Enrique Leff

Viraje hacia la vida


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que Erwin Schrödinger llamó neguentropía (o entropía negativa), que es la conversión de la energía solar en energía bioquímica, en la autoorganización de la vida y en la producción de biomasa, de donde se despliegan las diversas formas de la vida en la organización ecosistémica de la biosfera. Si un ecosistema evoluciona hacia la complejidad “maximizando la producción de entropía”, eso ¿qué significa?: ¿Cuánta entropía se produce?, ¿En qué formas? y ¿Hacia dónde se disipa? ¿Qué implicaciones tiene en la productividad, resiliencia y sustentabilidad del ecosistema? La biotermodinámica de la vida está aún afinando el sentido de sus conceptos para comprender el complejo metabolismo y la evolución creativa de la vida. De manera que, si efectivamente es cierto que la producción de entropía es una condición para mantener el orden y la evolución de la vida, habrá que discernir los sentidos y los efectos de la entropía en el comportamiento del ecosistema; es necesario comprender de qué manera funcionan los procesos entrópicos y neguentrópicos para gobernar los potenciales productivos y las condiciones de estabilidad de los ecosistemas para orientar las prácticas productivas y reaprender a vivir en las condiciones de la vida.

      Hasta ahora han predominado en los modos de significación de nuestros mundos de vida, modos de comprensión alejados de la ciencia termodinámica; como ha afirmado George Steiner, es paradójico, por decir lo menos, que después de dos siglos de que fuera formulada la ley de la entropía, apenas estemos tomando nota de que es una condición de la vida y de la existencia humana. Pero lo que tenemos que comprender e incorporar cuanto antes a nuestras prácticas de vida es su complemento: la verdad incontrovertible de que la vida es la organización neguentrópica de la materia y de la energía del Universo; es eso lo que tenemos que aprender a mantener y a magnificar para sustentar la vida en la vida misma. De esa comprensión emerge un giro en los destinos de la vida en el planeta: un cambio de dirección del “progreso” y el “crecimiento” dentro del régimen ontológico de la tecnoeconomía que avanza destruyendo la vida, hacia la construcción de sociedades neguentrópicas, fundadas en la creatividad y en las condiciones de sustentabilidad de la vida. Y si nos cuesta a los ciudadanos comunes abrir nuestra comprensión del mundo a la vida, no están exentos de ello los científicos que se enfrentan a los obstáculos epistemológicos, a los intereses disciplinarios y las resistencias paradigmáticas que han invisibilizado las condiciones de la vida. En cambio, para los Pueblos de la Tierra resulta en un proceso de reconstitución de sus saberes que es connatural con su cultura.

      Más allá de construir un nuevo paradigma sobre la sustentabilidad de la vida, la Racionalidad Ambiental abre el pensamiento del Logos y la razón para acoger la diversidad de nuevos paradigmas, de nuevos enfoques, de nuevos modos de comprensión de lo Real y de las cosas del mundo para la reconstrucción de la vida. La Racionalidad Ambiental está alimentada y sustentada, sobre todo, en los saberes de los Pueblos de la Tierra. La ciencia biotermodinámica avanza desde el reconocimiento de la propiedad neguentrópica del planeta; desde esa comprensión podemos construir una bioeconomía y una economía ecológica fundadas en los procesos de autoorganización de la vida y en el potencial productivo de los ecosistemas; incluso ha emergido una sociología ambiental y una ecología política que analizan los conflictos socioambientales fundadas en el reconocimiento de la ley de la entropía y de la potencia neguentrópica del planeta. Pero son los Pueblos de la Tierra quienes están llamados a refundar sus territorios de vida; no solo por su capacidad de resistencia y de resiliencia ante los embates del capital, sino por su capacidad de reexistencia, por la habilidad para reconstituir sus identidades tradicionales, en su apertura para comprender la crisis ambiental, en su disposición para renovar los modos de habitar sus territorios y reconstruir sus mundos de vida. Pues ciertamente nuestras universidades y la economía son infinitamente más resistentes a abrirse a esa recomprensión del mundo que los Pueblos de la Tierra, quienes han mostrado ser más lúcidos y estar más abiertos a comprender lo que está en juego; pues lo que está en riesgo, más allá de la vida misma, es la existencia de los pueblos, que hoy reclaman el derecho de ser como un derecho inalienable, reinventando sus identidades, sus modos de producción y sus modos de vida.

