los nidos en sitios inusitados, como en mitad de las escaleras o en el suelo de la propia superficie hormigonada delante del faro. Posteriormente, a partir de 2011, pasada la alerta de la gripe aviar, hemos vuelto a visitar la isla con los niños, si bien ahora por precaución les ponemos guantes para tocar a los pollitos, y al terminar organizamos una lavada general de manos en las escaleras, cerca del mar, que les hace mucha gracias porque la hacemos con limpiavajillas, el jabón que llevamos habitualmente a bordo.
CAPÍTULO 4
LA ISLA DE SANTA MARINA Y EL ESTUARIO
DEL MIERA (“RÍO CUBAS”)
La isla de Santa Marina (43º 28´ 22´´ N; 003º 43´ 47´´ W) está situada fuera de la bahía de Santander, a unas tres millas al este de la ciudad. Se encuentra al final de la playa de Loredo, la que prolonga el arenal del Puntal, separada de la costa por una pequeña canal de unos 200 metros, tan estrecha que cuando se navega hacia ella uno no se da cuenta de que se dirige a una isla hasta que está muy cerca. Muchos habitantes de Santander desconocen que allí hay una isla, porque desde la ciudad se ve la costa, pero no se puede percibir la canal de separación. La isla está incluida, junto con la de Mouro y la costa cercana de Loredo y el arenal del Puntal, en el Espacio Natural Protegido de las Dunas del Puntal y el Estuario del Miera (“Río Cubas”). Es alargada en sentido Norte-Sur y mide unos 750 x 300 metros. La canal que la separa de la costa es navegable con embarcaciones de pequeño calado, aunque es un ejercicio peligroso pues hay algunas rocas que afloran en bajamar. Alguno de los capitanes de nuestro grupo han navegado a vela por esta canal, pero después de recorrerla frecuentemente con embarcaciones ligeras y conociendo muy bien el terreno. Personalmente, conozco bien la canal por haberla atravesado en piragua muchas veces, pero aún no me he atrevido a hacerlo con el velero. En la costa Sur de la isla hay un playazo de arena fina de 70 metros, precisamente en la zona de sotavento de los vientos dominantes en verano en Santander, que son del nordeste. Por lo tanto, es un sitio ideal para fondear y desembarcar. No obstante, la mayoría de los veleros fondean al socaire de la isla pero a distancias prudenciales, buscando fondos de arena más cerca de la playa de Loredo o de Los Tranquilos, como se denomina el arenal más próximo a la isla, y desde allí se acercan al playazo con el chinchorro. En efecto, la zona cercana al citado playazo de la isla de Santa Marina está sembrada de rocas donde el ancla suele enrocarse, y además hay una peligrosa restinga que, partiendo del extremo Suroeste de la isla, se adentra en el mar unos 150 metros, y que solo aflora en bajamar. En mareas medias o pleamares solo la delatan las rompientes de las olas, que por cierto son aprovechadas por los surfistas. En verano es frecuente ver barcos que no tomaron la precaución de fondear con orinque y que, después de infructuosos esfuerzos por levantar el ancla, deben dejarla abandonada.
La isla de Santa Marina es rocosa y baja (unos treinta metros de elevación máxima) y en su mayor parte está cubierta por una vegetación densa de matorral que hace difícil su recorrido, y más en bañador, como suele accederse a ella. Algunos temporales de invierno son capaces de barrer con las olas toda su superficie y dejar su vegetación yerma y calcinada por la sal, pero la primavera resucita siempre su esplendor. Aunque la línea costera es de dominio público y, por tanto, se puede desembarcar, y con cierta dificultad recorrer el kilómetro y medio de su perímetro, la isla es de propiedad privada aunque está deshabitada. Tiene al Sur dos o tres chamizos, que utilizan los dueños como refugio provisional, cuando desembarcan en la isla para pescar... o para cazar. Pues sí, para cazar. Hace años se repobló con conejos con fines de caza, y el suelo de la isla está sembrado de sus típicas deyecciones redondas y pequeñitas, además de por numerosos cartuchos de perdigones, testimonio del uso cinegético de la isla. Tampoco es raro oír los perdigonazos cuando se navega por los alrededores. La isla tiene su propia colonia de gaviotas patiamarillas, que cuando desembarcamos vamos a investigar y a repetir las mismas experiencias relatadas en el capítulo anterior.
