los sistemas distribuidos se refiere a la alimentación y la agricultura. Convergen aquí dos corrientes socio-técnicas innovadoras; una de ellas, impulsada por la inquietud que despierta la dependencia que tiene la agricultura de los productos químicos y del petróleo, y por tanto, preocupada por su fragilidad. Esta tendencia promueve la producción de alimentos locales con el fin de hacer más resiliente el sistema y queda ejemplificada por movimientos como las “ciudades en transición” (23), que surgen para aumentar la autosuficiencia de esas comunidades locales. La segunda corriente se materializa en consideraciones sobre la calidad de los alimentos y de la propia agricultura y está representada por movimientos como Slow Food. (24) En este caso, la principal motivación no fue otra que el deseo de mejorar la “experiencia alimentaria”, vinculada a la “la calidad de la proximidad”, una sensación de calidad que se deriva de la experiencia directa del lugar del que proviene el producto y de quiénes lo producen.
Más allá de esta diferencia en la motivación inicial, las dos corrientes convergen en sus propuestas prácticas e indican soluciones que tienen como objetivo conectar la agricultura y el consumo de alimentos (y, con frecuencia, el turismo de proximidad) como sucede con la alimentación de kilómetro cero y la agricultura sostenida por la comunidad. Hay que añadir que el interés por los sistemas distribuidos de producción de alimentos aumenta rápidamente e influye no solo en considerables minorías, sino también en un creciente número de entidades municipales que ponen en marcha programas específicos y estrategias de renovación urbana. (25)
Fabricación distribuida
Una cuarta ola de innovación desafía la tendencia dominante en la producción y el consumo globalizados. Su origen esta en la convergencia entre una innovación inédita de los sistemas productivos (con el uso de maquinaria más pequeña y eficaz) y las redes sociales (con sus posibilidades para integrar a diseñadores, fabricantes y usuarios). El resultado es la experimentación global en sistemas de diseño y fabricación de alta tecnología y a pequeña escala capaces de sustentar nuevas formas de diseño abierto y microfábricas en red (como las propuestas por los FabLabs y por el movimiento maker). (26) Podemos añadir que la idea de la producción distribuida se desplaza del área de la fabricación de alta tecnología al de la artesanía tradicional y a pequeñas y medianas empresas, en un proceso que contribuye a su rehabilitación y que aporta una nueva perspectiva. Aunque estas tendencias se encuentran todavía en su fase inicial, podemos prever que crecerán con fuerza, y que todo el sistema productivo se moverá hacia procesos de diseño y producción modelados por el principio de “hacer las cosas lo más cerca posible de donde se van a utilizar”. No hace falta añadir las enormes posibilidades que esto supone en términos de creación de empleo y, sobre todo, que su naturaleza distribuida les permite llevar estas actividades y los trabajos relacionados con ellas a lugares donde nunca hubiera llegado o allí donde los procesos de desindustrialización han hecho que desaparecieran.
Las motivaciones que están detrás de estos procesos de cambio pueden ser bien diferentes. Algunas podrían verse como una evolución casi directa del modelo de eficiencia productiva (un modelo de fabricación que ha dominado la innovación del sector industrial en los últimos treinta años). De hecho, los sistemas distribuidos pueden considerarse como sistemas de producción ligeros y flexibles, capaces de crear productos para clientes concretos, no solo cuando los necesitan (personalizados y producidos just in time), sino también allí donde hacen falta (o, al menos, lo más cerca posible del lugar donde se necesitan), lo que denominamos producción para el lugar de consumo. Otras motivaciones provienen de grupos alternativos surgidos en un contexto de preocupaciones similares a los que están detrás de la aparición de redes distribuidas de alimentación: la búsqueda de autonomía frente a los grandes centros financieros y de toma de decisiones, pero también el deseo de autosuficiencia y, en última instancia, de que los sistemas socio-técnicos en los que vivimos, producimos y consumimos sean más resilientes.
