Bruxy Cavey

El fin de la religión


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alguien me dice que es una persona religiosa yo presto mis oídos para capturar el sentido y el espíritu subyacentes a las palabras antes que discutir por las palabras como tales, lo cual explica por qué en este capítulo defino los sentidos en que uso esas palabras. Toda conversación exige una cierta cantidad de traducción por el simple hecho de que la gente usa los términos de manera diferente. Hay que estar alerta. Es muy fácil enredarse en discusiones, debates y argumentaciones que no se ocupan de nada que sea de valor sustancioso sino que se quedan en la superficie de las etiquetas que usamos para describir nuestras opiniones. Esas peleas en torno a palabras son las que dividen a la gente innecesariamente y nos distraen a todos de nuestra búsqueda primordial de la verdad (ver 2 Timoteo 2: 14, 23; 1 Timoteo 6: 4).

      Capítulo 3

      Martes de rosas azules

      Todo lo que necesitas es amor.

      —Los Beatles

      A menudo, Jesús enseñó a través de historias de la vida cotidiana llamadas parábolas, y ahora es mi turno. Así que reúnanse, chicos y chicas. Es la hora del cuento con el tío Brux.

      Bob y Sue Prunebottom tenían algunos años de matrimonio cuando Sue se vio en la necesidad de reclamarle a Bob por la falta de romance que estaban experimentando. Atrás habían quedado los días en que era él quien daba los primeros pasos para que los dos disfrutaran momentos emocionantes e inesperados que los unían de la forma más romántica. Ahora, su matrimonio se alimentaba de una dieta constante de rituales y rutinas predecibles que mantenían la estabilidad pero erosionaban la pasión. Es entendible que no fuera suficiente para Sue. Bob la escuchó, estuvo de acuerdo y se comprometió a tomar la iniciativa para ayudar a reavivar algo del antiguo romance que habían compartido juntos.

      Un martes por la noche, alrededor de las seis y media, sonó el timbre de la puerta. ¡Ding, dong! Sue fue a abrirle a la pequeña Maureen Tupperman, su niñera habitual. Se sorprendió porque sabía que no había reservado a Maureen, y aún más cuando la jovencita explicó: “El señor Prunebottom fue el que me pidió que viniera”. Era un buen comienzo. ¿Bob había llamado a la niñera por su cuenta?

      Parecía que sí. Bob se acercó a la puerta, saludó a Maureen y le pidió a Sue que subiera y se pusiera todo lo que se le ocurría que podría hacerla lucir bien en algún lugar chic de la ciudad. ¡Qué maravilla! El romance renacía.

      Sue regresó unos minutos después con un hermoso vestido rojo y se fueron juntos. Se detuvieron en el estacionamiento de un pequeño y lujoso restaurante italiano. Cuando entraron por la puerta principal, el administrador los saludó alegremente. “Su mesa está lista, señor Prunebottom”, dijo, con una sonrisa cómplice, y los llevó a una mesa encantadora para dos, iluminada con velas, en un rincón discreto y acogedor del restaurante. Una tarjeta con el nombre de Sue la esperaba en su sitio, en la mesa. Ella la abrió y descubrió algo hermoso. No era la tarjeta habitual para momentos especiales que Hallmark fabrica con un mensaje estándar y la firma de Bob. Era una tarjeta simple, sin mensaje manufacturado, sino más bien una nota escrita a mano y muy reflexiva que Bob había escrito sobre su amor y su deleite con Sue. A medida que avanzaba la noche, la pareja disfrutaba de una conversación verdaderamente significativa a la luz de las velas y el vino. Cuando llegó el postre, Bob buscó debajo de la mesa y sacó la flor favorita de Sue, una rosa azul única y espectacular. Su consideración tan detallista fue un regalo precioso para ella. Se emocionó hasta las lágrimas.

      Lo que vino después fue una de las semanas más maravillosas de su vida matrimonial. La intencionalidad, la atención plena y la iniciativa creativa de Bob llenaron a Sue de renovadas esperanzas para el futuro. Por su lado, él sentía que se había convertido en el marido que siempre había querido ser. “¿Cómo puedo hacer que esto dure?”, se preguntó.

      El martes siguiente, exactamente a las seis y media de la tarde, sonó el timbre de la puerta: ¡Ding, dong! Efectivamente, era nuevamente la joven Maureen Tupperman. Sue se sorprendió otra vez, especialmente cuando supo que el señor Prunebottom había vuelto a hacer los arreglos. “¡Dos semanas seguidas!” pensó Sue. “¿Qué tal si me acostumbro a esto?”.

      Le pareció extraño que Bob le pidiera que se pusiera el mismo vestido rojo que había usado la semana anterior, pero se preparó de muy buena gana para otra noche juntos. Cuando se detuvieron en el estacionamiento del mismo restaurante italiano, Sue pensó para sí misma que, esta vez, Bob podría no haber sido tan creativo, pero una noche especial era una noche especial, y ella estaría feliz con su velada juntos. Sue se conmovió nuevamente cuando encontró una tarjeta esperándola en la misma mesa en el rincón discreto y acogedor del restaurante. Pero su deleite se convirtió en decepción cuando vio que Bob había escrito casi exactamente las mismas palabras en el interior. Ahora, la noche empezaba a sentirse menos romántica y más extraña. Sin embargo, decidió disfrutar de la noche. No se permitió, entonces, reparar en la falta de creatividad de Bob. Él pidió exactamente la misma comida que la semana anterior y, a medida que avanzaba la noche, Sue se dio cuenta de cómo él manipulaba la conversación para que girara en torno a básicamente el mismo territorio de la semana anterior. A esas alturas, Sue casi que podía escuchar la banda sonora de Crepúsculo en la trastienda de su mente. Cada vez que intentaba llevar la conversación en una nueva dirección, Bob parecía encontrar una manera de volver a los mismos temas, las mismas preguntas, incluso los mismos chistes que se habían contado el martes anterior. Para Sue, la noche ya pasaba de extraña a sofocante. Una parte de ella quería huir, otra, quería darle a Bob todos los beneficios de la duda. Quizás, el chiste acabaría pronto. No fue una sorpresa que, al llegar el postre, Bob buscara debajo de la mesa y sacara... ¡ajá! Adivinaste. Una-rosa-azul. Sue la recibió con gratitud cortés, pero, en esta ocasión, las lágrimas que brotaron de sus ojos fueron por una razón diferente.

      Bob y Sue disfrutaron de una relación cordial pero ligeramente distante esa semana, hasta el martes por la noche, a las seis y media de la tarde, cuando Sue escuchó ¡ding, dong! Una vez más, Bob manipuló a Sue a través del guion de una noche de supuesto romance. No hubo muchas diferencias en relación con los dos martes anteriores. Sue cayó en el más completo desánimo. Las escenas de Bill Murray en El día de la marmota no hacían más que atiborrar su mente. Efectivamente, el martes siguiente a las seis y media de la tarde, ¡ding, dong! Y una semana después, ¡ding, dong! Y así sucesivamente, y, una vez más, martes tras martes, rosa azul tras rosa azul.

      Si hoy le preguntaras a Bob cómo está su matrimonio, probablemente sonría con un sentido de satisfacción y diga: “Soy religiosamente romántico con mi esposa”. Hasta es posible que presuma haber encontrado el secreto para una relación exitosa y te invite a seguir su sistema para un matrimonio saludable.

      Si le preguntaras a Sue cómo van las cosas, ya sabes que puedes obtener una opinión diferente. Lo más probable es que ella se eche a llorar y luego te diga que se siente atrapada, encarcelada en una relación sin amor por alguien que tiene buenas intenciones, pero que no tiene ni idea de qué se trata la relación. Yo me pregunto si así es como se siente Dios a veces.

      Bob confundió la forma con la sustancia. Convirtió su relación en una especie de religión. Perdió el corazón de su conexión con su esposa. El hecho es que, después de meses de la rutina de la cena de Bob, Sue bien podría cenar con cualquiera que hubiera memorizado su tradición de salidas románticas. El amor era innecesario. El sistema que Bob creó le permitía funcionar en piloto automático.

      Esto ilustra por qué Jesús siempre, SIEMPRE, pone el énfasis de su enseñanza en los problemas del corazón, no en las rutinas de comportamiento. Si el corazón es correcto, las acciones de amor lo serán en consecuencia.

      Por ejemplo, Jesús no está contento con las personas que siguen el mandamiento “No matarás”. Él, en cambio, señala que una persona podría pasarse toda su vida evitando el asesinato y aun así tener un corazón lleno de odio en lugar de amor. “Atiendan el problema del corazón, y no solo las personas