que el contenido principal de la campaña consistiría en una serie de estudios bíblicos y videos sobre el fruto del Espíritu en Gálatas 5.22–23. Se llegó a esta decisión, en parte, porque sabíamos que John Stott, fundador de la Sociedad Langham, oraba todas las mañanas, pidiendo a Dios Espíritu Santo, que permitiera que el fruto del Espíritu madurase en su propia vida. Entonces, ya que Pablo enumera nueve elementos en su descripción del fruto del Espíritu, a Jonathan Lamb (quien era en ese momento el director de Langham Predicación) se le ocurrió la idea de llamar a nuestra campaña «Nueve al día: Ser como Jesús». Cada día deberíamos seguir cultivando estas nueve cualidades que conforman el fruto del Espíritu, así como deberíamos asegurarnos de comer cinco porciones de frutas o verduras todos los días.
En preparación para esa campaña, me comprometí a predicar una serie de exposiciones bíblicas sobre el fruto del Espíritu en la Convención de Portstewart Keswick en Irlanda del Norte (mi tierra natal) en julio de 2012. De aquellas exposiciones surgieron las breves y condensadas charlas que grabamos en video para la campaña «9 al día», y esas mismas exposiciones proveen el material básico para los capítulos de este libro. Así que lo que aparece en las siguientes páginas tuvo originalmente el formato de ponencia, y no he intentado cambiar o disimular ese estilo de comunicación al ponerlas por escrito.
El origen oral de este material nos conduce a otras dos observaciones. Primera, esta clase de libro se debe realmente leer con la Biblia a mano. En cada capítulo, he explorado algo de la profundidad y la amplitud del contexto bíblico de cada una de las palabras que el apóstol Pablo usa para describir el fruto del Espíritu. Así que habrá bastante exploración bíblica a medida que avancemos, y espero que sea una experiencia enriquecedora y alentadora.
Segundo, ya que espero que este libro sea útil para otros predicadores (como también para lectores cristianos en general), no he incluido a propósito muchas ilustraciones e historias. Eso puede parecer extraño ya que los sermones necesitan ilustraciones adecuadas que nos ayuden a enfatizar los puntos principales y lograr que los oyentes los recuerden. Y ciertamente cada uno de los elementos del fruto del Espíritu podría ilustrarse abundantemente con ejemplos e historias. Pero un elemento crucial de toda buena predicación es que no solo debe ser fiel al texto bíblico; también debe ser pertinente para el contexto local del predicador y sus oyentes. Por eso, dudé de sumar ejemplos extraídos de mi propio contexto en el Reino Unido. En cambio, he utilizado muchos ejemplos de historias y personajes bíblicos (especialmente de su personaje principal —Dios mismo, tal como se revela a sí mismo en el Antiguo Testamento y en la persona de Jesucristo). Es, entonces, la responsabilidad de cada predicador que quiera usar este libro como recurso para su propia predicación, pensar en ejemplos extraídos de su propia cultura y contexto, y así ilustrar y aplicar el desafío bíblico del fruto del Espíritu de una manera que involucre e impacte los corazones, mentes y vidas de su propia gente. Las preguntas al final de cada capítulo tienen el propósito de facilitar este proceso, y pueden servir también como preguntas iniciales para un estudio bíblico grupal de cada tema.
Chris Wright
Director de Ministerios Internacionales
Sociedad Langham
Junio de 2015
Introducción
Padre celestial, te ruego que este día yo pueda vivir en tu presencia y complacerte cada vez más.
Señor Jesús, te ruego que este día yo pueda tomar mi cruz y seguirte.
Espíritu Santo, te ruego que este día tú me llenes de ti y permitas que tu fruto madure en mi vida: amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio.
Esta fue la oración que John Stott hacía todos los días cuando se despertaba por la mañana. No debería sorprendernos, entonces, que muchas personas que conocieron a John Stott personalmente, decían que era la persona más parecida a Cristo que conocieron. Dios respondió a su oración diaria haciendo que el fruto del Espíritu madurara en su vida. Y lo que hace el Espíritu de Dios, sobre todo, es hacer que quienes ponen su fe en Jesús se parezcan cada vez más al Jesús que aman, en quien confían y a quien siguen. De hecho, podríamos decir que el fruto del Espíritu en Gálatas 5.22-23, con sus nueve cualidades, forma una bella imagen de Jesús. Porque Jesús ciertamente estaba lleno del Espíritu de Dios, y es Cristo quien mora en nosotros por medio del Espíritu. Entonces, cuanto más llenos estemos del Espíritu de Dios, y mientras el Espíritu más madure su fruto dentro de nosotros, más seremos como Cristo.
