de la decadencia de los musulmanes en España e impidió su expansión hacia el resto de Europa. Tuvo también que desvelarse para amparar los derechos de la Iglesia frente a los reyes de países como Noruega, Suecia, Polonia o Hungría.
El fracaso de la conocida como «Cruzada de los Niños», predicada entre 1212 y 1213 en Francia y Alemania, provocó fuerte sufrimiento a Inocencio III. Numerosos muchachos acabaron como esclavos en mercados del Norte de África. Como señalará en el siglo XX la experta en management Jeanie Daniel Duck, el problema se encuentra en que cuando un mensaje de un directivo termina en fiasco, la pérdida de prestigio se extiende a los que se emitan posteriormente. La confianza necesita alimentarse durante años pero se pierde en apenas unos segundos. En 1199, juzgando insuficientes los frutos de la Tercera Cruzada, el papa se lanzó sin éxito a impulsar la cuarta. Insistió en 1207 y nuevamente –tras el mencionado patinazo– con ocasión del Concilio de Letrán, en 1215. La fecha prevista para ponerse en marcha era el 1 de junio de 1217. El fallecimiento del pontífice en 1216 suspendió los preparativos. Del concilio subsistiría una buena definición de la transustanciación para explicar la transformación del pan y vino en el Cuerpo y Sangre de Cristo. También el decreto de que los fieles debían confesar y comulgar cuando menos una vez al año, en Pascua de Resurrección.
En otro frente, el del Languedoc, se desarrolló en esas fechas el enfrentamiento con los albigenses o cátaros, a los que ya me he referido. Sus orígenes se remontan a una camarilla maniquea surgida en el Imperio bizantino en el siglo sexto. El fundador, Constantino de Manalis (localidad cercana a Samosata), promovió un movimiento político-religioso que acabaría por mudarse a Bulgaria. Algunos remiten incluso los cimientos conceptuales a Novaciano (Frigia, 210-278), el primer presbítero en emplear el latín en la Iglesia occidental. Llegó a ser antipapa frente a Cornelio. Asesinado el papa Fabián (+250) durante la persecución de Decio, fue elegido Cornelio, comprensivo con los lapsi. Algunos clérigos secundaron a Novaciano, reacio a ese perdón. En otoño del 251 un sínodo le condenó y desterró de Roma. Su reacción fue promover la Iglesia de los puros (katharoi), que prolongó su existencia hasta el siglo VII. Negaban la posibilidad de que la Iglesia pudiera conceder perdón a los renegados durante una persecución e incluso a quienes hubieran pecado mortalmente. Novaciano falleció bajo el emperador Valeriano I.
De esos hontanares, en torno al año mil surgieron los cátaros, instalados en la Provenza bajo la protección, entre otros, del conde de Tolosa. La violencia promovida por los encargados de aplacar aquella herejía a comienzos del siglo XIII desbordó los propósitos del papa. La bullanga había surgido por el lamentable ejemplo de los dispendios eclesiásticos. Con la llegada de Rodolfo y Pedro de Castelnau, cistercienses delegados pontificios, pintaron bastos. El asesinato del segundo marcó el arranque de una guerra para nada cabal. Como detallo a la hora de hablar de los dominicos, más eficaz sería la predicación de Diego de Osma y Domingo de Guzmán a su paso por aquellas tierras. Inocencio III trató de frenar los excesos de las tropas de Simón de Monfort, ávido de enriquecerse aplicándose más allá de la defensa de los intereses religiosos. Aquel acucioso y codicioso militar expiraría durante un asalto bajo las murallas de Toulouse en 1218.
Forma parte del activo de Inocencio III la puesta en marcha del hospital del Santo Espíritu, en Roma. Sin olvidar que tuvo que imponerse frente a las descabelladas ambiciones expansionistas del patriarca de Bizancio y de las injerencias seculares en casi cualquier punto de Europa. Como se analiza en los correspondientes capítulos, durante su pontificado darían sus primeros pasos los proyectos de Domingo de Guzmán, los dominicos, y de Francisco de Asís, los franciscanos. En este segundo caso, el programa le pareció descomedidamente austero. Aun así, y en vista del lamentable contexto religioso de Europa, lo aprobó. Falleció cuando se encontraba a punto de dirigirse hacia la Toscana para atajar el enfrentamiento armado entre Pisa y Génova. Su intención era reconducir los afanes guerreros hacia la Cruzada. La muerte, como se ha señalado, se le cruzó en Perugia el 16 de junio de 1216.
El historiador alemán Gregorovius lo elucidaría así: «Inocencio III puede verdaderamente llamarse el Augusto del papado; no fue un genio creador, como Gregorio I y Gregorio VII, pero sí uno de los hombres más notables de la Edad Media: espíritu severo, robusto, concentrado; todo un príncipe; estadista de inteligencia penetrante; sumo sacerdote de fe sincera y ardiente».
Algunas enseñanzas
La amistad franca se conoce en los momentos de necesidad, amicus certus in re incerta cernitur
Es aconsejable aprovechar los tiempos de calma para profundizar
A nadie le ha parecido que sus tiempos son afables. Quizá porque no existe época que lo sea
Algunos, para ventilar chamusquinas, crean otras mayores
Una cosa es decir, otra es hacer, o aliud est facere, aliud est dicere
Unos siembran y otros recogen, o alii sementem faciunt, alii metent
El poder es un afrodisíaco que muchos anhelan, disfrazando ese deslavazado afán con buenas intenciones
Se busca gente sumisa, pero se denomina captación de talento
Para lograr buenos resultados es preciso partir de unidad interna
Afrontamos más estorbos de aquellos con los que se podrá apechugar. Hay que escoger y resolver los prioritarios
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