pues lo hacemos rumbo al Oeste y el sol se pone justo delante de nuestra proa, tiñendo de distintos tonos naranjas, rojos y amarillos el cielo y el mar, en el marco de toda la entrada de la bahía, y con nuestro barco entre la península de la Magdalena a estribor y el Puntal a babor. Realmente, una navegación de regreso de lo más relajante. La mayoría de los días que llegamos tarde a puerto es por haber estado en Santa Marina, ya que la belleza del lugar nos retiene más de lo esperado, y al hacerse de noche, cae la brisa térmica del verano y las cinco millas que la separan, por ejemplo, del puerto de Marina del Cantábrico, o las siete del de Astillero, con esa brisita se tardan más de una hora en recorrer. El tiempo pasa deprisa en el mar cuando lo estás disfrutando.
Formando parte del mismo espacio natural y de la misma figura de protección está el estuario del río Miera, que todo el mundo conoce como “río Cubas”. Se llama así a los últimos meandros del río, sujetos a la influencia de la marea (por lo tanto, es una ría) que desemboca en el extremo este de la bahía, entre la península de Pedreña y el arenal del Puntal. Actualmente, es navegable en unas cuatro millas desde su desembocadura en Somo, a través de numerosos meandros que discurren entre un paisaje de pastos y tierras de cultivo, muchos de ellos ganados al mar mediante rellenos que han disminuido su lámina de agua prácticamente a la mitad. El problema para los veleros es el puente que cierra su entrada. Se inauguró el 7 de julio de 1977 (el mismo año que el aeropuerto de Parayas y que el ayuntamiento adquirió la península de La Magdalena) y a cambio de acortar en veinte kilómetros la distancia por carretera de Santander a Somo, bloqueó el acceso a este bellísimo estuario a los veleros, que ya no pudimos pasar con nuestros mástiles por debajo de sus arcos. Solo los pocos afortunados que disponen de barcos con vela latina (con un mástil más corto que se suple por una verga abatible) pueden acceder. Por eso, la excursión al río Cubas con los niños debemos hacerla en motoras.
Para esta excursión, debemos elegir un día de pleamar viva, más de 100 de coeficiente, para garantizar el acceso hasta el final de su recorrido y evitar sorpresas desagradables con los bajíos. Como todos los ríos y rías, la cartografía es solo aproximada y cada año o cada riada pueden modificar el calado en algunos puntos. Antes de hacer la excursión con los niños, hacemos una visita de exploración para evitar sorpresas, y hemos podido comprobar que la cartografía electrónica actualizada de tres o cuatro años atrás nos llevaba por alguna de las zonas de menor calado, con riesgo de varada. Además, hay que tener mucha precaución con los obstáculos inesperados, fundamentalmente árboles arrastrados por el río que han podido quedar encajados en el fondo y ser peligrosos por velar alguna rama entre dos aguas. Otra precaución es corregir la hora de la marea con un retraso aproximadamente de dos horas respecto a lo indicado en las tablas (que dan las horas de la marea a la entrada de la bahía), que es el tiempo que tarda la corriente de marea en alcanzar la parte alta de la ría, que dista unas seis millas del mareógrafo de La Magdalena tomado como referencia en las tablas.
La ensenada que nos encontramos nada más atravesar el puente es muy extensa (aproximadamente dos kilómetros de largo en dirección Norte-Sur y 500 metros de ancho en dirección Este-Oeste) pero de poco calado, y dispone de un balizamiento poco ortodoxo que suponemos han ido colocando los usuarios de esta vía de navegación, consistente en distintos artilugios flotantes fondeados y unos postes de madera con un aspa de color rojo en su extremo, que recuerdan a las estaciones de tren. Este balizamiento señala las canales que el río ha ido labrando en ese páramo poco profundo y son muy irregulares; solo a partir del segundo meandro puede seguirse el criterio general de buscar la zona más profunda en la orilla que haga la curva mayor en cada concavidad del río. La primera ensenada está rodeada de vegetación espesa, fundamentalmente bosque de eucalipto, que aunque sea criticable por no ser arbolado autóctono, estéticamente le da un aspecto salvaje muy seductor. En la orilla Oeste está, detrás de los eucaliptos, el campo de golf de Pedreña pero casi no es visible desde el agua. En la orilla este hay algunas viviendas particulares, muchas de ellas invisibles detrás de los eucaliptos, solo delatadas por los embarcaderos rústicos para su uso particular. Estos embarcaderos son muy curiosos por el desarrollo del ingenio que se ha utilizado para hacerlos duraderos en esta zona de grandes corrientes y crecidas del río.
