Lena Valenti

La Orden de Caín


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contra. Deberías beber más zumo.

      —No quiero más —contestó ella apartando de su vista la copa medio llena—. ¿Y qué hiciste cuando me encontraste?

      —Los maté.

      Ella volvió a tragar compulsivamente.

      —¿Y conmigo? ¿Qué hiciste conmigo para que ahora esté así?

      —Solo me aseguré de que siguieras con vida. Te necesito viva, Erin, porque quiero averiguar por qué has roto la liturgia mágica de la Inquisición.

      Ella también quería saber eso, pero toda aquella conversación les llevaba a la pregunta más trascendental y más definitiva. Por fin había llegado al punto que más le urgía saber.

      —¿Cómo te aseguraste de que me pusiera bien? ¿Cómo me llevaste de Kanfanar hasta Dubrovnik? —se tomó un momento para hacerle la última pregunta y la más significativa—: ¿Qué demonios eres, Viggo?

      El estilizado y al mismo tiempo musculoso hombre tomó una botella de vino muy tinto, casi granate, y se llenó una copa balón con ella. Erin observó bien el líquido y olió el punto alcohólico afrutado. Era extraño. El vino se llamaba Peccata Minuta.

      —Como te he dicho —contestó él—, somos enemigos de la Inquisición.

      —No te he preguntado eso.

      —Sé lo que me has preguntado. —Sus ojos rosados titilaron escondiendo una advertencia velada.

      —No soy estúpida. Algo muy extraño hay. Debería estar bajo tierra o ingresada en el hospital, posiblemente en coma inducido, hasta poder recuperarme de todas las heridas en un tiempo estimado de unos tres meses. Y, sin embargo, estoy aquí. Puedo con cualquier cosa que me digas.

      —¿Puedes? ¿Estás segura? Porque todo va a cambiar para ti y tendrás que decidir cuál va a ser tu naturaleza.

      —Puedo. Soy muy resistente —aseguró con voz temblorosa—. Qué eres y qué me has hecho, eso es lo que exijo que me digas. ¿Por qué, a pesar de estar viva, tengo la sensación de que me estoy muriendo?

      Viggo nunca se había sentido tan acorralado como en ese momento. Esa chica misteriosa lo estaba poniendo entre la espada y la pared. ¿Cuándo había hablado él sobre lo que era? Jamás. Para él, la Orden era sagrada y debía respetarse, aunque por decisión propia viviese alejado de ella. Y ahora se encontraba en esa delicada tesitura. Él había sanado a Erin y le había dado su sangre con todo lo que eso comportaba. Ella jamás volvería a ser la misma y de su última decisión en un par de días más, saldría su verdadera naturaleza. No debería tener ninguna deferencia, porque ella era potencialmente peligrosa para los suyos de un modo que no comprendía. Pero sentía la necesidad de no obligarla a nada. De darle esa oportunidad, al menos, de conocer lo que sucedía en su cuerpo y lo que estaba por pasar.

      —¿Piensas contestarme? Sé que algo malo está pasando en mí… —susurró llevándose las dos manos al centro del estómago—. ¿Qué me has hecho? —exigió saber.

      —No es una excusa, pero lo he hecho para salvarte.

      —Dímelo.

      Los enormes ojos negros de Erin lo apremiaban. Mierda, esa mujer era muy guapa y tenía un efecto en él contraproducente.