      Un ejemplo emblemático son los seringueiros de Brasil; ellos no son pueblos originarios del territorio que habitan; son gente que vino de diversos lugares de Brasil, se instauraron en el Estado de Acre, trabajaron en la industria del caucho desde finales del siglo XIX, y desde sus luchas sindicales y orientados más tarde por Chico Méndes, fueron comprendiendo la crisis ambiental. Pero la comprendieron con una profundidad tal que decidieron transformar sus modos de vida y reapropiarse de sus espacios de vida desde sus derechos territoriales y existenciales inventando un modo neguentrópico de producción, sus reservas extractivistas, partiendo de la extracción del látex y su transformación en una serie de bienes de consumo local, regional e internacional, basados en las condiciones de productividad ecosistémica de su territorio de vida y no en la maximización de la ganancia económica. Ese es un giro en su modo de producción, en el modo de relacionarse con la naturaleza y de inscribirse en el metabolismo de la vida, en las condiciones de productividad termodinámica y ecológica de su territorio, reinventando sus identidades; autodenominándose seringueiros, como el nombre del árbol de donde derivan sus medios de vida, instituyendo su mundo de vida en las condiciones del territorio que habitan.

      La Racionalidad Ambiental se sostiene en un conjunto de paradigmas ecologizados que buscan trascender el orden objetivador del mundo que fundan las ciencias en el orden de la racionalidad científica dominante, de la “ciencia normal”; pero la Racionalidad Ambiental trasciende el orden de la cientificidad del conocimiento objetivo, comprobable, verídico y falsable –como diría Popper– y se abre a un diálogo de saberes. La Racionalidad Ambiental acoge la diversidad de los modos culturales de comprensión de la vida, porque es ahí donde se abre la esperanza y porque es ahí donde emerge la riqueza de modos alternativos de comprensión que no parten del a priori de la razón, sino de las condiciones de la vida. Esos saberes parten de los imaginarios que sustentan la vida de los Pueblos de la Tierra. En este sentido, habrá que indagar ¿de qué manera se han infiltrado las condiciones de la vida en la historia y en las prácticas de los pueblos?; ¿De qué manera se ha configurado la diferencia entre cultura y naturaleza? Pues si de alguna manera ha tenido alguna fuerza determinante la condición propia de la vida en la configuración de sus imaginarios traducidos en sus prácticas de vida, habremos de preguntarnos ¿cómo se configuran los modos de significación, de selección y de distinción de la naturaleza en el lenguaje, los imaginarios y las prácticas de los pueblos? ¿Por qué ciertas culturas valorizan el uso de ciertas plantas útiles y otras no aprecian y no se apropian otras de donde se derivan muchos componentes utilizables? Hay algo en el orden de la cultura que discrimina lo que reconoce y se apropia de la naturaleza a partir del orden simbólico que distingue y selecciona no solamente a través de la experiencia de haber utilizado y transformado su ecosistema, sino que se configura en el orden simbólico que imprime a sus imaginarios un proceso de distinción, como diría Bourdieu.

      La Racionalidad Ambiental orienta la deconstrucción del mundo que ha sido guiada por la voluntad de dominio de la naturaleza por la racionalidad tecnoeconómica, por la voluntad de unificación del logos y la unidad de la ciencia, hacia un mundo fundado en la ontología de la vida, es decir, en la fuerza emergencial que lleva a la diferenciación y a la diversidad biológica. Para ello habremos de aprender a vivir y a convivir en un mundo de diversidad cultural. El gran desafío de la humanidad en esta transición histórica es el de aprender a construir sociedades neguentrópicas en un mundo de diversidad biocultural, donde la Racionalidad Ambiental podrá ser la categoría filosófica que ofrezca un punto de vigilancia epistemológica para orientar los procesos de la vida. Para ello hemos de reconocer que en el fondo de todos estos procesos está la voluntad de poder como una condición humana; para traducir la voluntad de dominio en una voluntad de poder querer la vida; para acoger y habitar la vida en la inmanencia y en los sentidos de la vida. Esos son los giros que se subsumen en la categoría de Racionalidad Ambiental que como toda categoría filosófica, antes que un Universal y un a priori de la razón, es un llamado a pensar lo por pensar. La Racionalidad Ambiental no es un paradigma, sino un enigma.

      Todo lo anterior nos llama a cuestionar nuestros modos de pensar; a deconstruir nuestros paradigmas científicos, a modificar nuestros modos de actuar en el mundo para abrirnos a reconstruir nuestros mundos de vida. Ese es el sentido de reaprender