Linda Miles

Justo antes de la boda


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físico. Podemos disfrutar de ello y después olvidarlo. Me ayudará a no pensar en todo esto.

      Una extraña expresión afligida asomó al rostro, normalmente tan confiado, del hombre que estaba a su lado.

      —Oh, Dios –dijo él.

      —Mi padre tardará en volver. Estoy tomando la píldora. Podemos ir arriba ahora –dijo Tasha—. ¿O prefieres tomar otra copa antes?

      Chaz le tomó la mano y le acarició la palma con su dedo pulgar. El calor se extendió por la palma de su mano y ascendió por su brazo. Tasha ahogó un suspiró.

      —Tash, cariño –dijo Chaz—. Sé que ha sido idea mía, pero probablemente no sea tan buena idea.

      —¿Por qué no? ¿Crees que no te lo pasarías bien?

      —Sí, pero…

      —¿Crees que yo no me lo pasaría bien?

      —Sí, pero…

      —¿Qué problema hay, entonces? –preguntó Tasha con impaciencia.

      Él sonrió irónicamente.

      —Creo que después me odiarías. Probablemente no puedas odiarme más de lo que ya me odias, pero…

      —No te odio, Chaz –lo interrumpió Tasha, ignorando convenientemente su antigua convicción de que Chaz era una mancha que ensuciaba el planeta—. Sólo creo que eres egoísta y te da miedo comprometerte. ¿Temes que luego te persiga?

      —No, no temo eso –él seguía acariciándole la palma con el pulgar—. Sólo creo que estas asumiendo demasiadas cosas a la vez, y tú eres muy vulnerable –levantó una ceja como burlándose de sí mismo—. Probablemente me odie por esto, pero no creo que deba aprovecharme de lo que obviamente es un momento de arrebato.

      Tasha lo miró sin comprender. ¿Cuándo había rechazado Chaz a alguien a quien desease? Seguro que era porque era poco atractiva.

      —Sé que estoy horrible, pero es porque estoy empapada. Estaré mejor cuando me seque.

      —Estás maravillosa –dijo Chaz—, pero la respuesta es no.

      —¿Es porque piensas que no soy buena en la cama?

      Chaz le sonrió de nuevo con aflicción.

      —Tasha, cariño –dijo él—, no pienso eso, y me encantaría tener la oportunidad de descubrirlo, pero, por si no lo has notado, estoy siendo caballeroso por primera vez en mi vida.

      Tasha se recostó cansinamente en el sofá. Por un minuto había pensado que podría escapar del pesado peso de su pecho. Durante una hora, tal vez dos, ese maravilloso calor dorado habría invadido su cuerpo y tal vez le abría hecho olvidarse de todo por un momento. Pero iba a quedarse con ello. Una lágrima rodó por su mejilla.

      Chaz se la enjugó con un dedo.

      —Puede que yo sea bueno, pero no tan bueno.

      —Me encantaría tener la oportunidad de descubrirlo –dijo Tasha con indirectas—. No considero que sea muy caballeroso engatusarme y luego echarte atrás en el último momento. Apuesto a que te enfurecerías si una mujer te hiciera eso a ti y luego te dijese que era por tu propio bien.

      —Touché –dijo Chaz—, pero sigo pensando que te arrepentirías –le sonrió—. Te diré lo que podemos hacer. Imagínate que soy realmente tu primo, imagínate que no me detestas, y te daré un hombro para llorar.

      Chaz deslizó un brazo por los hombros de Tasha, y el otro por debajo de sus rodillas, sentándola en su regazo. La rodeó con su fuertes brazos; las piernas de Tasha quedaron encima de sus poderosos muslos. Ella podía oír el corazón de Chaz palpitando en su poderoso pecho.

      —¿Mejor así? –preguntó él, agitándole el cabello con su aliento.

      Sí y no. La fuerza y solidez del cuerpo que la sostenía era un alivio, manteniendo a raya un poco el sufrimiento. Pero hacía que todo su cuerpo le doliese de un anhelo que no podía ser satisfecho.