Especialmente interesante es uno consistente en dos botes amarrados en línea y fondeados por proa y popa paralelos a la dirección de la corriente; su cubierta se ha modificado mediante la instalación de una plataforma lisa sobre la que apoya una pasarela con ruedas, que amortigua los cambios de altura de la marea con un movimiento de traslación sobre la citada plataforma. El velero que amarra allí (un barquito con vela latina y el bonito nombre de “Reina del Cubas”; ¡qué reminiscencia del “Reina de Africa”!) hace una imagen preciosa en aquellos paisajes desiertos. La canal del río en esta primera etapa discurre haciendo un arco por la orilla este, precisamente donde se ubican estos embarcaderos.
A partir de la primera curva del río empezamos a ver lo que será el principal atractivo de la excursión: las aves acuáticas. En efecto, este plano de agua poco concurrido y rico en nutrientes y todo tipo de vida microscópica en los fondos fangosos, es el paraíso de las aves limícolas (las que se alimentan de animalillos del barro) y de multitud de otras aves acuáticas que se encuentran allí en su elemento y sin ser molestadas por el hombre: garzas comunes y reales, garcetas, patos, y hasta algunas rapaces. Alguna parte del recorrido se navega muy cerca de los muros de contención de los terrenos ganados a la ría, y como la excursión la hacemos en pleamares vivas, es posible asomarse por encima de ellos y comprobar que el terreno de pasto se encuentra más bajo que el nivel del agua sobre el que navegamos. Cualquier defecto en la construcción del muro anegaría los campos vecinos. En un paisaje típicamente campestre más que marinero, desfilan por la borda campos de siega, pastos donde las vacas conviven con las garzas y garcetas, caballos, rollos de siega ensilados en plástico, un convento que se refleja en el agua de un meandro del río, y todo ello aderezado con las numerosas aves que levantan el vuelo cuando se acercan las motoras. Al final de la zona navegable, cuando el agua es predominante dulce por estar poco influida por la marea, es posible incluso ver tortugas de agua tomando el sol en las rocas o las orillas, probablemente ejemplares abandonados de acuarios caseros que han encontrado allí su hábitat, y sin duda les va bien, lo que se deduce de su gran tamaño (las hemos encontrado del tamaño de un casco de motorista).
A mitad del recorrido hay una poza en el río y en la orilla unos árboles enormes, de los que los vecinos han colgado una gruesa maroma para tirarse al agua. La llamamos “la liana” porque allí los niños juegan a Tarzán tirándose al río desde la orilla. El desnivel entre la tierra y el agua es grande y se sale del río gracias a una rampa en la que se han tallado unos escalones. Desde la posición más alta hay unos cinco metros, y tirándose desde allí con la liana se describe un movimiento pendular del que hay que descolgarse al llegar al otro extremo del recorrido, es decir, unos cinco metros sobre el agua. Los niños más pequeños pueden tirarse desde alturas intermedias, soltándose para caer al agua a menor altura. La diversión está garantizada, añadiéndose los días de crecida el aliciente de que el agua esté marrón, lo que da al baño cierto componente de transgresión de lo que les dejan hacer habitualmente. En efecto, entre la turbidez del agua y el barro de la orilla, suelen volver a bordo bastante guarretes y con los pies negros. Además, los días de pleamar que escogemos para la excursión los aprovechan también, lógicamente, las Pedreñeras que hacen excursiones organizadas para visitar el río. Inesperadamente, te cruzas en el trayecto con un barco alto de dos pisos, que puede aparecer sorpresivamente tras cualquier curva. Y si la Pedreñera pasa por delante cuando los niños se están tirando desde la liana los pasajeros intercambian expresiones de asombro en cada zambullida, incluso con aplausos si lo ha hecho bien. Estas expresiones les motivan bastante, sobre todo a los mayores.
Cerca del final de la zona navegable del río hay una isleta que lo divide en dos, y que debe bordearse por la canal de babor según se sube. Y en el siguiente meandro tras una curva cerrada hacia la izquierda, otra isleta cierra ya totalmente el río, y a partir de ella solo puede seguirse en piraguas o embarcaciones pequeñas, incluso en algunas zonas echando la piragua al hombro. Es el momento de dar media vuelta y emprender el camino de regreso. A estas alturas, los niños ya se han familiarizado con la nueva embarcación a motor y solemos dejarles llevar el barco a ellos, y ya en la ensenada de la boca de la