siempre mientras viva —esa es su gran esperanza— a los Sacramentos, a la Eucaristía, a los santos, a la Virgen María, a Jesucristo y a Dios».
Llevado de una noble impaciencia, Newman adopta un tono emocionado ante algunos que «no consiguen entender cómo nuestra fe en el Santísimo Sacramento sea una porción viva de nuestro espíritu. Piensan —continúa— que es una simple profesión externa, que abrazamos sin asentimiento interior, y solo porque se nos enseña que nos perderemos en caso de no aceptarla; o bien porque, comprometida la Iglesia católica desde tiempos antiguos en la enseñanza de esta verdad, no tenemos actualmente más remedio que defenderla, aunque con gusto dejaríamos de hacerlo si no nos obligara un cierto sentido de lealtad y un espíritu de partido.
»Creen que si pudiéramos renunciaríamos a la doctrina de la transubstanciación como a una pesada carga. ¡Extrañas palabras! Sería malo usarlas, hermanos míos, si no fueran necesarias para haceros entender los dones que poseéis... ¡Palabras en verdad ofensivas y profanas! ¿Cómo puede ser un alivio renunciar a la enseñanza de que Jesús está en nuestros altares? Sería tanto como renunciar a la fe en la divinidad de Cristo o a que Dios existe».
Se dirige asimismo al hombre de buena voluntad para ilustrarle el misterio de la Eucaristía y decirle que la doctrina católica sobre la Presencia real no es mucho más misteriosa, por ejemplo, que el modo en que pueda existir un Dios que no ha comenzado nunca su existencia.
«Asistid a Misa siempre que sea posible, visitad al Santísimo Sacramento, haced actos frecuentes de fe y amor, y procurad vivir en la presencia de Dios». Es un programa para católicos lleno de resonancias personales, más claras aún en la súplica que el autor sugiere y casi pone en los labios de los lectores: «Que Tu Cuerpo sea mi comida».
10. Además de protagonizar los dos brillantes discursos finales, la figura de María ha estado presente a lo largo de todo el volumen. Ella es toda pura y el pecado no tuvo parte en su vida. María, la más perfecta imagen, después de Cristo, de todo lo bello, tierno, suave y consolador en la naturaleza, nunca necesitó conversión. Es la luminosa Estrella de la mañana, el único consuelo humano importante de Jesús doliente, que no estuvo en Getsemaní porque era precisamente la única que hubiera podido consolar a Cristo.
«Si la Madre del Salvador debe ser la primera criatura en santidad y belleza, si desde el principio de su ser estuvo libre de todo pecado..., ¿qué es propio de sus hijos sino imitarla en su devoción, su mansedumbre, sencillez y modestia? Sus glorias no le han sido concedidas solamente con vistas a su Hijo, sino también por causa y a beneficio nuestros. Imitemos la fe de quien recibió el mensaje de Dios sin sombra de duda; la paciencia de quien soportó la sorpresa de José sin pronunciar una sola palabra; la obediencia de quien subió a Belén en el invierno y dio a luz al Señor en un establo; el espíritu de oración de quien meditaba en su corazón lo que veía y oía acerca de su Hijo; la fortaleza de quien tuvo el corazón atravesado por una espada de dolor; la entrega, en fin, de quien dio a su Hijo durante el ministerio público y aceptó abnegadamente Su muerte en la Cruz».
«María es nuestra Madre. Interesadla —exhorta el autor— en vuestro éxito espiritual. Pedídselo seriamente, pues Ella puede hacer por vosotros más que nadie. Recordadle en vuestra oración los dolores que Ella sufrió cuando una afilada espada traspasó su alma. Recordadle su propia perseverancia, que constituyó en Ella un don del mismo Dios al que pedís la vuestra. El Señor no os lo negará, no se lo negará a Ella, si acudís a su intercesión».
Los Discursos se cierran con un canto mariano, en la esperanza de que la Virgen propicie en el lector los frutos pretendidos por el libro.
