Lena Valenti

La Orden de Caín


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el modo que tenían de hablar de ti…

      —¿Cómo sabes tú…? ¿Acaso las escuchaste? ¿Estabas cerca de ellas cuando todo pasó?

      Viggo la cortó con un gesto de su mano.

      —Te digo lo que oí y lo que sé. Están bien. No puedo decirte más.

      —Quiero poder verlas. Quiero llamarlas.

      —Todo a su momento. —Él resopló y su intensa mirada quimérica se suavizó—. Por favor. —La silla a su lado se movió sola y se arrastró por el suelo.

      Erin abrió la boca de par en par. ¡Acababa de moverla sin tocarla!

      No, pava. La había arrastrado con el pie. Su nivel de fantasía empezaba a escapársele de las manos.

      —Bonita sudadera —celebró Viggo.

      —Gracias.

      —Dice mucho.

      —Oh. —Miró hacia abajo y pasó las manos por el dibujo serigrafiado. Venía a decir «que te jodan»—. Bueno, no te sientas ofendido. No va dirigido a ti.

      —No, solo va dirigido a quien te mira.

      Eso le hizo gracia. Pero no estaba de humor para seguirle el juego en ese momento.

      —¿Para quién es toda esta comida? —preguntó armándose de valor.

      —No sabía qué era lo que te gustaba. He pedido un poco de todo. —Sus ojos la miraban de reojo, pero sus manos estaban entrelazadas sobre la mesa. Las tenía muy grandes.

      —Mi hermana estaría encantada de probar todo esto... —susurró sentándose a su lado.

      —Come —le ordenó.

      El imperativo no le pasó desapercibido.

      —No sé si puedo comer —señaló ella posando su mano derecha sobre el centro de su estómago—. Tengo hambre, pero al mismo tiempo no me encuentro bien.

      —Te duele porque el puñal te cortó los intestinos. Te los sesgó. Es normal. Pero eso está solucionándose. Tienes que comer —Viggo le llenó el plato con fruta, arroz con guiso y pan.

      A ella le impresionó oír ese dato biológico con tanta evidencia. Era imposible que un intestino se uniese por arte de magia. Imposible que sanara en pocas horas... Y estaba muerta de miedo porque eso confirmaba que algo desconocido estaba trabajando en su interior.

      —No creo que pueda comer. De verdad no tengo hambre —dijo cabizbaja.

      Él observó toda la comida ahí dispuesta para ella con pena, porque no iba a probar bocado. Pero al menos debía beber algo. Su cuerpo estaba sanando y acostumbrándose a su nuevo material genético, su nueva sangre, que se adosaba a sus células como pegamento. Así que le llenó la copa con zumo de manzana roja.

      —Debes beber, al menos. Tienes que acostumbrarlo.

      —No quiero beber —dijo arisca—. No he venido aquí a comer contigo. Quiero explicaciones. ¿Por qué sigo viva? ¿Qué eres...? —dijo cada vez más intranquila.

      Eso llamó la atención de Viggo, que alzó las perfectas y espesas cejas con asombro.

      —¿Qué soy?

      —Sí.

      —Es un avance que consideres que no soy como tú. Me facilitas mucho las cosas.

      —No te conozco. No tengo confianza contigo. Me pones nerviosa. Así que, por favor, pónmelo un poco fácil y ayúdame a entender lo que me está pasando. —Sus ojos se habían aguado y eso pareció afectar a Viggo.

      —¿Tienes la mente abierta? —Dejó la jarra de zumo de manzana sobre la mesa y se acomodó en la silla señorial de estilo isabelina.

      —Soy novelista. Mi mente está abierta de par en par.

      Que esa mujer lo mirase con tanta valentía y los ojos húmedos le tocaba una fibra sensible que no recordaba haberla tenido por nada y por nadie antes. Y cuánto más la miraba, más bonita le parecía. Observó la copa llena de zumo de manzana que Erin no pretendía tocar.

      —Da al menos dos sorbos y te lo contaré todo. Hazme caso, solo quiero ayudarte. El jugo te ayudará a limpiar y a que te sientas un poco mejor.

      Estaba claro que a ella le parecía ridículo tener que negociar con él con algo así para escuchar su información. Puso los ojos en blanco, tomó la copa y bebió dos pequeños sorbos lentamente.

      —Explícamelo todo.

      —Pregúntame lo que quieras y te responderé.

      —¿Qué me pasó ayer? Dijiste algo de unos acólitos de no sé qué Legión. ¿Por qué vinieron a por mí? ¿Fue por algo casual?

      —No.

      —¿Por qué entonces? No sé qué cuentas pendientes podrían tener conmigo. Soy insignificante y anónima.

      Él negó con vehemencia.

      —No puede ser... Tú deberías saber por qué te han hecho eso.

      —No lo sé.

      —No eres insignificante como dices, Erin. Tener a acólitos tras tus pasos es algo muy malo. Me sorprende que no tengas idea de lo que eres.

      —A mí también —contestó con el mismo tono que él.

      —Me gustaría saber a qué viniste a Croacia —preguntó con mucho interés.

      —Vinimos a hacer un viaje familiar, mis hermanas y yo. A cumplir una promesa a mamá.

      —¿A tu madre…?

      —Mi madre murió hace poco. Siempre nos dijo que quería que dejásemos sus cenizas en Croacia, porque ella pasó veranos aquí de pequeña —explicó aún con muchas reservas—. Y a eso vinimos.

      Viggo se quedó pensativo, apuntando mentalmente toda esa información.

      —Entiendo… ¿Cómo murió?

      —En un incendio en el sur de Francia. Pasaba unos días con su amiga y algo en la cocina se prendió. Murieron las dos.

      Él elevó sus cejas con sorpresa. Tenía una expresión conspiradora que a Erin no se le iba a pasar por alto.

      —Es terrible. Lo lamento.

      —Y yo. Ya te he dicho lo que hemos venido a hacer aquí. No sé nada más. No puedo darte más datos que tengan relevancia con lo que me hicieron porque no tengo ni idea. Estoy más perdida que una aguja en un pajar y todo a lo que atiende mi raciocinio es a que ha debido de ser un error.

      —Los acólitos no cometen errores. No de ese tipo.

      Ella se encogió de hombros como si no supiera qué más decir.

      —Ahora sé sincero conmigo. Dime qué está pasando.

      Él mantuvo el suspense unos segundos más, hasta que contestó:

      —¿Qué pensarías si te dijera que el mundo está regido por fuerzas y seres que la sociedad cree leyendas?

      La pequeña garganta de Erin se movió al tragar saliva.

      —Que es una creencia apta, poco ortodoxa. Pero como cualquier otra. ¿De qué tipo de fuerzas y seres hablamos? —quería adquirir un tono liviano y superficial, pero el temblor en sus cuerdas vocales la traicionaba.

      Viggo dejó caer su cabeza a un lado y la observó con entretenimiento.

      Ella se removió incómoda en su silla.

      —¿Qué es un acólito? —quiso saber antes.

      —Uno de los activos de la Legión del Amanecer. Se dedican a mantener el primer orden religioso establecido y trabajan para una de las instituciones más antiguas de la historia que persigue a la herejía.