en nosotros mismos y en nuestro entorno, y a decidir qué podemos hacer para mejorar el actual estado de las cosas.
Aunque el diseño sea una capacidad humana generalizada, para que de veras sea útil debe cultivarse, algo que no ocurre con frecuencia o que, cuando sucede, lo hace de una forma inadecuada.
Frente a esta contradicción entre una realidad que obliga a los individuos a estar más concienciados con respecto al diseño y la dificultad de que tal cosa tenga lugar de una manera efectiva, se hace necesaria la participación de los expertos; hablamos de aquellos cuyo ámbito de interés, de investigación y, en última instancia, de trabajo, es la práctica del diseño y su cultura. Pueden actuar como agentes sociales que, gracias a las herramientas culturales y operativas que tienen a su alcance, son capaces de impulsar y apoyar los procesos de diseño en que nos vemos involucrados todos, tanto expertos como no expertos.
Sin duda, para que los profesionales actúen de esa manera deben desmarcarse de lo que desde hace mucho tiempo ha sido la figura del “diseñador”. Durante el último siglo, los diseñadores se han visto a sí mismos, y también han sido vistos por los demás, como los únicos titulares y gestores de esa disciplina. Sin embargo, se enfrentan ahora a un mundo donde se ha generalizado la práctica del diseño y donde, como hemos visto, su tarea consiste en poner en marcha iniciativas que ayuden a una amplia variedad de actores sociales a hacer un mejor uso de esa práctica. Esto los obliga a convertirse en algo distinto de lo que han sido hasta ahora; significa que, con el fin de adaptarse a lo que se espera de ellos, es necesario que se rediseñen ellos mismos y cambien su manera de trabajar. Pero eso no es diferente de lo que se espera de cualquiera en la actualidad.
2. Las raíces del presente libro están en la gran transición, un proceso de cambio que ha llevado a la humanidad a ponerse de acuerdo sobre los límites del planeta y que nos obliga a un mejor uso de la conectividad. Esta circunstancia implica una doble dinámica que se funde en un solo proceso del que se pueden entrever ciertas características. A partir de ellas, es posible definir el diseño como algo que se fundamenta en la cultura que une lo local con lo global (localismo cosmopolita), y en una infraestructura resiliente capaz de renovar el trabajo y de acercar la producción al consumo (sistemas distribuidos).
Estamos pues inmersos en un proceso de transformación que, por su naturaleza y su desarrollo temporal, no será muy diferente a lo que supuso para Europa el paso de la civilización feudal a la sociedad urbana e industrial. Visto con perspectiva, aquel cambio produjo una revolución, una ruptura brusca con el pasado que llegó a modificar de forma radical el sistema social, económico y político. Sin embargo, para todos los que lo vivieron, aquel largo período de crisis y mutaciones fue cualquier cosa menos lineal. Se caracterizó por grandes contrastes entre diversos cambios locales y una metamorfosis sistémica a gran escala, procesos ambos que tuvieron lugar a distintas velocidades y en diferentes contextos culturales y económicos, con oscilaciones políticas y tecnológicas entre posiciones y regímenes favorables al cambio y otros decididamente opuestos a él.
Hoy nos toca vivir un tiempo de inestabilidad en el que conviven dos realidades en conflicto: de un lado, el viejo y “despreocupado” mundo que se desentiende de las limitaciones del planeta, y de otro, el que las reconoce y, en consecuencia, pone en marcha procedimientos que permiten transformar esas limitaciones en oportunidades.
Ahora bien, estos mundos son muy distintos. El primero es el dominante, es la referencia para muchos, el que da forma a las principales estructuras económicas e institucionales y el que, con su prolongada trayectoria de éxito, alimenta la convicción de que su continuidad es inevitable. El segundo, en cambio, puede verse como un grupo de islas donde las personas piensan y actúan de maneras muy distintas. Es aún demasiado pronto para saber cómo será en el futuro ese archipiélago formado por estos nuevos micromundos; quizá permanezca estable durante mucho tiempo, pero también, incluso, puede llegar a desaparecer, hundido en un mar plagado de esas otras formas de ser y de hacer tan insostenibles. Del mismo modo, puede revelarse como la parte ya visible de una tierra sumergida: como el nuevo continente de la civilización sostenible que ha de surgir de esa transición.
