Lena Valenti

La Orden de Caín


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en el abatimiento de Erin que no contó con una reacción así. Probablemente, Erin tampoco, pero la necesidad de huir fue superior a sus fuerzas y a la de comprender la realidad que el telón abría ante ella.

      Se levantó de golpe de la mesa y, sujetando un cuchillo afilado que había colocado Viggo protocolariamente sobre su plato, le cortó en el cuello. Fue una incisión profunda, pero Erin no se iba a quedar mirándola. Él había caído de espaldas al suelo, con la silla pegada al trasero, y era su oportunidad para correr por esa casa y encontrar una salida.

      ¿Un vampiro? ¿Un vampiro de verdad? ¡¿Qué cojones?!

      Erin entró en una habitación que parecía una biblioteca y salió de ahí para entrar en otra que era una especie de cine…

      —¡¿Dónde está la puerta?! —se gritaba a sí misma—. ¡Tengo que salir de aquí!

      Viggo era un vampiro. El vampiro odiaba el sol. ¿No decía eso la tradición popular? No la podría seguir. No se atrevería a salir a por ella.

      Después de chocarse contra una estatua de una Venus y romperla a pedazos contra el suelo hasta caer con ella, se levantó y al final encontró la puerta de salida y zarandeándola la acabó abriendo. ¿Por qué ese hombre tenía tantas estatuas? Estaba tan nerviosa que se sentía torpe. Los dedos le temblaban. Y los dientes le castañeteaban.

      Salió al exterior y descubrió que el sol le molestaba mucho a los ojos y que la piel le picaba, pero no lo suficiente como para echarse atrás. Un enorme jardín se abría ante ella y, más allá de las verjas de seguridad, solo había una pequeña playa privada y el mar. Solo eso. Se iría de allí aunque fuera nadando. Corrió campo a través emocionada al comprobar que la salida estaba cada vez más cerca, hasta que ¡pum! Algo increíblemente duro, como un muro de hormigón, le detuvo el paso e hizo que saliera rebotada hacia atrás hasta caer de culo sobre el césped.

      Viggo estaba ante ella con aspecto furioso, pero comedido.

      El sol le daba en la piel y parecía no afectarle. Desde esa posición, vestido como estaba, con su exótica apariencia y ese color de piel bronceada, era una locura visual, un espectáculo para cualquier admiradora de la belleza. Pero su estampa en ese escenario no le cuadraba nada. Era mediodía. ¡¿Por qué podía salir?!

      —¡Eres un vampiro! ¡¿Eres un puto vampiro caribeño?! ¡¿Por qué sales bajo la luz del sol?!

      Él frunció el ceño y estudió el cuerpo de Erin, buscando alguna lesión reciente. Parecía incómodo.

      —Salgo porque puedo salir, estúpida.

      —¿Estúpida? ¡Gilipollas!

      Viggo la agarró de la muñeca y la levantó con un leve tirón.

      —¡Au! —Erin se quejó por cómo la agarraba. Chocó de nuevo contra su pecho—. ¡Suéltame! ¡No eres un vampiro! ¡Te da el sol! ¡Me estás engañando y voy a buscar a la policía!

      —Te has cortado —le dijo tan tranquilamente, ignorando su perorata. Tenía un trozo de cerámica clavada en el antebrazo y le regalimaba la sangre—. Eres torpe.

      —¡Te da el sol! —repitió en bucle—. ¡¿Por qué no te quemas?!

      —Descubrirás que todo lo que se dice de nosotros es mentira. Al menos, de los originales —contestó retirando el trozo incrustado en la piel con movimientos controlados y seguros.

      En cuanto Erin vio el chorro de sangre que salía disparado hacia la camisa de Viggo, exclamó:

      —¡Joder! ¡Joder! —abrió los ojos como platos.

      —Has cometido una imprudencia. Creo que te has sesgado levemente una arteria.

      —Claro, ya... ¡No hay venas en el cuerpo y me corto la...! Pues… pues me estoy mareando. Creo que...