Esa también fue la oración del apóstol Pablo. No sabemos si, como John Stott, recitaba una oración así para sí mismo todos los días, pero ciertamente era lo que ansiaba ver en las vidas de todos a los que había llevado a la fe en Cristo. Pablo se sentía como una madre para los creyentes de Gálatas, «por quienes», dijo, «vuelvo a sufrir dolores de parto hasta que Cristo sea formado en ustedes» (Gá 4.19; las cursivas son mías). Pablo anhelaba que los creyentes cristianos estuvieran tan llenos del Espíritu Santo que en realidad Cristo mismo moldearía sus vidas desde adentro hacia afuera. Y es exactamente eso lo que Pablo quiere decir cuando habla del fruto del Espíritu en el capítulo 5 de Gálatas.
Pero ya que estos famosos versículos acerca el Espíritu Santo están en Gálatas 5, necesitamos retroceder un poco y ver algo del contexto respecto a lo que Pablo dice allí. Entonces podremos ver que su hermosa imagen del fruto forma un claro contraste con otras dos cosas que son mucho menos atractivas —dos cosas que los seguidores de Jesús deberían rechazar completamente. Volveremos a eso en un minuto. Pero, primeramente, sería bueno asegurarnos de tener una Biblia a mano para que juntos podamos ver algunos pasajes bíblicos.
Pablo había sido enviado por la iglesia en Antioquía a predicar las buenas nuevas de Jesús entre los gentiles (no judíos) en las provincias de Asia Menor (la actual Turquía). Leemos la historia en Hechos 13–14. Personas de varios pueblos de la región de Galicia habían respondido a la predicación de Pablo. Se habían convertido en creyentes de Jesús de Nazaret y lo reconocían como Señor y Salvador, como aquel que Dios había prometido en las escrituras del Antiguo Testamento (que Pablo habría tenido que explicar, ya que estas personas no eran judías y no sabían nada respecto al «Antiguo Testamento»). Es claro que Pablo les enseñó acerca del Dios de Israel y de esa gran promesa que le había hecho a Abraham. Dios había prometido a Abraham que por medio de él y sus descendientes «todas las naciones en la tierra» serían bendecidas (Gn 12.1–3). Sabemos que Pablo les había enseñado a los nuevos conversos sobre estas grandes promesas bíblicas, porque se refiere a ellas muy claramente en su carta, aquella carta que conocemos como «la Epístola a los Gálatas». Pablo les aseguró a los creyentes de Galicia que, al poner su fe en el Mesías, Jesús, de hecho, se habían convertido en parte del pueblo de Dios. Ahora ellos también eran hijos de Abraham —no porque se habían convertido en judíos (cultural o étnicamente, o por conversión proselitista), sino porque se habían convertido en hijos de Dios, adoptados en la familia de Dios por la gracia de Dios y mediante la fe en Jesús el Mesías. Aunque eran gentiles, ahora se habían convertido en parte del pueblo del pacto de Dios. Ellos ahora estaban incluidos entre la simiente espiritual de Abraham. En esencia, Pablo les dice: si están en Cristo, entonces están en Abraham, y las promesas de Dios son para ustedes.
Así es como lo explica:
Por lo tanto, sepan que los descendientes de Abraham son aquellos que viven por la fe. En efecto, la Escritura, habiendo previsto que Dios justificaría por la fe a las naciones, anunció de antemano el evangelio a Abraham: «Por medio de ti serán bendecidas todas las naciones». Así que los que viven por la fe son bendecidos junto con Abraham, el hombre de fe…
Todos ustedes son hijos de Dios mediante la fe en Cristo Jesús1, porque todos los que han sido bautizados en Cristo se han revestido de Cristo. Ya no hay judío ni griego, esclavo ni libre, hombre ni mujer, sino que todos ustedes son uno solo en Cristo Jesús. Y, si ustedes pertenecen a Cristo, son la descendencia de Abraham y herederos según la promesa (Gá 3.7-9, 26-29).
Eso es lo que Pablo les había enseñado, y es lo que les recuerda en esta carta.
Pero