Bruxy Cavey

El fin de la religión


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como nuestro conducto a Dios. La “religión” de la que hablo en este libro es cualquier sistema de reglas, regulaciones, rituales y rutinas que las personas usan para alcanzar su meta final espiritual, sus telos, sea que llamen a eso iluminación, salvación, nirvana, unión con lo Divino o algo más. No creo que ningún sistema o institución sea la manera de conectarse con Dios, aunque estas cosas pueden brindar algún apoyo en nuestro viaje.2

      Cuando hablamos de esta manera, estamos siguiendo los pasos de grandes pensadores como el filósofo existencialista Søren Kierkegaard (que distinguió entre la fe del cristianismo y la religión de la cristiandad), el teólogo suizo Karl Barth (que desafió a la iglesia a regresar a una fe centrada en Cristo), y el teólogo alemán Dietrich Bonhoeffer. Para muchos, este último es un héroe por enfrentarse a la religiosidad obsecuente con el régimen nazi de la Iglesia Luterana alemana durante la Segunda Guerra Mundial. Mientras estaba en prisión antes de ser ejecutado por los nazis, Bonhoeffer escribió Resistencia y sumisión: Cartas y apuntes desde el cautiverio, en el que establece la antinomia entre fe y religión y aboga apasionadamente a favor de un “cristianismo no religioso” o “sin religión”.

      Cristianismo sin religión. ¡Ya veo a Jesús sonreírse!

      El Jesús descrito en la Biblia ve las cosas que las personas normalmente asocian con la religión, como la oración y la peregrinación, el bautismo y el estudio de la Biblia, la asistencia a la iglesia y las donaciones caritativas, como posibles expresiones de la vida espiritual que Dios da, pero no como los medios para obtenerla. ¿Beso a mi esposa para ganar su amor? ¿O la beso para expresar el amor que ya compartimos? Uno representa la inseguridad de la religión. El otro muestra la intimidad de la fe.

      El mensaje de buenas noticias de Jesús es que Dios nos da vida espiritual como un regalo, el mismo que los escritores bíblicos resumen con la palabra gracia. Por supuesto, Dios quiere que vivamos una vida buena, pero la bondad que vivimos en este mundo es un acto de gratitud por nuestra vida espiritual y no un intento religioso de ser lo suficientemente bueno para ganar esa vida.

      Los primeros seguidores de Cristo enseñaron que vivir una vida buena y amorosa debe ser la expresión alegre de una persona que ha recibido la vida eterna, la salvación, como un regalo (véase Romanos 6: 23). No debemos cargar con el fardo de tratar de vivir una vida excepcionalmente buena que nos califique como candidatos a la salvación. El Nuevo Testamento alienta a los seguidores de Cristo a una vida amorosa por gratitud, no por temor a perder su lugar en el cielo. ¿Qué tipo de matrimonio amoroso construiría con mi esposa si la tratara amablemente solo por temor a que ella se divorciara de mí si yo no lo hiciera? ¿Qué clase de hijo sería si honrara a mis padres ancianos solo porque quiero la recompensa de su herencia? ¿Qué clase de padre sería si tratara a mis hijos con amor solo porque temo que, si los abuso, me hicieran daño? Más bien, yo muestro mi amor hacia mi familia a partir de un sentido de privilegio y gratitud por nuestra relación y porque ese amor ha ganado mi corazón.

      El apóstol Pablo solía expresar esa idea cuando escribía a la primera generación de seguidores de Cristo:

      Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios, no por obras, para que nadie se jacte. Porque somos hechura de Dios, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios dispuso de antemano a fin de que las pongamos en práctica (Efesios 2: 8-10).

      Observa que el regalo de la vida espiritual es lo primero. Las buenas obras vienen como resultado. Ese tipo de buen comportamiento no es como el intento de un prisionero que busca impresionar al director del penal para lograr la libertad condicional anticipada. Más bien, es la expresión alegre y agradecida de un prisionero liberado inesperadamente. El motivo es la ausencia de miedo, no su presencia. El apóstol Juan escribió: “… el amor prefecto echa fuera el temor. El que teme espera el castigo, así que no ha sido perfeccionado en el amor” (1 Juan 4: 18).