Este panorama del que forman parte nuestras vidas y las decisiones que tomamos, es en el que se sitúa el presente libro: lo que termine siendo ese continente dependerá de muchos factores, algunos como consecuencia de opciones que ya hemos elegido; otros, de lo que hacemos en este momento, y no pocos, de lo que hagamos en el futuro. Se trata de una transición (larga para nosotros, pero corta para la historia del mundo) en la que hemos de aprender a vivir y a vivir mejor en esas nuevas islas y, al hacerlo, anticipar lo que será la calidad de vida en ese continente emergente.
Un horizonte así es también el espacio en el que se hace más evidente el vínculo entre diseño difuso y diseño experto, una relación que se desarrollará conforme ambos trabajen juntos para resolver los muchos y diversos problemas a los que nuestras sociedades tendrán que enfrentarse; pero este no será el único campo en el que hayan de colaborar. Si lo que debe surgir es una nueva civilización, el reto no será sin más un problema pendiente de solución; una civilización se forma, sobre todo, por valores, por cualidades y, en términos más generales, por sistemas con sentido. Esto es, por tanto, lo que necesita esa nueva civilización si quiere hacerse realidad, lo que el diseño, tanto el difuso como el experto, debe contribuir a crear. Si bien es cierto que las capacidades para diseñar se expresan tanto en la solución de problemas como en la creación de sentido, queda mucho por hacer en ambos aspectos desde la perspectiva de esta nueva civilización. Es sobre todo en lo segundo, en proporcionar sentido a las cosas, donde el diseño debe demostrar su especificidad, donde puede hacer una contribución más original que cualquier otra disciplina.
3. El libro arranca con lo local y con lo cotidiano, con la gente ocupada en sus problemas de cada día, con sus oportunidades y, en última instancia, con el sentido de su propia vida. Vemos, cada vez con más frecuencia, cómo estas personas (re) descubren el poder de la colaboración para aumentar sus capacidades y cómo este (re) descubrimiento da lugar a nuevas formas de organización (organización colaborativa) y a nuevos ingenios que ofrecen soluciones integradoras, un redescubrimiento del que los expertos en diseño son parte activa. Ellos son a la vez agentes internos y externos; son parte de ese cambio social, porque se ven obligados a actuar de una manera hasta ahora desconocida, pero también son los promotores de esa transformación porque colaboran activamente a crear las condiciones que la hacen posible.
Con el sentido que le otorgamos aquí, la dimensión local no es tan solo una cuestión de alcance. En un mundo conectado, lo que ocurre a nivel local sufre la influencia en tiempo real de acontecimientos que tienen lugar en cualquier parte del planeta. En definitiva, lo local, que es nuestra interconexión con el resto del mundo, es además un punto de vista (el mundo tal y como lo vemos desde donde estamos) y un punto de acción (la acción que podemos ejercer sobre el mundo desde donde estamos). Sin duda, lo que logremos ver o hacer y, de esa forma, consigamos diseñar, depende de la calidad de esa interconexión que a su vez es el resultado de entrelazar las actividades del diseño.
El protagonista de nuestra historia es un sujeto inmerso en el día a día, que toma parte en diferentes debates, un nodo integrado en distintas redes y un actor en diversas formas sociales. Desde su punto de observación y de acción, diseña y codiseña sus actuaciones en el mundo a la manera de un bricoleur, busca materiales útiles a su alrededor (productos y servicios, pero también ideas y conocimiento) y, al adaptarlos y reinterpretarlos, compone con ellos su proyecto de vida.
Con mucha frecuencia, la actual innovación social y cultural contribuye a que nuestro protagonista piense en su proyecto vital, o en una parte de él, de forma colectiva. De ese modo, descubre (o más bien redescubre) la fuerza que otorga hacer cosas junto a otros; en consecuencia, en el núcleo de este libro, echamos un vistazo a un fenómeno novedoso que tiene que ver con un número creciente de personas que han roto o están a punto de romper con su rutina, y experimentan otras formas de vivir y producir más colectivas. En resumen, cada vez más gente impulsa una gran ola de innovación social.
Opiniones recientes sostienen que el apoyo a esa innovación proporciona respuestas concretas y prácticas a problemas difíciles como son los derivados de una población cada vez más envejecida, los que tienen que ver con el tratamiento de