Christopher J. H. Wright

Ser como Jesús


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vida eterna, no importa lo que digan.

      • El ejemplo positivo: Cristo (v. 16). Cristo estaba lleno de amor, y su amor lo llevó a entregar su vida (no a quitar la vida, como Caín). Así que la esencia del amor es autosacrificarse por los demás. Así es como el propio Jesús explicó su inminente muerte como el buen pastor (Jn 10.11, 15). Así lo dice Pablo: «Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros» (Ro 5.8).

      En resumen, Juan dice: no seamos como Caín (ni siquiera se lo imaginen). Seamos como Cristo (no solo en nuestros pensamientos, sino también en la vida practica, v. 18).

      Y luego, por si se nos ocurre imaginar que el principio del autosacrificio, de entregar la vida por otros (v. 16), solo es para aquellos momentos muy raros y extremos, cuando quizás realmente pudiéramos tener que morir por otra persona, Juan inmediatamente, en el versículo 17, ilustra lo que quiere decir. Se refiere a oportunidades sencillas, comunes y cotidianas donde verdaderamente se demuestre la generosidad, el afecto y la bondad: «Si alguien que posee bienes materiales ve que su hermano está pasando necesidad, y no tiene compasión de él, ¿cómo se puede decir que el amor de Dios habita en él?». Se trata de una pregunta retórica potente, a la espera de la respuesta: «No es posible, no importa lo que diga la persona». No podemos afirmar que amamos a Dios, o que el amor de Dios está en nosotros, si no ayudamos a los necesitados cuando tenemos la capacidad de hacerlo. Bueno, podemos afirmar que amamos a Dios, pero se trata sencillamente de una mentira, como más adelante dice Juan con una lógica devastadora: «Si alguien afirma: “Yo amo a Dios”, pero odia a su hermano, es un mentiroso; pues el que no ama a su hermano, a quien ha visto, no puede amar a Dios, a quien no ha visto» (4.20).

      2. El amor mutuo es evidencia de la fe

      Lo que expresa Juan sobre el amor (que necesita demostrarse con hechos concretos) es muy similar a lo que dice Santiago acerca de la fe en este conocido pasaje:

      Hermanos míos, ¿de qué le sirve a uno alegar que tiene fe, si no tiene obras? ¿Acaso podrá salvarlo esa fe? Supongamos que un hermano o una hermana no tiene con qué vestirse y carece del alimento diario, y uno de ustedes le dice: «Que le vaya bien; abríguese y coma hasta saciarse», pero no le da lo necesario para el cuerpo. ¿De qué servirá eso? Así también la fe por sí sola, si no tiene obras, está muerta (Stg 2.14-17).

      Es obvio que Juan hubiera estado de acuerdo, y Pablo también. Pero Juan conecta la fe con el amor de una manera que los hace tan inseparables como la fe y las buenas obras. De hecho, los reúne bajo un solo mandamiento: «Y este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y que nos amemos los unos a los otros, pues así lo ha dispuesto» (1Jn 3.23).

      Observen que Juan dice: «Y este es su mandamiento» (en singular). ¡Pero luego prosigue y afirma dos cosas! Hemos recibido el mandamiento de no solo creer en el nombre del Hijo de Dios, Jesucristo, sino también de amarnos los unos a los otros, y ambas partes forman un solo mandamiento. Si hacemos lo primero (creer), haremos lo segundo (amar). Si no estamos haciendo lo segundo (amarnos los unos a los otros), no estamos haciendo lo primero (creer en Jesús). No intentemos dividirlos, porque ambos son el mandamiento de Dios: creer en Jesús y amarnos los unos a los otros. Van juntos.

      Así que el amor mutuo no es solamente evidencia de la vida de Dios dentro nuestro, también es evidencia de la fe por la cual hemos llegado a recibir esa vida en primer lugar. Santiago dijo que la fe sin obras está muerta. Juan expresaría su acuerdo, diciendo que la fe sin amor (amor que se demuestra en las buenas obras) también está muerta, es decir, que no es más que una afirmación sin valor. De hecho, ya que «este es su mandamiento», de allí se deduce que, si no estamos demostrando amor práctico los unos por los otros, estamos sencillamente desobedeciendo los mandamientos de Jesús en los que decimos que creemos. ¿Entonces qué clase de discípulos somos?