La navegación en verano con destino a la isla de Santa Marina es muy apacible cuando hay viento del nordeste, pues una vez alcanzada la boca de la bahía se llega a ella en un solo bordo amurados a babor en menos de una hora. Este recorrido discurre paralelo al famoso arenal del Puntal donde, aparte de su propia belleza por el contraste de la arena blanca, las dunas de la playa y los pinares de los montes cercanos, suelen concentrarse los surfistas, parapentes y practicantes de kite-surf o surf con cometas, que se acercan a los veleros a toda velocidad y solo se apartan en el último momento gracias a su pericia, lo que suele entretener mucho a los niños. Este bordo, que hacemos a unos 500 metros de la orilla, tiene un único peligro, que es el pecio de un pequeño barco de unos 20 metros de eslora ,que desde hace décadas yace sobre su costado en posición 43º 27´ 30´´ N y 003º 44´ 47´´ W. Este pecio está localizado a unos doscientos metros de la orilla y solo es visible en bajamar, y en cualquier otra altura de marea constituye un auténtico peligro pues no está balizado y está justo en la ruta de las numerosas embarcaciones de motor que navegan paralelas a la playa pero a distancias más cercanas que nosotros con los veleros. Este pecio ha provocado ya algunos accidentes y hundimientos de embarcaciones de recreo, por suerte sin riesgo para las vidas pues está tan cerca de la orilla que se la alcanza nadando en pocas brazadas, o incluso a veces haciendo pie, de manera que solo se pierde el barco.
Una vez a sotavento de la isla, la elección del sitio de fondeo y forma de desembarco depende de los veleros que hayan navegado ese día. Si se trata de barcos pequeños con orza abatible, solemos acercarnos a la misma playa y meter la proa en el arenal, que como ya dije es de arena fina y no entraña riesgos para la embarcación. Si se trata de barcos grandes de quilla fija, habitualmente fondeamos más cerca de la playa de Los Tranquilos, justo frente a la isla, y desde allí accedemos en la Zodiac. Es un lugar ideal para enseñarles a los niños a remar o incluso a usar el fueraborda del anexo, pues la distancia a recorrer es grande para hacerla remando (entre 200 y 300 metros) y sometida a la corriente de marea que discurre por la canal. Por lo tanto, solemos hacer varios viajes a motor para desembarcar todos. La playita termina en su extremo este con los restos de un pequeño embarcadero que es poco utilizable, pues carece de noray o anilla de amarre y está expuesto a las olas y corrientes de la canal. Así pues, lo práctico es varar el anexo directamente en la playa.
Las aguas de la isla son limpísimas por estar ya fuera de la bahía, y los fondos muy variados para bucear, pues se forman pasillos de arena entre acantilados de roca. Por lo tanto, es un lugar ideal para bañarse. Pero el aliciente principal es, lógicamente, la excursión a la isla. Esta excursión terrestre con los niños suele consistir en recorrer el perímetro de la isla por su zona más despejada de vegetación, exploración de los restos y rastros de los conejos y, si hay suerte, poder contemplar alguno, encontrar restos de cartuchos, alcanzar el vértice geodésico que hay en su cumbre (una simple columna de hormigón pintada de blanco) investigar los nidos de gaviotas como en Mouro, y dejarse sorprender por las olas que proceden de alta mar y rompen en los acantilados de la costa Norte, mucho más agreste. Para este recorrido hay que insistir a los niños en que desembarquen calzados, aunque de un primer vistazo la arena fina del playazo invite a hacerlo descalzo. Se puede merendar en la isla para cambiar la costumbre