Jill Shalvis

E-Pack HQN Jill Shalvis 1


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de la subasta.

      –Va a celebrarse dentro de dos semanas –dijo–. Y eso significa que…

      Él la miró a los ojos.

      –Que tenemos menos de dos semanas para encontrar a este imbécil para que no tengas que hacer algo que no quieres hacer.

      –Pero así no voy a recuperar mi pingüino.

      –Yo voy a recuperar a tu pingüino –dijo él, con tanta seguridad, que ella quiso creerlo.

      –¿Y si llamamos a la casa de subastas para averiguar quién es el vendedor o intentar ver las piezas?

      –Podemos intentarlo –dijo Joe–, pero no creo que te den la información sobre el vendedor. Las casas de subastas protegen a sus vendedores y compradores con mucho celo. Si uno de ellos quiere permanecer en el anonimato, nunca se encontrarán.

      –Pero… no lo entiendo. Tiene que haber una forma más fácil de ganar dinero.

      –No, si este tipo acaba de empezar. Desde la muerte de tu abuelo, su obra no ha hecho más que aumentar de valor, y así seguirá. Así que, sea quien sea, seguro que está haciendo o encargando otras piezas. Seguramente, el banco solo es el principio. Cuando lo autentifiques, todo lo demás que haga podrá pasar por obra de tu abuelo, sin ti –le explicó Joe. Después, se giró y se dirigió hacia la puerta–. Cierra con llave cuando yo haya salido.

      –Espera, ¿adónde vas?

      –Hay otros nueve aprendices.

      –No, no hay nueve. Ya te he dicho que uno es muy viejo, otro murió, dos están fuera del país y Gib no es sospechoso. Y, una vez descartada Rowena, solo quedan tres.

      Él negó con la cabeza.

      –Yo no he descartado a ninguno, ni siquiera a Gib.

      –¡No es Gib! Mira, vas a tener que confiar en mí. Él no es un ladrón.

      –Ya te lo he preguntado, pero ¿hay algo entre vosotros?

      Ella hizo un gesto de exasperación con ambas manos.

      –¿Por qué no dejáis de preguntarme eso uno con respecto al otro?

      Él entrecerró los ojos.

      –Creía que no había nada.

      –Y ayer mismo, yo podría haber superado la prueba del detector de mentiras –dijo ella.

      –¿Qué ha ocurrido hoy?

      Ella se quedó callada. No tenía nada de lo que avergonzarse, pero tampoco estaba segura de qué había ocurrido.

      –Kylie.

      Ella suspiró.

      –No es nada.

      –Inténtalo de nuevo, vamos.

      Ella puso los ojos en blanco.

      –De acuerdo. Él… me ha tirado los tejos, por fin.

      Joe no se movió. No movió un pelo, ni un músculo, nada. Sin embargo, irradiaba electricidad.

      –Explícame cómo te ha tirado los tejos –le dijo.

      Ella se cruzó de brazos.

      –Pero ¿tiene alguna relevancia en mi caso?

      Él la miró de nuevo con fijeza y, sin poder evitarlo, ella abrió la boca y confesó.

      –Me dio un beso.

      –Te dio un beso.

      –Sí. ¿Por qué repites lo que digo?

      –¿Qué clase de beso?

      –No lo sé. Un beso normal. Agradable. ¿Cuántos tipos de besos hay?

      Él siguió mirándola un instante, hasta que dio un paso hacia ella. La acorraló contra la pared y le tomó la cabeza con ambas manos.

      –Hay muchos tipos de besos –dijo.

      A ella se le había cortado la respiración.

      –¿Co-como por ejemplo?

      –Como este.

      Entonces, Joe se inclinó y cubrió su boca con los labios.

      #HogarDulceHogar

      Al notar el contacto de los labios de Joe, a Kylie dejó de funcionarle el cerebro. Él le acarició la lengua con la suya, y a ella se le escapó un gemido terriblemente gutural mientras se aferraba a él, mientras tomaba puñados de su camisa sobre su pecho.

      Cuando Joe terminó de invadir y saquear su boca, alzó la cara y la miró a los ojos.

      –Vaya –susurró Kylie, con las piernas temblorosas–. Es decir… –murmuró, y agitó la cabeza–. Vaya.

      Él asintió.

      –Sí. Así que, para tu información, esto no ha sido un beso normal, ni un beso agradable, sino un beso «vaya». ¿Alguna pregunta?

      –Solo una –dijo Kylie–. ¿Puedes darme otro?

      No tuvo que pedírselo dos veces. Joe la besó al instante, deslizándole los dedos entre el pelo para poder inclinarle la cabeza adecuadamente. Era un gesto de control, pero a ella solo se le ocurría pensar que Joe, normalmente tan cuidadoso y contenido, no tenía nada de control en aquel momento.

      Y eso le gustó.

      Kylie no sabía cuánto estaba durando aquel beso, porque era literalmente como estar en el cielo. ¿Quién iba a pensar que aquel hombre podía comunicarse por su medio favorito, el silencio, de un modo que ella aprobara por fin?

      Cuando empezó a faltarle el aire y estaba a punto de desnudarlo, consiguió retirarse.

      –¿Alguna otra pregunta? –inquirió él. También le faltaba el aire, lo cual fue más que gratificante para Kylie.

      Ella negó con la cabeza, en medio de su aturdimiento.

      A él se le suavizó la mirada, y le acarició el labio inferior con el dedo pulgar.

      –Y, para que lo sepas, Gib es un imbécil.

      A ella se le había olvidado Gib por completo. Se mordió el labio y se quedó mirando al hombre que había conseguido que se le olvidara todo con aquella boca tan habilidosa. Y con su cuerpo sexy. Y con sus manos tan sabias…

      –Necesito que te marches ya –murmuró.

      Él la miró de nuevo y se giró hacia la puerta. Sus movimientos no eran tan precisos como siempre, y Kylie se preguntó si estaba tan anonadado como ella.

      –Te vas a casa, ¿no? –le preguntó–. A acostarte, dado que tienes que madrugar tanto.

      Él hizo una pausa y siguió andando sin responder.

      –Mierda, Joe. Después de todo esto, ¿me vas a dejar aquí y a interrogar a otro aprendiz sin mí?

      Él se volvió a mirarla, ya más calmado.

      –Ahora hay un límite de tiempo. Menos de dos semanas.

      –Pero tú tienes que levantarte muy pronto, a las cuatro de la madrugada.

      –No te preocupes. Ya soy todo un hombre.

      Ella no tenía ninguna duda de eso.

      –Voy contigo. Puedo ayudar.

      –Mira –dijo él–, no te ofendas, pero lo haré más rápido yo solo. Te llamo después…

      –Ni hablar. Dame dos minutos –dijo ella, y se fue hacia su habitación para recoger algunas cosas que podía necesitar. Sin embargo, antes se dio la vuelta y le quitó las llaves de los dedos.

      –Eso