      3. El amor mutuo es evidencia de Dios

      Uno de los versículos más famosos de la Biblia, después de Juan 3.16, es «Dios es amor». Así como con todos los versículos de la Biblia, es importante leerlo en su contexto. Aquí esta, marcado en cursiva, en un pasaje maravillosamente rico sobre el amor de Dios.

      Queridos hermanos, amémonos los unos a los otros, porque el amor viene de Dios, y todo el que ama ha nacido de él y lo conoce. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor. Así manifestó Dios su amor entre nosotros: en que envió a su Hijo unigénito al mundo para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y envió a su Hijo para que fuera ofrecido como sacrificio por el perdón de nuestros pecados. Queridos hermanos, ya que Dios nos ha amado así, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros. Nadie ha visto jamás a Dios, pero, si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece entre nosotros, y entre nosotros su amor se ha manifestado plenamente (1Jn 4:7-12).

      Juan expresa tres cuestiones principales en este pasaje.

      a) Dios es la fuente de todo amor (1Jn 4.7-8)

      «El amor viene de Dios», dice Juan. Todo el amor humano fluye de Dios porque Dios es la fuente de todo amor verdadero, ya que el amor es su propia naturaleza y su ser. Esto nos dice algo sobre Dios. Podríamos decir que Dios es amor en todo sentido. Todo lo que Dios hace o dice es, en última instancia, una expresión de su amor. Cuando Dios actúa con justicia, es la manifestación del amor de Dios. Cuando Dios actúa con ira, es el amor de Dios que se defiende a sí mismo (y a nosotros) de todo lo que podría estropear o destruir al mundo y a las personas que él ha hecho con amor. Toda la actitud de Dios y su accionar con su creación es amor. O como dice el Salmo 145 dos veces, «El Señor […] es bondadoso en todas sus obras» (Sal 145.13, 17). El amor de Dios es la realidad más grande del universo, incluso superior al mismo universo.

      Así que, efectivamente, este pasaje nos dice una verdad gloriosa acerca de Dios. Pero debemos recordar que Juan se dirige principalmente a sus lectores, y su punto principal es que quien no vive en amor con los demás no está conectado con Dios, quien es la fuente de todo amor. De hecho, tal persona realmente no conoce a Dios y no es su hijo.

      b) Dios nos ha mostrado la evidencia y el ejemplo de su amor (1Jn 4.9-11)

      Juan regresa a la esencia del propio evangelio. ¿Cómo sabemos que Dios nos ama? Porque Dios el Padre dio a su único Hijo, y Dios el Hijo voluntariamente se entregó a sí mismo, para salvarnos de la muerte eterna y darnos la vida eterna. La maravillosa verdad del evangelio de Juan 3:16 se encuentra bajo la superficie de estos versículos.

      La cruz es la demostración definitiva del amor de Dios, el amor del Padre y del Hijo. Observen el hermoso equilibrio entre 1 Juan 4.9-10, que habla del amor del Padre al enviar a su Hijo, y 1 Juan 3.16, que habla del amor del Hijo al entregar su vida por nosotros. Pablo expresa exactamente el mismo punto equilibrado cuando habla de Dios el Padre como «El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros…» (Ro 8.32), y del «Hijo de Dios, quien me amó y dio su vida por mí» (Gá 2.20).

      Pero, una vez más, hay que recordar el punto principal. Juan nos dice todo esto respecto al amor de Dios no solo para enseñarnos una buena teología de la expiación. Su gran objetivo es motivarnos a imitar el amor de Dios Padre y Dios Hijo, amándonos unos a otros. Y eso nos trae al clímax del argumento de este párrafo, en el versículo 11: «Ya que Dios nos ha amado así, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros». La cruz no solo es el medio por el cual somos salvos, sino también el ejemplo respecto a cómo debemos vivir.

      Pedro expresa el mismo punto doble. Dice respecto a Jesús: «en su cuerpo, llevó al madero nuestros pecados». Así es como nuestros pecados pueden ser perdonados, por la muerte expiatoria de Cristo. Pero en el mismo pasaje Pedro escribe: «Cristo sufrió por ustedes, dándoles ejemplo para que sigan sus pasos», el ejemplo de sufrir sin represalias y contragolpes (1P 2.21-25). De manera similar, dice Juan, el amor de Dios, demostrado en la cruz, es un modelo y un ejemplo que debemos seguir. «Ya que Dios…, también nosotros...». Es tan simple como esto.

      Entonces, si una persona está luchando con amar a otros cristianos (y sucede a menudo, por todo tipo de razones), hay dos cosas que debe hacer: primero, ir a la fuente del amor, a