que ha estructurado e invadido el mundo globalizado. Solo desde lo impensado podremos –quizá, tal vez–, abrir nuevamente y reconstituir el tejido de la vida y reencausar la evolución creativa de la vida hacia la aspiración de un futuro sustentable: de un planeta sustentable y de unos modos de vida sustentables.
Es ahí donde el dictum del filósofo Martín Heidegger, en su libro Was heisst Denken, llama a pensar. La frase cobra sentido porque en una fórmula un tanto enigmática, Heidegger señala que lo que “se llama” pensar debe pensarse como “qué llama a pensar”; y “lo que llama a pensar es que no estamos pensando”. Y esto no es un simple juego de palabras. Lo que llama a pensar es que no estamos pensando. Y lo que no hemos pensado es el fondo de la cuestión ambiental. El filósofo agrega que para pensar lo impensado del ser, hay que “llevar el pensamiento hacia lo ya pensado, para poder pensar lo por pensar”.
El dictum de Heidegger es un llamado a pensar la condición del ser humano como ser pensante, para asumir una responsabilidad crítica sobre su logos, sobre sus modos de pensar el mundo, sobre los impactos de sus razones sobre sus mundos de vida. Es un llamado a la destruktion de la historia de la metafísica que ha tejido el cableado y los códigos mediante los cuales pensamos dando sentido a la vida, interviniendo la vida, conduciendo los flujos de la vida y alterando el metabolismo de la biosfera en el planeta. El Logos Humano y la racionalidad de la modernidad han colonizado la mente, diseñando los modos de pensar que llevan a percibir y comprender de cierta manera los mundos de la vida y la vida misma. Esas “matrices de racionalidad” han desencadenado la crisis ambiental desde su comprensión del mundo y sus modos de intervenir la vida, construyendo un mundo que hoy se muestra claramente insustentable e insostenible.
El metabolismo de la biosfera ha sido trastocado en escalas en las que el colapso ecológico y el riesgo meteorológico se han convertido en eventos reales que afectan nuestra condición existencial. El clima del planeta ha sido alterado en forma significativa en cuestión de doscientos años. De manera progresiva se ha alterado la composición atmosférica que tardó millones de años en alcanzar el estado de equilibrio que impulsó la evolución de la vida del planeta. Dicho equilibrio ha sido trastocado en los últimos doscientos años, al incrementarse de 280 a más de 420 ppm las concentraciones de bióxido de carbono en la atmósfera terrestre. Este fenómeno asociado a otros procesos de degradación ecológica, está causando la extinción de varias especies debido a los deshielos de los glaciares y la deforestación de bosques y selvas que afectan las condiciones para mantener la complejidad de los ecosistemas que sustentan la evolución diversificadora de la vida, debido a la necesidad del capital de homogenizar la biodiversidad del planeta para maximizar la ganancia económica.
Procesos como la deforestación, la crisis del agua y las sequías asociadas son fenómenos claramente causados según los modos de intervención del capital sobre la naturaleza. De donde surge la pregunta: ¿de qué manera la humanidad llegó a constituir un modo de comprensión del mundo que llevó a instaurar un régimen ontológico el cual en la modernidad se ha vuelto el modo hegemónico y dominante que gobierna al mundo? La pregunta cobra relevancia porque viene a cuestionar los modos, y sobre todo, el régimen ontológico que ha instaurado un proceso de apropiación destructiva de la naturaleza que ya no podemos caracterizar como una evolución creativa de la vida que emerge de la naturaleza misma, como pudo todavía estudiarla Darwin, pensarla Bergson e investigarla la ciencia biotermodinámica actual; sino que se trata de un modo de comprensión que se volvió un modo de apropiación y de producción, de intervención y de transformación de los ciclos y los cursos de la vida en la biosfera, de la dinámica de los ecosistemas y la trama de la vida, que ha inducido un proceso de entropización en el metabolismo de la biosfera, es decir, la degradación de la vida del planeta.
La intervención de la economía y de la técnica en el orden de la vida está acelerando y exacerbando la producción de entropía en la biosfera, de un proceso que si bien, es una condición universal del comportamiento de la materia-energía, está convulsionando las condiciones de resiliencia y de equilibrio termodinámico en la Tierra, ahí donde la vida ha sido creada y funciona no solamente a través de la entropía que orientaría su proceso evolutivo, sino fundamentalmente de la neguentropía, entendida como la capacidad de transformar la energía radiante del sol en biomasa, de generar vida vegetal diversa y de impulsar la constitución de la complejidad ecológica de la biosfera que sustenta, estructura y orienta los destinos de la vida en el planeta.