      —Un poquito mejor –respondió Tasha—. Pero ¿podrías no apretarme tanto?

      —Perdona –dijo él, aflojando los brazos.

      —Gracias.

      Tasha le rodeó el cuello con los brazos y él la miró con recelo.

      Ella miró su boca firme y sensual.

      —¿Crees que me arrepentiré si te beso? –preguntó ella.

      Chaz levantó una ceja.

      —No –respondió irónicamente—. Pero puede que yo sí.

      Tasha sonrió.

      —Tú sabes cuidarte muy bien –dijo, y lo besó en la boca.

      Por una fracción de segundo, él vaciló. Pero Tasha había llegado a la conclusión de que era mejor no desperdiciar ninguna oportunidad, dado que Chaz parecía poseer esa insospechada vena de caballerosidad en su carácter.

      Tasha devoró la boca de Chaz como un hombre apura el último trago de su copa antes de la hora de cerrar el bar.

      La caballerosidad se fue a pique.

      Él volvió a estrecharla con fuerza entre sus brazos, abriendo su boca bajo la de Tasha, y respondiendo a la urgencia de sus besos con una avidez y una pasión que demostraron a Tasha cuánto se había tenido que contener antes. Ella le enterró las manos en el pelo, sujetándole la cabeza, y levantó la suya para mirar la cara del loco de su primo. Entonces lo devoró con la mirada con la misma avidez con que lo había devorado con la boca. Nunca había reparado en las imperfecciones físicas de sus novios a la hora de besarlos porque siempre pensaba que estaba besando a alguien de un carácter maravilloso. Chaz, por el contrario, era egoísta, malhumorado y poseía incontables defectos…pero era guapísimo. Tasha le besó las comisuras de los labios, jugueteando con la punta de la lengua. El sonrió, besándole también las comisuras de los labios, y deslizando la lengua en su boca.

      Entonces, Tasha sintió algo más caliente y más dulce que el tibio calor de antes, tan ardiente como un trago de brandy. Esa vez su sufrimiento no desapareció poco a poco de su mente. Salió despedido. No existía nada salvo el sabor de la boca de Chaz, la musculosa dureza de su cuerpo, y la sensación de que la lava corría por sus venas. Y la intoxicante certeza de que ella le producía a él el mismo efecto. Chaz siempre era sarcástico, frío, engreído, pero en ese momento su corazón palpitaba con fuerza junto al de ella, y Tasha oía los entrecortados jadeos de su respiración.

      Chaz bajó su mano al muslo de Tasha, apretándola contra sus caderas para que ella pudiese sentir cuánto la deseaba.

      Finalmente, él le puso las manos en los hombros y la apartó.

      —Tienes razón –dijo Chaz—. Esto es una locura. Vayamos arriba.

      Tasha le examinó la cara. El pelo le caía sobre la frente; sus ojos brillaban y su boca sonreía ligeramente. No sabía que era posible desear tanto a un hombre. Pero había otras pasiones bullendo en su interior. Se había comportado civilizadamente con Jeremy, alejándose de quien ella pensaba que era para toda la vida y que de pronto resultaba que no existía. Bajo la superficie sentía rabia por los hombres que aparentaban hacer algo por su bien, pero que cambiaban de opinión en cuanto deseaban algo. Sentada en el regazo de Chaz, podía sentir la tensión de su cuerpo, su deseo apenas contenido.

      —No creo que sea una buena idea –dijo Tasha, poniéndose de pie.

      —¿Qué?

      —Creo que después te odiarías –declaró Tasha burlonamente, sintiendo todavía su pulso acelerado.

      —Muy graciosa —dijo Chaz.

      —Tenías razón. Me encuentro en un estado muy vulnerable. Te arrepentirías si te aprovecharas de mí.

      La furia chisporroteó en los ojos negros de Chaz, y