      Este es el yugo “fácil” de Jesús del que hablamos en el prefacio. No tenemos que trabajar para la salvación, ya sea que esas obras sean genéricas, buenas acciones o comportamientos expresamente religiosos, como la oración, el estudio de las Escrituras u otros rituales. Dios nos da la salvación, la vida, el amor y todo lo que necesitamos por adelantado, incluido un propósito en este mundo. Ese es su regalo para nosotros (ver Romanos 6: 23). Cuando nos damos cuenta de esto, cuando esa declaración penetra hasta la profundidad de nuestros huesos, vivimos, entonces, una vida que expresa gratitud al amar a Dios y a los demás. Hacer lo contrario sería falso y forzado.

      Las personas religiosas pasan por alto este mensaje y recurren a los rituales y regulaciones, la ética y las actividades que se les prescriben como la manera de lograr lo que Dios ya les ha ofrecido como regalo. Al hacerlo, se pierden la vida de Dios y no satisfacen su sed espiritual.

      Imagínate a una persona sedienta que sostiene una copa de agua. Ahora, imagina que esa persona lame el exterior de la copa en un intento de calmar su sed. Esa es una imagen de la religión. Las personas religiosas tienden a centrarse en la copa y olvidarse de los contenidos. Discuten sobre qué copa es la mejor, pero se olvidan de beber de alguna de ellas. Algunas copas están recargadas de adornos y otras son simples. Las personas se sienten atraídas por los diferentes estilos de recipientes, pero ninguno de ellos los sacia. No digo que no haya copa que no pueda ofrecer algo refrescante, solo que la religión en sí no es lo que refresca. De hecho, cuando creamos que hemos encontrado la copa apropiada, probablemente debamos descartarla, porque entonces habremos confundido los contenidos con el recipiente, la sustancia con la estructura, la fe con la forma. La fe puede expresarse en muchas maneras, pero eso no es lo que satisface. La Biblia llama idolatría al proceso de confundir la forma con la sustancia, y les sucede todo el tiempo a personas bienintencionadas.

      La Biblia cuenta una historia de un día en que Dios usó la estatua de una serpiente para ayudar a generar fe entre su pueblo. Unas serpientes venenosas empezaron a atacar a los israelitas durante su travesía por el desierto y muchos morían. Ellos clamaron a Dios para que eliminara a las serpientes, pero, en lugar de eso, Dios propuso un plan más creativo.3 Él podía sanarlos a todos de una vez y por cuenta propia, pero, como normalmente suele hacer, encontró una manera de asociarse con su gente para producir resultados. Así que hizo que Moisés construyera una estatua de serpiente y les dijo a los israelitas que miraran a la estatua de la serpiente con fe para que hubiera sanidad. La estatua fue una idea de Dios y cumplió bien su propósito (ver Números 21: 4-9). Sin embargo, más adelante en la Biblia, encontramos que las personas se enamoraron tanto de la estatua de la serpiente que comenzaron a adorarla en lugar de al Dios que se las había dado (ver 2 Reyes 18: 4). Lo que estaba destinado a ser un regalo de Dios se había convertido en un ídolo, un obstáculo para su relación directa. En lugar de adorar a Dios, terminaron por adorar la forma que tomó su poder en algún momento de sus vidas. Terminaron lamiendo la copa.

      A veces, las personas que saben que soy un seguidor de Cristo me preguntan si creo que todas las religiones llevan a Dios. Supongo que esperan que yo sostenga que solo la religión cristiana es el camino a Dios o que dé la respuesta abierta de que todas las religiones lo hacen. En lugar de eso, elijo una tercera alternativa. Les digo que no creo que todas las religiones conduzcan a Dios porque ninguna religión conduce a Dios. La religión no lleva a la gente a Dios más de lo que una copa apaga la sed.

      El relato de la Biblia es la historia de Dios que quiere que vayamos a él directamente, que nos ofrece herramientas para ayudarnos en nuestra relación, y que luego observa cómo se resquebraja nuestro corazón cuando nos enamoramos de las herramientas, en lugar de acercarnos a Dios. A través del profeta hebreo Jeremías, Dios expresa su decepción por nuestras tendencias:

      “Dos son los pecados que ha cometido mi pueblo:

      Me han abandonado a mí,

      fuente de agua viva,

      y han cavado sus propias cisternas,

      cisternas rotas que no retienen agua”. (Jeremías 2: 13)

      Dios mismo es la fuente de agua viva que quita la sed humana (véase también Jeremías 17: 13). Dios no le dice a su gente: