de su diversidad, están dotadas de relaciones vivas: podríamos llamarlas relaciones con un toque humano, que son lo que más valoran quienes participan en ellas.
A su vez, la búsqueda de esas relaciones vivas necesita de nuevas valoraciones, interpretaciones y usos del tiempo necesario para construirlas. Con esto nos referimos al tiempo que se emplea en vincular múltiples actores, lugares y productos para crear con ellos diversas capas de significados. Los promotores y los participantes reconocen este vínculo y, a diferencia del acelerado tiempo moderno, ven en la lentitud una condición previa para producir calidades más profundas. El descubrimiento de “lo lento” no significa la simple sustitución del “tiempo rápido” que era dominante desde el siglo pasado por su opuesto. El tiempo de la complejidad es más bien una “ecología de los tiempos”, en la que coexisten diferentes tipos con características diversas y variados ritmos.
Localidad y accesibilidad
La pequeña escala y la interconexión que caracterizan a las organizaciones sociales les permiten arraigar en un lugar de manera más profunda. Al mismo tiempo, al estar tan interconectadas, quedan abiertas a flujos globales de ideas, informaciones, personas, bienes y dinero. Los promotores y participantes tienden a buscar este equilibrio entre lo local y lo abierto que conduce a una suerte de localismo cosmopolita, capaz de generar un nuevo sentido de lugar. Como tal, los sitios dejan de ser entidades aisladas para convertirse en nodos que forman parte de estructuras de corto y de largo alcance, y donde las redes de ámbito reducido generan y regeneran el tejido socio-económico local, mientras otras más amplias conectan a la comunidad con el resto de el mundo. En este marco, se lleva a cabo una gran variedad de nuevas actividades locales, abiertas y actuales como el redescubrimiento de los barrios, el resurgimiento de la comida y la artesanía local, el interés por la producción local con el fin de tener una experiencia más directa de sus orígenes, y una estrategia basada en la autosuficiencia que favorece la resiliencia de esas comunidades a las amenazas y los problemas externos.
¿Una civilización emergente?
Veo todas estas ideas, las actividades que a ellas se refieren y las relaciones que generan, como una especie de hermosas islas de sabiduría socioeconómica y cultural en un mar caracterizado por formas insostenibles de ser y de hacer que, por desgracia, siguen siendo la tendencia dominante. La buena noticia es que crece el número de esas islas hasta formar un amplio archipiélago que podría verse como la tierra firme que emerge de un continente a punto de nacer: la expresión ya visible de una nueva civilización.
¿Es válida esta manera de interpretarlo? Por supuesto, es una pregunta que queda sin respuesta, pero en mi opinión esa imagen de un continente emergente no es solo una ilusión; al contrario, es una posibilidad concreta. O, para ser más preciso y pertinente con el espíritu de este libro, se trata de una hipótesis propia del diseño: algo que todavía no es una realidad, pero que podría llegar a serlo si se dieran los pasos oportunos. Está claro que esta metáfora, como tantas otras, tiene sus limitaciones: si las islas fueran reales, el continente estaría ahí, aunque fuera sumergido bajo el agua, con todas sus características, pero esto no pasa con nuestras islas metafóricas. Lo que surge es en su mayor parte virtual, pendiente aún de tomar forma. Como sea finalmente dependerá de nosotros, de lo que hagamos en un futuro próximo.
“Un nuevo mundo es posible” era el reclamo del Foro Social que tuvo lugar en Porto Alegre en 2001. En aquella ocasión, la escritora india Arundhati Roy hizo una declaración que terminaría convertida en una referencia: “Otro mundo no es solamente posible, sino que está en camino. […], si presto atención, puedo oír cómo respira”. Pasados catorce años, no solo podemos confirmar que está en camino y se deja ver en los resultados tangibles de la innovación social que se multiplican por todas partes, sino que propone tanto la visión de una civilización futura como la tendencia con la que se mueve esa civilización con el fin de resolver los grandes y crecientes problemas a que nos enfrentamos en la actualidad.
