Jill Shalvis

E-Pack HQN Jill Shalvis 1


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Joe se puso más tenso que con la llamada anterior. Paró el coche y desconectó el Bluetooth.

      –¿Qué ocurre? –preguntó. Escuchó un instante y, después, se pellizcó el puente de la nariz–. Sí. Está bien. Yo me encargo.

      Después, colgó y escribió un mensaje. Lo envió, esperó un minuto, recibió una respuesta, la leyó y volvió a enviar un mensaje, más corto en aquella ocasión. Después, arrancó de nuevo el coche.

      Todo ello, sin decir ni una palabra.

      Kylie no pudo contenerse.

      –¿Va todo bien?

      –Sí.

      –Esta conversación sería más satisfactoria si utilizaras más de una palabra a la vez –le dijo ella.

      Él exhaló un suspiro.

      –Mi padre tiene algunos problemas que hay que resolver –dijo, por fin.

      A ella se le encogió el corazón.

      –¿Necesitas que te ayude?

      Él la miró de reojo.

      –Eh –dijo Kylie–. Se me da bien ayudar.

      Entonces, Joe sonrió apagadamente.

      –Gracias, pero esto solo puedo hacerlo yo. Mi padre tiene muchas facturas médicas –dijo–. Yo intento pagarlas todas, pero, algunas veces, él esconde el correo.

      –¿Y por qué hace eso?

      –Dios sabe –dijo él, con una carcajada que no tenía nada de alegre–. Pero parece que le han llamado de una agencia de cobros y que él los ha amenazado con mucha imaginación. Han llamado a la policía.

      Kylie no supo qué decir.

      –¿Lo han detenido?

      –No. Tengo amigos en la policía. Me he ocupado de ello.

      Joe se mantuvo en silencio durante el resto del camino. Debía de haber gastado todas las palabras. Y ella se pasó todo el tiempo preguntándose qué clase de tipo se ocupaba de su hermana y de su padre con tanta dedicación.

      Un buen tipo, pensó, y suspiró. Demonios.

      Joe paró delante de su edificio, y ella lo miró con sorpresa.

      –¿Cómo sabes dónde vivo?

      –Sé muchas cosas de ti –dijo él, y bajó del coche para abrirles la puerta a Vinnie y a ella.

      –¿Por ejemplo?

      –Por ejemplo, que alguien más, alguien que no debería, también sabe dónde vives.

      La acompañó hasta la puerta del portal.

      –¿Las llaves? –le preguntó.

      –Espera –dijo Kylie.

      Se puso a rebuscar por su bolso, pero no las encontró. Vinnie había vomitado por la alfombra todas las hojas de pino que se había comido la noche anterior en el parque. Ella había pisado descalza el vómito, y eso había marcado la tónica para el resto del día.

      –Creo que se me deben de haber olvidado esta mañana –dijo–. Llegaba tarde, y casi pierdo el autobús. Mierda.

      Joe no dijo nada. Se sacó algo del bolsillo y, cinco segundos más tarde, la puerta estaba abierta. La empujó suavemente hacia el interior y se inclinó para recoger un sobre que había en el suelo y que tenía escrito KYLIE en la parte delantera.

      Al igual que el sobre anterior, no tenía sellos ni estaba matasellado.

      –Otro –susurró ella.

      Dejó a Vinnie en el suelo y tomó el sobre de manos de Joe. Lo estaba mirando como si fuera una serpiente de cascabel, cuando se dio cuenta de que Joe estaba recorriendo rápida y eficientemente su apartamento. Cuando él volvió a su lado, señaló el sobre con un gesto de la cabeza.

      –Estamos solos. Ábrelo.

      –Puede que no sea nada.

      –Razón de más para abrirlo.

      Claro, claro. Pero ella no quería abrirlo, porque sabía, igual que Joe, que sí era algo.

      Vinnie se fue corriendo hacia la cocina, se detuvo a poca distancia de la puerta, palpó el aire con la pata y, cuando se cercioró de que no iba a chocar con una puerta de cristal, siguió andando alegremente hacia su bebedero.

      –¿Por qué ha hecho eso? –le preguntó Joe a Kylie.

      –Tiene problemas de confianza.

      Joe se echó a reír.

      –Bueno, por lo menos sabemos de dónde ha sacado eso.

      –Eh –dijo ella.

      Sin embargo, era cierto. Así pues, no protestó más. Respiró profundamente y abrió el sobre.

      En aquella ocasión, había dos fotografías. La primera era de su adorado pingüino, que aparecía sentado en una celda.

      –Eso es… ¿Alcatraz? –preguntó ella, con horror.

      Joe asintió, con una expresión muy seria.

      Kylie sacó la segunda Polaroid y se quedó desconcertada. Había una pequeña consola de madera y un banco a juego. Se quedó mirando las dos cosas hasta que Joe le dio la vuelta a la fotografía. Había una nota manuscrita en el reverso.

      Acredita que la mesa y el banco son obra original de Michael Masters para la subasta que figura abajo y podrás recuperar tu talla de madera. Para hacerlo, tienes que pedir cita en la casa de subastas donde están la consola y el banco. Tienes que identificarte, autentificar las piezas y dar tu visto bueno. Cuando lo hayas hecho, ellos se pondrán en contacto conmigo.

      –No lo entiendo –dijo Kylie–. Esta consola sí parece de mi abuelo, pero yo conozco todas las piezas que vendió. Esta nunca llegó al mercado. Aunque tampoco puede ser algo que tuviera almacenado sin vender, porque todo se quemó.

      –¿Y el banco?

      Kylie tomó una fotografía de la fotografía con el móvil y, después, la agrandó con el pulgar y el índice para poder mirar los detalles. Agitó la cabeza.

      –No, no creo que sea suyo. No es tan bueno como la consola.

      –¿Y puedes distinguirlo solo con una foto?

      –Sí. Pero no sé si otra persona podría. El banco no es suyo, Joe.

      –En realidad –dijo él, lentamente–, creo que ese es precisamente el objetivo.

      –¿Qué quieres decir?

      –Que, siendo la nieta de Michael Masters, alguien que está en su campo también, eres una de las pocas personas que podría dar fe de su trabajo. Y, si lo haces, esta persona gana dinero.

      –Pero ¿cómo es que tiene una pieza de mi abuelo?

      –Eso es lo que tenemos que averiguar –dijo Joe–. Pero sí sé por qué te pide que acredites el banco. Si le das el visto bueno junto a la consola, ganará mucho más dinero, al poder vender algo que ha hecho él o ella. Podría ser el comienzo de un fraude muy lucrativo.

      Ella lo miró con ira y con espanto.

      –No es Rowena. Ella nunca haría algo así.

      –Estoy de acuerdo. Ya la he descartado.

      –¿Cómo?

      –En el muelle, me purificó el aura y me dijo que el dinero es el origen de todos los males y que, si tengo fe, el universo llenará mi vida de amor.

      Ella tuvo que sonreír.

      –Vaya. ¿Y tú crees que el universo va a llenar tu vida de amor?

      –Ya