Jill Shalvis

E-Pack HQN Jill Shalvis 1


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después de dos semanas.

      Se trataba de un error de principiante que podía costarle un cliente.

      Trató de sacarse la astilla con la mano izquierda, pero solo consiguió empeorar las cosas. Al final, con la palma ensangrentada y llena de frustración, subió a la consulta de Haley.

      –Ayuda –dijo, y le mostró la mano.

      –Oh, Dios mío, ¿qué has hecho? –le preguntó su amiga–. ¿Te has apuñalado a ti misma con una navaja?

      –Solo quería sacarme una astilla.

      –¿Con una navaja?

      –Eh, me clavo un montón de astillas –replicó Kylie, para defenderse–. Y en el taller tenemos un dicho: «Márcalas y sácatelas en tu tiempo libre. Después del trabajo». Así que tenía prisa.

      –Sois un hatajo de bárbaros –dijo Haley, mientras la llevaba a la sala de curas. Le aplicó antiséptico en la palma de la mano y se la colocó bajo una lámpara. Después, empezó a trabajar con unas pinzas.

      –¡Ay! –exclamó Kylie.

      Haley soltó un resoplido, pero no dejó de trabajar.

      –¿No te importa apuñalarte a ti misma en repetidas ocasiones, pero te estás encogiendo por mis pinzas?

      Kylie suspiró.

      –Es distinto cuando es otra persona la que te hurga en la carne. ¡Ay!

      –Ya está –dijo Haley. Alzó las pinzas y mostró una astilla de dos centímetros y medio.

      –Vaya.

      –Sí, de nada –le dijo Haley–. Me debes una bolsa de magdalenas de Tina.

      –Pensaba que estabas haciendo una dieta estricta, o alguna bobada por el estilo. Algo del biquini, el verano y…

      Haley suspiró.

      –No entiendo cómo he pasado de tener dieciséis años y comer pasta todos los días, y tener una talla treinta y cuatro, a tener veintiséis años, comer kale y pensar en si me pongo una camiseta para ir a la piscina.

      –Pues a mí me parece que estás genial –le dijo Kylie, con sinceridad.

      Haley le dio un abrazo.

      –Gracias. Y ya estoy harta. Quiero de verdad… No, necesito magdalenas.

      Después de que Kylie estuviera vendada y le hubiera pagado la cuenta con las magdalenas, volvió a Maderas recuperadas atravesando el patio. En aquel momento, tuvo una llamada de su madre. Hablaban cada pocas semanas, cuando había pasado el tiempo suficiente para dejar que el cariño aflorara.

      –Hola, nena, ¡gracias por el vale regalo de Victoria’s Secret y Charlotte Russe! –exclamó su madre, alegremente–. Ropa interior nueva y vestidos para salir, ¡allá voy! ¿Cómo lo sabías?

      Kylie se echó a reír.

      –Porque es lo mismo que quieres todos los años.

      –Bueno, pues ha sido un detalle precioso. Gracias. ¿Cómo te va el trabajo? ¿Ya estás con tu guapísimo jefe?

      –Mamá –dijo Kylie, pellizcándose el puente de la nariz–. No.

      –Bien. Es un chico decente, pero no es tu media naranja. Sé que no quieres que yo te diga esto, pero tú necesitas a alguien que te saque de la cáscara.

      Kylie se estremeció.

      –Yo no estoy en una cáscara.

      –Estás tan metida en tu cáscara, que ni siquiera ves lo que hay fuera.

      Kylie puso los ojos en blanco. Aquel era un tema recurrente entre ellas. Su madre pensaba que Kylie no se divertía lo suficiente en la vida, y Kylie pensaba que a su madre le vendría bien prestarle un poco más de atención a la vida y no divertirse tanto.

      –Bueno, tengo que volver al trabajo.

      –¿Lo ves? Todo es trabajo para ti. Sal conmigo alguna vez. Nos tomaremos una copa y podrás relajarte un poco y conocer a alguien que te dé una alegría.

      –Mamá, la solución de mis problemas no es un hombre.

      –Claro que no, boba, pero seguro que te ayudará a olvidarlos. Piénsatelo. Llámame de vez en cuando.

      Kylie suspiró, guardó el teléfono y entró en la tienda. El problema era que no tenía la madera necesaria para seguir con la mesa, que le dolía muchísimo la mano y que no podía dejar de pensar en que, aunque Joe había aceptado que fueran socios en la investigación del robo de su pingüino, tenía pensado revisar toda la lista.

      Sin ella.

      Sabía que aquella era la mentalidad de un lobo solitario, pero se sentía como si él le hubiera dicho que no la necesitaba para nada. Ella lo había contratado y él había aceptado el caso y, sin embargo, era como otro rechazo.

      Sin embargo, no se iba a dejar apartar del caso con tanta facilidad. Se había puesto en contacto con Molly con varios mensajes de texto. En Investigaciones Hunt no ocurría nada de lo que Molly no se enterara y, según ella, los chicos estaban hasta arriba de trabajo en aquel momento y, para rematar la situación, habían recibido el encargo de capturar a un preso que había violado la libertad condicional, y necesitaban resolverlo aquel mismo día, porque el tribunal había impuesto un plazo.

      Eso quería decir que Joe no iba a empezar a investigar sobre su lista hasta que volviera. Las horas pasaron lentamente hasta que, aquella tarde, Molly le envió un mensaje para decirle que el equipo había llegado a la oficina.

      Joe le había preguntado si había algo que él tuviera que saber.

      Pues sí, pero ella no tenía intención de contárselo. Ni a él, ni a nadie. Se levantó y empezó a limpiar el taller. Vinnie intentó ayudarla recogiendo todas las virutas que había por el suelo y repartiéndolas por debajo de sus pies. Ella no dejaba de tropezarse con él, así que, para distraerlo, le lanzó lejos uno de sus juguetes.

      –¡Tráelo! –le dijo.

      Él soltó un ladrido de pura felicidad, salió corriendo detrás del juguete y se lo llevó a su cesta. Ella suspiró y siguió barriendo. Cuando terminó y recogió a Vinnie para marcharse, Gib asomó la cabeza y sonrió.

      –¡Eh! –le dijo–. ¿Todo bien?

      –Claro –respondió ella–. Aunque es el momento perfecto para que alguien me diga que soy la princesa de Genovia.

      –¿Quién?

      –No importa. ¿Qué querías?

      –He pensado que a lo mejor podríamos ir a cenar.

      Kylie se quedó helada. ¿Le estaba pidiendo que salieran juntos? No estaba segura.

      –¿A cenar porque los dos hemos estado trabajando hasta tarde y tienes hambre y yo voy a pedir comida para llevar?

      –No –respondió él–. A cenar porque quiero llevarte a un restaurante –dijo, y sonrió–. Yo creo que ya es hora, ¿no?

      Kylie esperó una explosión de entusiasmo, pero… no ocurrió. No sabía cuándo, pero aquel enamoramiento que siempre había sentido por él estaba empezando a desaparecer.

      –Lo siento, pero esta noche no puedo. Tengo planes.

      –¿Con Joe?

      –Sí, pero no es lo que piensas –dijo ella.

      En vez de tomar el transportín, Kylie metió a Vinnie en el bolsillo grande de su sudadera con capucha, que era el sitio preferido de Vinnie, y se levantó para marcharse. Sin embargo, Gib la tomó de la mano.

      –Siento mucho lo que ocurrió ayer en la fiesta –le dijo–. De verdad, no sabía que Rena iba a estar allí.

      –No importa,