Con frecuencia se habla hoy de John Newman como pionero de ideas y corrientes que enriquecen en la actualidad el ámbito de la Iglesia y las actividades de numerosos cristianos. El lector de este libro comprobará por sí mismo en diversos aspectos la verdad y el alcance de estas afirmaciones. El hombre de esta década puede ciertamente establecer fácil comunicación con estas páginas que conjugan, en su letra y espíritu, lo tradicional y lo moderno; y sentirse no solo interpelado sino eficazmente orientado por ellas en cuestiones fundamentales de su existencia.
Vivimos una época de crisis espiritual semejante en muchos sentidos a la que diagnosticó e intentó superar el autor de estos Discursos. Es una crisis en la que el mundo parece desmoronarse y en la que el hombre cristiano está especialmente llamado a reconocer su identidad y a usar todas las energías que se encierran en su condición de hijo de Dios.
N. B. —Los números que a continuación figuran entre corchetes dentro del texto se refieren a las notas editoriales. Los que figuran sin corchetes son las notas del autor.
1 «Descuido de las llamadas y advertencias divinas». Que Newman expuso viva voce el contenido esencial de este texto podría quizás deducirse de una entrada de su diario en el día 12 de febrero. Dice así: «Comencé por la tarde la Conferencia sobre el pecado» (cfr. Letters and Diaries, Londres-Oxford, 1961-1980, XIII, 42). Pero la frase puede también referirse a la composición escrita de la Conferencia.
2 Cfr. Cartas a Miss Giberne (23 de julio: Letters, XIII, 239) y a Mrs. Bowden (2 de septiembre: id., 256).
3 Cfr. Letters, XIII, 396.
4 Conférences adressées aux protestants et aux catholiques, París, ed. Bray, 1850. En 1853 se publicó una segunda edición.
5 Religiose Vortr’àge an Katholiken und Protestanten, Mainz, 1851. En tiempos recientes se ha hecho una nueva edición alemana: Predigten vor katholiken und andersglaubigen, Stuttgart, 1964. En 1924 se había publicado una selección de estas Conferencias: Ausgewahlte Werke Newmans, VI Bd. Predigten der katholiken Zeit, en versión de Franz Zimmer.
6 «Nunca os arrepentiréis de haber buscado perdón y gracia en la Iglesia católica» (p. 87). Es este un pensamiento que retoma bajo formas diversas. Newman se refiere oportunamente en los Discursos a la eficacia de la confesión frecuente (cfr. pp. 86, 218, 258), a la necesidad de evitar confesiones defectuosas (cfr. p. 67), al sentido y naturaleza de la contrición (cfr. pp. 102, 109, 173), a la penitencia como única fuente segura del amor (cfr. página 150). Invita también a no dejar la confesión por falsa vergüenza o por desesperanza (cfr. p. 154), y suministra incluso una suerte de guión para hacer un buen examen de conciencia (cfr. p. 171).
7 Lectures on certain difficulties felt by Anglicans in submitting to the Catholic Church.
8 Lectures on the present position of the Catholics in England, addressed to the Brothers of the Oratory.
9 Newman se refiere a este volumen como «mi refutación del Anglo-catolicismo». Cfr. Letters, XIV, 214 (Carta a A. Allen: 10-XI-1850).
10 En el Prólogo explica Newman el sentido de la obra, y, entre otras cosas, dice: «No ha sido objeto del autor demostrar el origen divino del catolicismo, sino remover algunos de los obstáculos morales e intelectuales que impiden reconocerlo a los protestantes. No cabe esperar que los protestantes hagan justicia a una religión a cuyos miembros odian y ridiculizan» (cfr. Preface, IX).
11 Cfr. Letters, XIII, 333-34 (carta a Capes: 8-XII-1849).
12 «La verdad posee el don de vencer el corazón humano mediante la persuasión, o por una suave violencia; y si lo que predicamos es la verdad, se hará algo natural,