Economía distribuida
Por último, se observa que actualmente el interés en los sistemas distribuidos trasciende la discusión sobre los modelos de infraestructuras y producción y empieza a afectar a los modelos económicos. Para Chris Ryan, “hay un interés creciente en este modelo de sistemas distribuidos como una forma de reconceptualizar la organización de una economía sostenible”. (27) En otras palabras, parece que si una economía quiere ser resiliente y sostenible, debe ser también una economía distribuida: a un tiempo limitada y global, en la que las economías locales operen como unidades separadas y adaptables, vinculadas a redes de intercambio cada vez más amplias tanto a nivel local como regional o global.
De ello se desprende que los sistemas distribuidos emergen como una expresión de ese nuevo y más amplio modelo de economía social. Como escribe Robin Murray, “el cambio hacia un paradigma en red tiene la capacidad de transformar la relación entre el centro de una organización y su periferia. Sus sistemas distribuidos no responden a la complejidad ni con la estandarización ni con la simplificación impuestas desde el centro, sino llevando la complejidad a la periferia, a los hogares, a los usuarios de los servicios, a los administradores locales y a los trabajadores allí donde desarrollan su actividad. Los que están en esa periferia tienen aquello que nunca tendrán quienes están en el centro: un conocimiento del detalle, de la especificidad temporal, del lugar, de los acontecimientos concretos y, en el caso de los ciudadanos y de los consumidores, de sus necesidades y deseos. En esto consiste su gran potencial. Pero para conseguirlo se requieren nuevas fórmulas de compromiso con los usuarios, otras relaciones laborales y nuevas condiciones de empleo y remuneración”. (28)
Sistemas resilientes
Como hemos visto, el interés cada vez mayor por los sistemas distribuidos se extiende al valor de la proximidad y de la autosuficiencia, así como el interés por las economías locales y el autoabastecimiento (de alimentos, energía, agua y productos), con el fin de promover la resiliencia de esas comunidades frente a problemas y amenazas externas. (29) De hecho, por su propia naturaleza, los sistemas distribuidos son más resilientes que los sistemas verticales convencionales, porque permiten crear sistemas socio-técnicos capaces de recuperarse de los imprevistos que puedan ocurrir y aprender de ellos. (30) En mi opinión, la resiliencia de los sistemas socio-técnicos quizá se convierta en el factor más determinante para los sistemas distribuidos por lo que, en consecuencia, vale la pena reflexionar brevemente sobre ello.
Desde hace tiempo, sabemos que, sea como sea, el futuro nos deparará una “sociedad del riesgo”, (31) una sociedad que puede verse afectada por diferentes tipos de sucesos traumáticos (catástrofes naturales, guerras, terrorismo y crisis económica y financiera). Somos conscientes de que la condición necesaria para que sea posible una sociedad sostenible es la resiliencia, la capacidad de superar los riesgos a que se expone, así como las tensiones y quiebras que sucedan inevitablemente. (32) En la actualidad, las implicaciones de esta sociedad del riesgo no solo se proyectan hacia el futuro sino que son evidentes en cualquier parte, en nuestras experiencias cotidianas. El concepto de resiliencia ha entrado a formar parte del vocabulario de un mayor número de personas y sería prudente acelerar su incorporación a las agendas de quienes toman decisiones políticas, pero también a los objetivos y las acciones prácticas de la comunidad del diseño. Al mismo tiempo, debemos mantener su significado original para evitar que la tendencia a normalizarlo disminuya su relevancia y se subestime el riesgo. En realidad, cuando se habla de mejorar la resiliencia no nos referimos a un modesto incremento en las organizaciones existentes (frágiles e insostenibles); lo que hace falta es un cambio sistémico verdadero, un cambio de los sistemas jerárquicos verticales por otros distribuidos de los que hemos hablado en este capítulo. Una transformación que, para producirse, necesita no sólo un cambio socio-técnico sino también otro de naturaleza cultural de igual importancia.
Culturas de resiliencia
Hasta ahora, estas interpretaciones han usado la noción de resiliencia en el marco de un discurso defensivo: ante las crisis, hemos de reorganizar nuestra sociedad para hacerla más resiliente. Pero puede verse también de una forma diferente, más positiva e interesante. Si técnicamente, la resiliencia significa diversidad, redundancia y experimentación continua, eso implica igualmente que la sociedad debe ser más diversa, más creativa. Tomar en serio el