      —Como te he dicho, los acólitos usan la magia negra para sus fines. Y su objetivo es controlar la naturaleza humana y mantenerla en la realidad que ellos quieren. Y cuando emerge alguien con capacidades extrañas, lo eliminan o los anulan para siempre. En el mundo en el que vivimos, quieren simplificarlo todo afirmando que hay dos tipos de magia —tomó dos copas más, vacías, y las colocó a cada lado de la suya llena de vino—, la una antagónica de la otra. La magia negra, la oscuridad —explicó señalando la de la izquierda—. Y la magia blanca, que sería la positiva, la luz. —Señaló la copa vacía de la derecha—. Eso te obliga siempre a posicionarte. Los acólitos defienden y exigen que el ser humano siempre se rija por la luz, que sean buenos, que piensen como ellos, y para ellos debes tener un comportamiento y unas creencias arraigadas según leyes que son los mismos principios éticos del judaísmo y el cristianismo. Si sigues estas reglas, eres de ellos y perteneces a ellos, a esa imagen bondadosa y sumisa que quieren del ser humano. ¿Y cómo lo consiguen? Con guante blanco, de manera subliminal y con psicología blanda, en casi todos los casos. Excepto con esas personas que podían medirse con ellos y que se salían del molde. A ellos siempre prefirieron doblegarlos con la magia negra. Y a lo largo de la historia han sido muchos los caídos en manos acólitas. Para ellos, o eres de los suyos y como ellos quieren que seas, o no lo eres. Y si no lo eres, si no sigues sus reglas, te vas fuera. —Con el dedo índice empujó la copa derecha y la hizo caer sobre la mesa, sin romperse—. La Inquisición exterminó a millones de personas muy evolucionadas y avanzadas a su tiempo, con increíbles dones, Erin, cuando entonces en la tierra había otro tipo de magia y la ciencia no la negaba por puro interés. Y la Inquisición persiguió y mató para otorgarle todo el poder a una sola religión, a un solo dios y a una creencia. Se llama unificación cultural. Seguían un plan. Y ese plan está en pie desde el día uno de la germinación humana. Pero en un crisol imperfecto como es esta tierra, pueden reproducirse muchos tipos de gérmenes y bacterias. Ellos lo saben y hacen todo lo que pueden por aniquilarla. Hay otra magia muy poderosa. Yo no vengo de aquí —volvió a señalar la copa de la izquierda que simbolizaba la magia negra—, ni tampoco de aquí —señaló la copa caída que simbolizaba la blanca—. Yo… vengo de aquí —pasó los dedos por la parte superior de su copa balón—. Una magia llamada: magia roja. Nosotros somos la fuente original de esa magia.

      —¿Magia roja?

      —Magia de sangre. Nuestro poder está en nuestra hemoglobina, en nuestro plasma. Es lo que somos. —Tomó la copa de vino y se la llevó a los labios—. Si la ofrecemos, ofrecemos nuestros dones.

      —¿Qué dones?

      —Dones de cicatrización y también de longevidad. Si, en cambio, la bebemos, nos alimentamos, obvio, y obtenemos más poder. Somos los primeros y estamos registrados en muchos momentos de la historia. Conocemos el lenguaje más antiguo y ancestral y los símbolos ocultos de poder. A lo largo del tiempo, siempre han hablado de nosotros. Pero han hablado mal —rememoró—, porque todo aquello que supone una amenaza para las leyes establecidas, debe ser ridiculizado y marcado, y los acólitos y los altos estamentos inquisitivos son muy perspicaces en sus voluntades. Trabajan para eso constantemente, para desmentir y para confundir. Yo… te di mi sangre para que sanaras. Eso es todo.

      Erin se humedeció los labios carnosos y escondió sus manos debajo de la mesa.

      —Dices que tu magia es la magia de sangre. Que tienes poderes —enumeró acongojada—, mataste a mis tres captores sin aparente dificultad, captaste el círculo de éter, y dices que das sangre y la bebes… para alimentarte —negó con la cabeza y la agachó para ocultar su rostro—. Me la diste. Bebí de ti. Y ahora sigo viva gracias a eso. Dime lo que eres en voz alta.

      Necesitaba oírlo. No quería volverse loca, pero su situación era irreversible e irrevocable. Ahora debía saber la verdad o no saberla. Creer o no creer.

      —Creo que lo sabes —convino inseguro al ver las lágrimas que caían del rostro de Erin.

      —¡Dímelo! —exigió saber dando un golpe fuerte sobre la mesa, sacando la mano izquierda. Estaba temblando, dado que temía lo que suponía que iba a escuchar. Y era irreal. Y una locura. Pero iba a pasar.

      Viggo accedió. Desde su transformación, solo una vez, una, reconoció a la persona que creía indicada quién era y qué era él. No salió bien. Y ahora, debía reconocerlo a esa mujer que se suponía iba a cazarlos uno a uno. El conflicto estaba servido.

      —Soy un strigoi. Ese fue el primer nombre humano y cultural que nos dieron. Pero nuestro nombre original es ero. Significa el que va a la guerra, a luchar.

      —¿Y en mi lengua?

      Viggo