esta búsqueda del pensamiento para pensar lo Otro, para pensar lo alternativo, para pensar aquello que conduciría hacia la reconstitución de la vida, la categoría de Racionalidad Ambiental se fue configurando en mi mente. Y la mantengo hasta la fecha, lo que implica la responsabilidad de dar cuenta de ella; de justificarla ante mí mismo y de explicarla a ustedes con el fin de darle el sentido al título de “Racionalidad Ambiental” de esta conferencia.
Pensemos, ¿qué busca la Racionalidad Ambiental? Busca darle vida al pensamiento, para llegar a pensar la vida; para pensar lo no pensado de la vida; para pensarlo fuera de los códigos de la racionalidad dominante: ese es su propósito. La Racionalidad Ambiental es una categoría sensible a la vida: como una caricia. Emmanuel Lévinas decía que “la caricia no sabe lo que busca”. Y entonces, la Racionalidad Ambiental ¿sabe lo que busca? Digamos que la Racionalidad Ambiental busca la vida hasta donde la vida puede saber-se. Se preguntarán por qué la racionalidad moderna tan pretendidamente lúcida e inteligente –pues se supone que vivimos en la era del conocimiento–, no se dio cuenta de que el Iluminismo de la razón no solamente proyectaba sombras como en la caverna de Platón, sino que arroja detritus (no reciclables) de ideas y de categorías, de materia y de energía que iban empañando las mentes y ensombrecen la vida. Las luces de la razón han arrojado más sombras de lo que han iluminado los destinos de la vida en el planeta.
Si bien la contradicción dialéctica de Hegel y Marx surgió del Iluminismo de la razón buscando su superación en el saber absoluto o a través de la conciencia de clase y la revolución del proletariado, lo cierto es que la razón de la modernidad muestra hoy en día muchas dificultades dentro de sus oscuras claridades para cuestionar su propia racionalidad, para aclarar el mundo y abrir el pensamiento dominante que se ha apropiado del mundo, de las ideas y de la naturaleza.
Un solo ejemplo bastaría para comprenderlo: la economía ambiental reaccionó al desafío imprevisto de la crisis ambiental; pero en lugar de reconocer que el mundo de la vida no se rige ni se guía a través de factores de producción, los economistas no logran despojarse de la fantasía, la ilusión, la falacia de que capital y naturaleza son órdenes equivalentes y sustituibles. La economía no concibe que la crisis ambiental no se resuelve interviniendo la naturaleza con el concepto de capital natural o decodificando los bienes comunes de la humanidad y del planeta –el aire, el agua, la biodiversidad y la evolución creativa de la vida– en términos de bienes y servicios ambientales, para controlarlos asignándoles valores de mercado; pretendiendo disolver el exceso de bióxido de carbono en la atmósfera al valorizarlos como “bonos de carbono”; en fin, todas esas estrategias de apropiación y explotación capitalista de la naturaleza, de expropiación de la biosfera completa, de la atmósfera, y muy pronto de la estratosfera para ir a la conquista del Universo.
Estas son las maneras como ha respondido la racionalidad instaurada. Son sus modos de resistencia antes de asumir su responsabilidad ante la crisis ambiental que ha generado su modo de intervención de la vida. Esa racionalidad es ciertamente resiliente, por las dificultad de deconstruirla no solo teóricamente, sino de desarmar sus dispositivos prácticos e institucionales de poder. Pues no se trata solamente de mostrar las falacias de los axiomas y principios con los cuales opera el capital destruyendo el mundo; el mayor desafío que enfrenta la humanidad es el de deconstruir en la realidad y en la práctica los mecanismos institucionales que ha instaurado en el mundo real que atentan contra la vida en el planeta.
La raíz de esta crisis ambiental es el olvido de la vida, el desconocimiento de la condición fundamental de la complejidad emergente que viene del cosmos, de eso que Heráclito denominó Physis, como la fuerza emergencial de todo lo existente. Pero esa comprensión de la emergencia de todo lo existente en el mundo fue atrapada por el Logos Humano, por una necesidad de recoger, de recolectar la diversidad y la dispersión de las cosas del mundo; por la voluntad de unificar, de buscar principios universales, de reducir el Ser a lo Uno, que Platón trasladó al Eidos a la voluntad de comprender esa diversidad a través de la idea; que después se transfirió a la ratio, como la voluntad de medir todas las cosas, y más tarde condujo a la racionalidad de la ciencia, como la voluntad de verdad objetiva y la construcción de un mundo objetivado a través de conceptos que estructurados en teorías buscan ser validados, verificados o “falseados” en el comportamiento de los procesos materiales o simbólicos que buscan conocer las ciencias. Esa racionalización del mundo ha entrado en crisis con la crisis ambiental.