Pero el caso es que los destinos de la vida en el planeta Tierra ya no se conducen a través de una “ontología de la vida”, desde la inmanencia de la vida, a través de las energías cósmicas que impulsan la organización de la vida en la biosfera. La vida ha sido intervenida y trastocada por el Logos Humano, por la racionalidad de la modernidad, por el interés del Capital. Si hoy preguntamos a la humanidad ¿Cuál es la causa fundamental y dominante de la destrucción del planeta? Los ecologistas radicales dirán que es el pensamiento dualista cartesiano, al haber separado el objeto del sujeto del conocimiento, la razón de la pasión, la cultura de la naturaleza. Es ese pensamiento que se convirtió en el principio del método científico, es decir, de la manera de codificar y conducir la pregunta por la verdad ontológica de las cosas que ha objetivado al mundo. Por su parte, el ecofeminismo señala a la gerontocracia y al patriarcado, a las estructuras sociales y culturales que se constituyeron en estructuras de dominio no solamente del hombre sobre la mujer, sino a través de ellas asignaron ciertos roles culturales y sociales, y ciertos modos de intervención, explotación y transformación insustentable de la naturaleza.
En esos diagnósticos sobre las causas históricas de la crisis ambiental hay una fuerte dosis de verdad, pero allí no está todavía clarificada la causa fundamental y la falla de origen que llevó a la explotación del hombre por el hombre, a la voluntad de dominio sobre la naturaleza, a la exclusión y desconocimiento del “otro”, más allá del ser, del logos y de la ratio. Y esa es la gran pregunta. Los Pueblos de la Tierra comprenden que el proceso que ha afectado sus mundos de vida es el Capital: desde el capitalismo comercial que impulsó la conquista y colonización de sus territorios hasta el capitalismo globalizado de nuestro tiempo. Es este sistema el que ha exterminado y subyugado sus culturas y saberes, que consume y devora al planeta; porque en el Capital se cristalizó una estructura de pensamiento y un modo de producción en el cual se conjugó el proceso de apropiación destructiva de la naturaleza que ha desestructurado la compleja trama de la vida en la biosfera y desconocido los otros modos de ser-en-el-mundo.
Recordemos el momento de la acumulación originaria del capital donde en Inglaterra y en otros lugares de Europa impusieron los enclosures, cercando las tierras comunales de los campesinos para instaurar lo que fuera el origen de la propiedad privada que llevó a capitalizar la tierra como sustento de la vida, como el sustrato de la producción de alimentos para la subsistencia humana. Y pensemos al mismo tiempo cómo se fue constituyendo la ciencia económica a través de un paradigma mecanicista, a partir del pensamiento científico derivado del cartesianismo que desde la mathesis universalis y el principiun reddendae rationis sufficientis codificó la episteme de la modernidad; pensemos ese modo de comprensión del mundo que desde las ciencias físicas se transfirió al conocimiento de la vida y colonizó a las ciencias sociales.
Dentro de este esquema de comprensión del mundo, el propio desarrollo de las ciencias –en su búsqueda de objetividad de la realidad, de su objeto de conocimiento y del orden ontológico que busca aprehender y verificar–, fue generando las revoluciones científicas que fundaron las ciencias de la vida, las ciencias sociales, de la cultura y del inconsciente, con principios cognitivos y métodos más abiertos y reflexivos sobre la objetivación de la realidad, como el constructivismo y la hermenéutica. En otras palabras, efectivamente, se han generado nuevos modos de comprensión del mundo donde el conocimiento ha intentado encontrar las lógicas de sus objetos de conocimiento para poder pensar con mayor certeza la naturaleza de los procesos que buscan comprender y llevar a la objetividad, a la verdad. Pero allí ha predominado una voluntad de apropiación del mundo y la naturaleza.
En esa configuración del mundo moderno se produjo “La gran transformación” como la calificó Karl Polanyi, cuando se conjugaron todos esos procesos cognitivos, que impulsados por la generalización de los intercambios comerciales fue generando,