Victory Storm

Cenicienta De Sangre


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No es culpa mía si tengo un oído extrafino”, se justificó Elizabeth de inmediato, mordaz con Leo. “Y tú, por otra parte, ¡vístete! ¿No ves que haces que se emocione? ¡Está toda roja y acalorada! Es obvio que el enamoramiento que siente por ti todavía no se le pasó, y ya que no quieres corresponderla, por lo menos ten la decencia de vestirte y de evitar ciertas cosas con ella o seguirás ilusionándola, ¡estúpido!”

       Era imposible estar delante de Elizabeth sin sentir al menos por un instante el impulso de matarla.

       Y no sólo para las pobres humanas como yo, sino también para los vampiros y lobizones.

       Ella era la Princesa de la Confederación: las más hermosa, la mejor, la más fuerte, la más deseada, la perfecta…

       Y ella lo sabía. ¡Y lo sabía bien!

       Al único al que no le importaba era a Leo.

       Y eso enojaba muchísimo a Elizabeth. Las cosas, además había empeorado cuando ella, la mejor en combate, había sido vencida por el mejor en combate, es decir, Leo.

       Una derrota imperdonable para Elizabeth, tanto que se había vuelto aún más resentida hacia él, quien por el contrario siempre la trató como a una dulce hermanita a la que amaba, a pesar de todo.

       Como un perrito obediente, Leo fue de inmediato a buscar una playera limpia para ponerse.

      “ Entonces estas aquí por la fiesta de máscaras?”, me trajo nuevamente a la realidad, Elizabeth.

      “ Sí. Quiero ir, pero mis padres no me lo permiten.”

      “ Creía que eras lo suficientemente grande como para decidir sobre tu vida”, dijo ella, clavando el cuchillo en la herida.

      “ Es obvio que no quiere dar un disgusto a su padre o hacerlo preocupar”, llegó en mi auxilio Leo que en el mientras tanto se había puesto una playera.

      “ Entonces? ¿Quieres ir y darle un disgusto a tu padre o no?”, intentó comprender Elizabeth.

      “ Quiero ir sin darle un disgusto a mi padre.”

      “ De qué forma?”, sospechó Elizabeth cruzando los brazos. Su mente ya estaba buscando una solución.

      “ Se trata de una fiesta de máscaras, por tanto, ¡nadie sabrá realmente quien será quien!”

      “ Olvídate de la invitación.”

      “ No es que tal vez les sobra una?”

      “ Yo tendré la de mi padre. Está furioso por eso y decidió que no irá. Hace días que pelea con mi madre por ese motivo. De todas formas, en mi casa no queda nada entero. Parece una casa bombardeada”, intervino Leo.

      “ Tiene que ir o arriesgará la posibilidad de hacer una alianza!”, se alarmó Elizabeth.

      “ Lo sé, de hecho, iré en su lugar… pero eso todavía no lo sabe.”

      “ Perfecto! ¿Y yo podré usar su invitación?”, pregunté esperanzada.

      “ Será difícil hacerte pasar por esa montaña de músculos del tío Xander”, me respondió mi prima con la aprobación de Leo.

      “ ¡Se los ruego, ayúdenme! ¡Sólo quisiera poder ir! ¡Aunque sea sólo por diez minutos! Quizás, si voy alrededor de las once y mis padres se demoran, nadie sabrá jamás lo que hice.”

      “ Las once? ¡Mi invitación es para la medianoche!”, me informó Elizabeth.

      “ Por qué?”

      “ Para los vampiros la medianoche es considerada la Hora de la Sangre. Es un honor haber recibido la invitación para esa hora, a diferencia de los demás que fueron invitados con antelación”, me explicó pavoneándose.

      “ Entonces no podré ir a las once?”

      “ Yo puedo ir cuando quiera”, dijo ofendida.

      “ Entonces por qué no le das tu invitación a April hasta la medianoche?”, intentó preguntar Leo.

      “ Buena idea!”, exclamé sintiéndome en el séptimo cielo.

      “ Están bromeando? ¡April es una humana! ¡Me hará quedar mal!”, dijo Elizabeth.

      “ También tú eres mitad humana y además estoy segura de que, siguiendo tus consejos, voy a estar perfecta como tú... o casi”, dije implorando para hacerla ceder.

      “ Con ese concierto cardíaco que tienes y esas mejillas siempre rojas? No, imposible.”

      “ Podría pedirle a Grucho o a alguien más hacerme un encantamiento.”

       Finalmente, pude convencerla de ayudarme.

       Sin embargo, todas mis ideas sobre el look para la noche fueron rechazadas por mi prima.

      “ ¿Recuerda que durante esa hora serás yo, por tanto, deberás estar impecable, fui clara? ¡Y pobre de ti si dejas que te descubran! Si todo esto llegara a oídos de mi madre…”, comenzó a decir antes que el temblor de su voz revelara su malestar. Bien, la vampiresa perfecta Elizabeth tenía miedo a una sola cosa: su madre, una simple humana, a quien no le importaba la sangre Antigua que llevaba su hija y el hecho que fuera considerada la princesa de la Confederación.

      “ Creía que eras demasiado grande, para tener miedo todavía de tu madre”, me burlé de ella.

      “ Nunca se es demasiado grande para ella”, me respondió con una sonrisa tímida que escondía el infinito amor que sentía por su madre.

       Finalmente, ese día voló a manos de Harold, el lacayo más entretenido y emotivo de la Confederación. Bajo las órdenes tiránicas de Elizabeth, a quien temía como la muerte, me hizo un vestido idéntico al que ella usaría más tarde cuando me fuera de la fiesta.

       Después fue el turno de la máscara de plumas.

       Todo estrictamente negro y ultraliviano.

       Y finalmente los zapatos. Rojos y cubiertos de brillantes similares a los rubíes.

      “ Está todo!”

      “ No, querida mía”, dijo Elizabeth. “¡No hay reloj para este atuendo y no quisiera que nuestra Cenicienta rodara escaleras abajo para escapar a último momento del Príncipe Azul y perder el zapatito, corriendo el riesgo que la descubran! Para ello te daré un collar mío de rubíes donde haré colocar un trasmisor o algo por el estilo, que pueda avisarte cinco minutos antes de la Medianoche, para darte tiempo de irte y a mí de llegar como si nada ocurriera.”

      “ De todas formas, yo estaré a tu lado”, intervino Leo. “No te quitaré los ojos de encima ni por un instante. Así que, April, no tienes que preocuparte.”

      “ Número uno: no confío en ti. Número dos: no quiero correr riesgos, por lo tanto, mejor tener una preocupación de más que una de menos”, aclaró mi prima poniendo nervioso a Leo. Ya que ella no esperaba otra cosa que desencadenar la enésima pelea con él, surgió una diatriba capaz de hacer temblar a los vidrios de la habitación.

       Atemorizada, me fui con el collar de Elizabeth buscando a Grucho.

       Toda la habitación dedicada a los experimentos químicos del científico estaba en el caos más absoluto y desde que, muchos años antes de mi nacimiento, Harold había tenido la brillante idea de limpiar su laboratorio, ahora el acceso estaba prohibido a todos. Todavía estaba en la puerta el letrero “Muerte a los lacayos”, escrita a mano con la sangre del mismo Grucho.

       No hace falta decir que Harold, miedoso como era, no osaba siquiera a acercarse a todo el piso por miedo de caer