Por supuesto, esta nueva civilización no se construye, ni se construirá, sumando iniciativas individuales para la innovación social por numerosas que puedan ser. Son otros los movimientos que han de ponerse en marcha; es necesario hacer cambios a todos los niveles que movilicen los recursos existentes. Sin embargo, algunas señales nos dicen que, en este siglo, debido a las transformaciones que ya se han dado y teniendo en cuenta los retos que quedan por afrontar, la innovación social será el principal motor de cambio. Jugará el papel que, para bien o para mal, tuvo la innovación tecnológica (y el desarrollo industrial) hace un siglo.
Nota final: Algunos lectores quizá perciban que, en este capítulo sobre la innovación social como motor del cambio hacia la sostenibilidad, no hemos tratado (a no ser de manera muy breve) de las poderosas fuerzas que luchan contra la emergencia de este nuevo mundo sostenible: las fuerzas de quienes rechazan cualquier transformación (con el fin de proteger sus intereses actuales) y los que (con el objetivo de crear nuevas y rentables oportunidades) quieren ese cambio y lo intentan activamente, pero en una dirección equivocada e insostenible. Por supuesto, estas fuerzas económicas, políticas y culturales están en el fondo de lo que he tratado de esbozar. Sin embargo, al escribir este capítulo, pensé que mi papel, como diseñador reflexivo, no era añadir más sobre la naturaleza y la dimensión de los problemas o de las “fuerzas enemigas”, un análisis que otros autores han hecho mejor de lo que yo pudiera llegar a hacerlo. En cambio, lo que hemos intentado es ofrecer una visión general del estado de las cosas, es decir, una visión que impulse, apoye y oriente posibles acciones del diseño. A partir de ahí, será posible (previsiblemente) contribuir en los siguientes capítulos a crear el conocimiento del diseño que, en mi opinión, se necesita de manera urgente si queremos unirnos a la lucha por un mundo sostenible con una mayor esperanza en la victoria. O, para usar de nuevo mi metáfora favorita, para contribuir a que emerja ese nuevo continente.
1 . Fang Zhong, “Collaborative Service Based on Trust Building: Innovative Service Design for the Food Network in China”, tesis doctoral, Politécnico de Milán, 2012.
2 . Ibid.
3 . C. Biggs, C. Ryan y J. Wisman, “Distributed Systems: A Design Model for Sustainable and Resilient Infrastructure”, VEIL Distributed Systems Briefing Paper N3, Universidad de Melbourne, 2010.
4 . Robin Murray, “Dangers and Opportunity: Crisis and the New Social Economy”, NESTA Provocations, septiembre de 2009, http://www.nesta.org.uk/publications/ reports/.
5 . Geoff Mulgan, Social Innovation: What It Is, Why It Matters, How It Can Be Accelerated (Londres: Basingstoke Press, 2006), 8.
6 . Robin Murray, Julie Caulier-Grice y Geoff Mulgan, “The Open Book of Social Innovation”, Young Foundation NESTA, marzo de 2010, 3. El tema de la innovación social ha sido tratado desde diferentes puntos de vista. Puede encontrarse una visión de conjunto amplia e interesante en Frank Moulaert, Diana MacCallum, Abid Mehmood y Abdelillah Hamdouch (eds.), The International Handbook on Social Innovation: Collective Action, Social Learning and Transdisciplinary Research (Cheltenham, Reino Unido: Edward Elgar, 2013).
7 . Son muchos los autores que han discutido la idea de modernidad. Aquí, como en otras partes de este libro, se hace una referencia especial a Anthony Giddens, The Consequences of Modernity (Stanford: Stanford University Press, 1990) y a la idea de que una “sociedad moderna” es aquella en la que se impulsa a los sujetos a definir sus propios proyectos vitales entre alternativas sobre las que tienen (o creen tener) la posibilidad de elegir.
8 . “La crisis financiera y económica hace que la creatividad y la innovación en general, y la innovación social, en particular, sean aún más importantes para fomentar