Linda Miles

Justo antes de la boda


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malicioso en los ojos de su primo.

      —Oh, te refieres a acostarme con alguien –soltó ella sin rodeos—. Debería habérmelo imaginado. ¿Es que no puedes pensar en otra cosa?

      —De vez en cuando –respondió Chaz—. Ya te dije que no creía que fuese tu estilo.

      —Es una idea estúpida. ¿Qué se supone que debo hacer? ¿Entrar en un bar y proponérselo al primer hombre que vea? ¿Cómo demonios va a hacer eso que me sienta mejor?

      —No te estoy sugiriendo que te acuestes con cualquiera –le dijo él.

      —Bueno. ¿Y qué tienes en mente? –preguntó Tasha con exasperación.

      Él levantó una de sus negras cejas burlonamente.

      —Podrías pasar la noche conmigo.

      Tasha se lo quedó mirando un momento y, entonces, para su propio asombro, se echó a reír.

      —Chaz, eres imposible. Siempre con tus estúpidas bromas.

      —No es una broma –dijo Chaz—. Es una sugerencia seria que probablemente haría que te sintieses mejor.

      Tasha clavó la mirada en el loco de su primo. Aunque, por supuesto, no era su primo. Chase Taggart era el hijo de la primera esposa del segundo marido, ¿o era la segunda esposa del primer marido…? No. Los padres de Tasha se habían divorciado cuando ella tenía diez años. Su madre, abandonando a su primer marido se había ido un tiempo a casa de su hermana, quien entonces iba por el tercero. La tía Mónica tenía un glamouroso nuevo marido; el marido tenía un hijo. Ese hijo, que claramente no tenía ninguna relación con Tasha, era Chaz, cinco años mayor y cinco mil años más sofisticado, con un agudísimo ingenio que utilizaba incansablemente con cualquiera de sus cuatro o cinco familias cuando se le ocurría visitarlas.

      Su loco, endemoniado, pero no verdadero primo la miraba con ojos divertidos.

      —¿Y bien?

      —Y bien ¿qué? –dijo Tasha.

      —¿Cuál es tu respuesta?

      —Mi respuesta es que creo que eres despreciable –respondió ella bruscamente—. Ves a una mujer completamente destrozada y, en lugar de mostrar una pizca de compasión, te aprovechas de su estado vulnerable para seducirla.

      Una sonrisa asomó en la comisura de los labios de su primo.

      —Existen diferentes maneras de mostrar compasión –dijo Chaz sin remordimientos—. Aunque la compasión que puedo sentir por ti es limitada; acabas de librarte de la sentencia de pasar tu vida con un completo imbécil. Mirándolo bien, ya no tendrás que volver a acostarte con Jeremy, ni con aquel otro idiota. ¿Cómo se llamaba? Oh, sí. Martin. Ni con el anterior. Malcolm, ¿no? Por todos los santos, Tash, ¿de dónde los sacaste? ¿Por qué al menos no eliges a alguien que sea bueno en la cama?

      Tasha sintió la sangre de sus venas bullendo de rabia.

      —No pienso hablar de ellos contigo— dijo ella fríamente—. Sólo quiero dejar claro que es imposible que sepas cómo eran ellos en la cama.

      —Claro que lo sé –dijo Chaz como si tal cosa—. Si crees que es egoísta seducir alguien, como has dicho, debe de ser porque piensas que el hombre es el único que disfruta, lo que significa, encanto, que no lo han debido de hacer muy bien.

      Tasha se dio cuenta de que estaba rechinando los dientes.

      —No quiero hablar de ello –volvió a decir en un tono que había pasado de frío a congelado.

      —Pobrecita, ¿tan malo fue? –dijo Chaz, con la misma sonrisa taimada—. Pero claro, yo ya tenía mis sospechas…

      —No quiero hablar de ello –repitió Tasha furiosamente.

      —Por supuesto que no –dijo él—. Te gustaría pegarme porque tengo razón. Completamente injusto. Después de todo, yo no soy el que te ha dejado aburrida y frustrada por falta de imaginación y total incompetencia técnica…

      Tasha ni siquiera lo pensó. La rabia le levantó la mano y la lanzó, cortando el aire, al atractivo y provocador rostro.