      Erin bizqueó y a punto estuvo de caer al suelo, pero Viggo la cogió en brazos de nuevo. La miró como si no supiera qué hacer con ella, como si fuera una niña a la que regañar.

      Erin sentía la boca seca.

      —No puede ser verdad. No eres un vampiro.

      Viggo la observó durante largos segundos y parpadeó una sola vez.

      —Podemos salir bajo la luz del sol. Pero eso debilita nuestros poderes. No somos tan poderosos durante el día, porque somos hijos de la noche y controlamos mejor nuestro entorno cuando es la luna la que rige en el cielo. Está en nuestra naturaleza. —Taponó la herida del brazo de la joven con su mano y la sujetó con su brazo libre. Era muy fuerte. Empezó a caminar hacia la casa—. Nosotros no ardemos de día, eso solo lo hacen las larvas y los lémures.

      Erin negó de un lado al otro y sacudió los pies como si quisiera liberarse, pero era imposible escapar de esa cárcel de carne y huesos. Era puro granito.

      —No sé qué son larvas y lémures, por el amor de Dios. Si fueras un vampiro de verdad...

      —Olvida todo lo que sabes sobre vampiros. Todo. Toda esa información está alterada. La Inquisición se ocupó de falsificarla durante siglos. Y después nos usó para sus fines.

      Erin cerró los ojos con fuerza cuando advirtió algo que la dejó helada. Había herido a Viggo en la garganta. Su herida ya no estaba. Se había cerrado.

      —Te corté —dijo con voz débil—. Te corté aquí —acarició la piel de su cuello pero Viggo retiró la cabeza rápidamente, como si le hubieran quemado.

      —No me toques —contestó muy hosco.

      Ella dejó caer la mano del brazo que no estaba herido. No le gustaba que lo tocara. Entendido.

      —No es posible.

      —Bienvenida al mundo en el que todo lo es. —Sonrió y desde donde se encontraba, a unos veinte metros de la entrada de la casa, dio un salto hasta el balcón semicircular de la planta superior. Un salto que solo un ser sobrenatural como él podía realizar.

      Erin se agarró fuertemente a su cuello, su estómago se quedó vacío y cuando Viggo cayó sobre sus pies, Erin no pudo aguantar lo que fuera que venía de sus entrañas y vomitó retirando el rostro para crear un charco rojo al lado de las botas de Viggo.

      —Oh, por favor —murmujeó ella al ver que vomitaba sangre—. ¿Qué es esto? —preguntó asustada y asqueada, volviendo a vomitar.

      Él esperó a que dejase de arrojar.

      —Tranquila —le dijo entrando a la habitación por la terraza. La cama tenía manchas de sangre seca de la noche anterior. Cubrió la bajera con el cubrecama, le pareció sucio dejarla de nuevo ahí, y colocó a Erin encima con delicadeza.

      —¿Por qué me sucede esto?

      —Es el jugo de manzana. Te hace una limpieza hepática —la observó intentando bromear con ella, aunque no era momento.

      —Es por tu sangre, ¿verdad?

      Viggo se sentó en la cama, a su lado.

      —No. Mi sangre está absorbida por tu sistema. Ya está en ti. Lo que has vomitado es la sangre que generaron las heridas abiertas en tu estómago. Tu propia sangre, Erin. Solo estás limpiando los intestinos.

      Ella miró hacia todos lados, no sabía qué decir. Después observó la terraza abierta. Había dado un salto tan gigantesco que no era físicamente explicable a no ser que las leyes de la gravedad nada tuvieran que hacer con él.

      ¿Era verdad entonces? Viggo era un vampiro.

      Erin se cubrió el rostro contra las rodillas y se rodeó las tibias con los antebrazos, aunque uno estuviera sujeto por la mano de ese hombre. Empezó a llorar tan desconsoladamente y con tanta fuerza, que él se estremeció y se sintió mal por ser el culpable de su pena y de su desesperación. Ella no sabía que, en realidad, él tenía que controlarla por lo que pudiera ser para ellos. La había marcado con su sangre. Ahora le pertenecía más a él que