Ezio Manzini

Cuando todos diseñan


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la ciudad, difunden también lo que es la agricultura tradicional y orgánica y promueven un estilo de vida urbano sostenible. Gracias a Ainonghui y a los vínculos directos que ha creado entre la ciudad y los agricultores, los ingresos de estos últimos permiten sostener la agricultura de siempre y contribuyen a que puedan llevar una vida mejor y más respetable. Es más, varios agricultores han regresado al campo para unirse a la red de alimentos orgánicos”. (2) El interés de este ejemplo reside en la relación sin precedentes que se establece entre agricultores arraigados en su pueblo, que ponen en práctica sus conocimientos y su experiencia tradicional, y ciudadanos urbanos expuestos a las ideas que circulan en las redes globales y dotados de una particular capacidad para el diseño y para el emprendimiento. Al reconocer la naturaleza complementaria de sus motivaciones y capacidades, ambos grupos han sido capaces de cerrar la brecha cultural y superar mutuos prejuicios para generar una solución que, de lo contrario, no habría sido posible.

      Ainonghui es un excelente ejemplo del creciente número de iniciativas internacionales en el campo de los productos frescos, sanos y orgánicos y de sus vínculos con la agricultura, que van desde los mercados de los agricultores a las cooperativas de alimentos, a los alimentos de kilómetro cero y a la agricultura apoyada por la comunidad. Como ya hemos observado en relación a Ainonghui, lo que proponen todas estas experiencias no es solo una nueva forma de alimentación, sino otra manera de producir, otra relación entre la producción y el consumo, y, en definitiva, entre las ciudades y el campo que las rodea.

      Cuando indagamos en busca de iniciativas parecidas, nos encontramos con una gran diversidad de casos interesantes: grupos de familias que deciden compartir algunos servicios para reducir los costes económicos y ambientales, pero también para crear nuevas formas de vecindad (como la covivienda y otras alternativas para compartir y ayudarse mututamente dentro de un bloque de viviendas o de un barrio); nuevas formas de interacción y trueque (desde simples iniciativas de intercambio hasta bancos de tiempo o la creación de una moneda local); servicios en los que los jóvenes y los ancianos se ayudan unos a otros y con los que promueven una nueva idea de bienestar (servicios sociales participativos); jardines vecinales creados y gestionados por los ciudadanos que mejoran la calidad de la ciudad y del tejido social (jardines de guerrilla, huertos comunitarios, tejados verdes); sistemas de movilidad alternativos a los coches particulares (coche compartido, redescubrir las posibilidades que ofrecen las bicicletas); nuevos modelos de producción con recursos y comunidades locales comprometidas (empresas sociales); o comercio justo y directo entre productores y consumidores (iniciativas de comercio justo).

      La primera y más evidente característica de estas propuestas es que emergen de la recombinación creativa de los activos ya existentes (desde el capital social al patrimonio histórico, desde la artesanía tradicional a la tecnología avanzada y accesible) y cuyo objetivo consiste en alcanzar metas socialmente reconocidas pero de una manera completamente nueva. Este rasgo común también proporciona una primera definición de lo que es la innovación social y de por qué ha surgido.

      En esta situación, millones de personas se ven forzadas por la pobreza, las guerras y los desastres ambientales a dejar sus aldeas y partir a las ciudades (aunque sería más correcto decir que tienen que dejar sus pueblos por suburbios, chabolas o favelas según cada zona) y a dejar su país de origen por otros (donde esperan encontrar una vida mejor y más segura). Todas estas dificultades representan desafíos para la sociedad en su conjunto y para las instituciones y organismos políticos, a cualquier escala, ya sea local o global. Cada una de ellas supone un inmenso problema social cuya solución no puede hallarse en los modelos económicos tradicionales ni en las iniciativas planteadas desde arriba (a pesar de que se necesitan de manera urgente). Las ONGs y otras asociaciones de la sociedad civil deben cumplir su papel, y lo que es más importante, los individuos, las familias y las comunidades tienen que participar de forma activa y cooperativa en estos procesos. Es ahí donde la innovación social puede ser útil. Por supuesto, la forma en que esto suceda es una incógnita, pero no hay duda de que, en todas partes y cada día más, millones de personas se ven obligadas a cambiar algo en su forma de vivir (y más que eso, en su forma de pensar y en su idea de bienestar). En tal contexto, la innovación social interviene como un potente y poderoso agente transformador en todo el sistema socio-técnico.

      Soluciones a problemas insolubles