      Una mano le apresó la muñeca.

      —Sé que te gustaría pegarme, Natasha –dijo Chaz con la voz grave, pronunciando su nombre como una caricia—. Pero no te precipites –sus ojos brillaron—. Éste es el trato. Déjame besarte, y si no te gusta puedes pegarme, y yo no te pegaré a ti.

      Tasha intentó soltarse, pero él le apretó la muñeca.

      —Vamos, Tash –dijo él con ojos sonrientes—. No me digas que nunca lo has pensado. Y, además, sólo es un beso. ¿De qué tienes miedo? ¿De que te guste demasiado?

      Tasha se quedó mirándolo sin habla.

      Él se rió.

      —Bueno, intentemos el desarme unilateral –le soltó la muñeca, y él bajó las manos—. Vamos, Tash –dijo en un tono aún más bajo—. Cierra los ojos.

      Sin saber por qué, Tasha dejó caer la mano inofensivamente en su regazo y cerró los ojos.

      Al principio, pensó que él le estaba tomando el pelo, que sólo era una broma para ver qué hacía ella. Pero, entonces, algo rozó sus labios ligeramente como el ala de una mariposa, y luego cesó. Era como si le hubiesen acercado una cerilla encendida a la boca, acariciándole los labios con el aire caliente de la llama. Y volvió, pero esa vez se detuvo una fracción de segundo antes de retirarse.

      Tasha sintió un cosquilleo en los labios y contuvo la respiración. Ese roce tan suave no tenía nada que ver con su horrible primo Chaz, siempre tan engreído, tan arrogante, tan convencido de que era un super-semental. Algo volvió a tocar su boca, el tiempo suficiente para que sintiese el calor de un aliento antes de desaparecer. Sus labios se abrieron involuntariamente, y entonces la boca de Chaz estaba en su boca y Tasha pudo sentirla, algo tan suave y dorado como su whisky, latentemente perverso en su ambarina profundidad. La calentó como el whisky, fundiendo un poco el frío y duro hielo del dolor que invadía su pecho; tomó aire, abriendo más la boca.

      La punta de la lengua de Chaz recorrió la sensible piel de su labio superior, dejándole una sensación de cosquilleo, como de electricidad, y el interior del labio hormigueó también, expectante. Pero la lengua se retiró, dejando sólo el recuerdo de la sensación, el deseo de sentirlo otra vez. Entonces, él le pasó la punta de la lengua justo por el interior de sus labios, y la realidad fue mejor que la imaginación, intoxicante por su intensidad. Tasha exhaló un largo suspiro, relajándose en el beso; un calor meloso invadió su cuerpo, disolviendo el sufrimiento, o tal vez sólo protegiéndola momentáneamente de su amargo frío. Tasha dejó que su boca se fundiese con la de él, paladeando su sabor embriagador.

      Él retiró su boca, y ella esperó a sentirla de nuevo en la suya, pero esa vez no volvió.

      —Ya puedes abrir los ojos, Tasha –dijo Chaz quedamente.

      Ella los abrió. Fue un shock ver a Chaz ahí con su aspecto de siempre; Tasha podría haber pensado que se había imaginado esos besos de mariposa, pero su boca aún seguía húmeda y sonreía ligeramente.

      Se sentía algo mareada. El calor, la maravillosa sensación de que nada importaba salvo ese preciso instante, se había ido con el beso; la dura y fría roca estaba de nuevo en su interior.

      Miró a Chaz como si lo viese por primera vez, examinando la burlona boca, los brillantes ojos negros bajo la gruesa línea oblicua de sus cejas, la nariz aguileña y la firme mandíbula.

      —Y bien, ¿qué te ha parecido, encanto? –preguntó él, arqueando una ceja.

      —Pues… —empezó a decir Tasha, sin dejar de mirarlo—. Tenías razón. Esto no tiene nada que ver con los sentimientos; es sólo cuestión de técnica. Debes haber practicado mucho para hacerlo tan bien.

      —Entonces no quieres pegarme.

      —No