La Racionalidad Ambiental señala apenas la otredad de la razón dominante y el rescate posible de la vida; es el imperativo de comprender la vida desde otro lugar que el de la racionalidad de la modernidad. Este impulso emancipador de la vida abre una aventura todavía inimaginable, al mismo tiempo que fundamental y necesaria para la vida humana en el planeta. El Capital podrá destruir toda la complejidad ecológica del planeta como lo está haciendo, deshaciendo las complejas relaciones de los organismos y de las moléculas, quizás para volverlas a sus componentes atómicos y a sus orígenes cósmicos, para reabrir las posibilidades de que la vida decida sus modos de reconstitución, a la manera como se constituyeron las células primarias desde las moléculas originarias, para generar quién sabe cuáles nuevas formas de vida, en el eterno retorno de la vida. Pero, al mismo tiempo, la evolución de la vida está siendo dirigida por la intervención tecnológica de la vida, liberando a los virus de sus células huéspedes originales, generando nuevos entes híbridos, los cyborgs, constituidos por vida, tecnología y símbolos.
Por lo anterior, no debiera afirmarse que la vida como tal está en riesgo de desaparecer. No se podría aseverar que la vida como principio de autoorganización de la materia –de los átomos, de las moléculas y las células– va a desaparecer. Pero eso no contraviene el hecho y los hechos de que se están modificando y alterando el orden de la vida y las condiciones de la vida humana. Hoy la intervención tecnológica y la degradación entrópica de la vida –el genoma humano y el diseño tecnológico de la vida, con el que desde la tecnología podemos modelar nuestros cuerpos, la degradación ambiental generadora de enfermedades como el cáncer como condición y destino de la vida humana– plantea un dilema ético a la humanidad. Por primera vez en la historia, la humanidad debe asumir su responsabilidad ante los cursos que está tomando la vida sobre los destinos de la vida; porque si hace cien años Vernadsky pudo afirmar que la vida regía los destinos de la biosfera, hoy lo que está destinando la vida posible en este planeta es la intervención del capital y de la tecnología en el metabolismo de la biosfera y en los sentidos de la vida.
Esa intervención de la vida desde la potencia tecnológica está guiada por un principio fundamental que es la ganancia del capital. La economización del mundo es efecto de la transformación ontológica de la diversidad de la vida, de la reducción de todas las cosas que existen en el planeta a su valor económico, desde que el ser humano inventó la moneda. La reducción ontológica de los diferentes órdenes ontológicos del mundo para ser capitalizados, apropiados por la igualdad de todos esos entes en términos de valores económicos es –como bien apuntara Marx en su momento–, la condición de traducir el valor de la fuerza del trabajo a simple mercancía. El régimen tecnoeconómico que gobierna al mundo reduce todo lo existente –el valor de la vida, el valor de la naturaleza, el valor de la cultura– en términos de valores de mercado, regidos por el interés supremo de la producción y la reproducción del capital. Este régimen ontológico que gobierna al mundo ha llevado a la mayor concentración de riqueza de la historia, a generar diferencias económicas y sociales abismales y a desencadenar la degradación entrópica del planeta.
Así podemos diagnosticar los orígenes de la condición ontológica del mundo actual, del Logos griego a la Racionalidad moderna, en un arco muy simplista, porque para detallarlo tendríamos que desplegar la historia compleja de la metafísica. Pero, el origen de la actual crisis ambiental está en ese logos originario que se ha traducido en una voluntad de medirlo todo, de objetivar y calcularlo todo, hasta los códigos económicos que prevalecen hoy como el modo de emplazar al mundo a ser objetivado, sino a generar un mundo cada vez más degradado. Esa responsabilidad sobre los destinos de la vida que hoy están gobernados por procesos más allá de nuestra voluntad, de nuestra ética, de nuestros principios, es el drama humano que debemos reconocer, superando la arrogancia de creer que por ser entes racionales somos los seres supremos de la creación, y por tanto