Lena Valenti

La Orden de Caín


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      Él asintió con un movimiento de su cabeza.

      —La Inquisición dejó de existir. La abolieron hasta cuatro veces, creo recordar.

      —No desapareció. Es como el virus de la gripe. Existe y existirá siempre, aunque mutará en nuevas cepas. Los acólitos persiguen a todos aquellos que puedan ser una amenaza para sus estamentos y su dios.

      —¿Su Dios?

      —Son fervientes seguidores de Él y de la Ley que implanta. La Inquisición creó la Legión del Amanecer, un brazo ejecutor formado por entidades que no serías capaz de imaginar. Los acólitos son el escalón más bajo de su pirámide. Son seguidores, feligreses iniciados en artes oscuras bajo su praxis. Suelen hacer el trabajo sucio para que los altos mandos no tengan que aparecer. Entre todos se encargan de abolir cualquier semilla de cambio que ponga en jaque el orden que ellos han establecido desde milenios. Su núcleo duro está concentrado en las entrañas del Vaticano.

      —¿El Vaticano? —casi se reía—. Me suena a conspiración. El Vaticano, los Iluminati… Es imposible —El rostro de Viggo no estaba de broma. No parecía mentir en absoluto—. Si lo que dices es cierto, ¿por qué nadie sabe…? —se calló de golpe al comprender lo estúpido de su pregunta.

      —¿Por qué crees?

      —Ya, obvio… si es secreto y es oculto no debe saberse.

      A Viggo le satisfizo su respuesta.

      —Para proteger ese núcleo duro de cualquier ataque crearon un cerco mágico de miles de kilómetros cuyo centro es la sede central de la Iglesia Católica. Ese núcleo oscuro está bajo tierra.

      —¿Un cerco?

      —Lo llamamos el «cerco de éter». Es una protección de liturgia mágica.

      Erin sacudió la cabeza y tomó una larga inspiración.

      —¿Demasiada información? —preguntó Viggo con interés.

      —Para nada.

      —¿Creíble?

      Erin resopló y recogió con la punta del dedo anular la lágrima libertina que le caía por la comisura del ojo. No podía evitar no hacerlo. La emoción y el pavor la sacudían.

      —No sé ni qué decirte. Pero tampoco creo que pueda negar nada. Siento cómo mis órganos se vuelven a unir por dentro. Recuerdo cada maldita puñalada y mi último pensamiento antes de creer que iba a morir. Y ahora estoy aquí. Respiro. No hay nada más increíble que esto. Estoy viva y más perdida que nunca. Pero no tengo una mentalidad estrecha. —Se presionó el tabique nasal y animó a Viggo con un gesto a que continuase—. Puedo escuchar cualquier teoría. Estoy muy acostumbrada a documentarme, a descubrir información y a leer.

      —Pero esto no es una leyenda ni una idea a desarrollar, Erin —aseveró él—. Esto es un hecho real. No es una invención. Y eso es lo que tu cabeza va a tener que asimilar.

      —Eso también puedo analizarlo —aclaró—. Por ejemplo: has dicho que los acólitos son iniciados en artes oscuras... pero que son el eslabón más débil de la Legión de la Inquisición. Hacen el trabajo sucio.

      —Sí. Así es. Son como barrenderos. Son personas que siguen órdenes.

      —Entiendo... ¿y quiénes son los eslabones más fuertes, los que están por encima de ellos?

      Viggo negó con la cabeza.

      —Es complicado. En realidad no quieres saberlo.

      —¿Tú qué sabes lo que quiero saber? Lo quiero todo. ¿Por qué fueron a por mí?

      —Solo una entidad antigua y poderosa, caracterizada por la pureza de sangre, puede romper un cerco así —continuó explicando—. El cerco cubre un diámetro muy extenso y llega hasta Croacia por el lado derecho. De algún modo, en cuanto lo cruzaste en tu viaje en tren, este se activó. La magia litúrgica en él advirtió a los acólitos, que son un gran número esparcido por todo el mundo, especialmente en toda la tierra que rodea a Italia. Y en cuanto te detectaron, no lo pensaron dos veces y fueron a por ti.

      —Pero ¿qué pureza de sangre? Soy hija de mi madre y de mi padre. Completamente normal. ¿Qué les he hecho yo? Ni yo ni mis hermanas tenemos nada que ver con ellos. Ni siquiera vamos en contra de la Iglesia. No tenemos religión. ¡Somos ateas! ¡Esto ha debido ser una equivocación!

      Viggo tampoco sabía por qué era especial. Pero lo era, no había duda.

      —No lo sé, Erin. Pero te iban a quitar de en medio. A ti, no a tus hermanas. Sea lo que sea lo veían en ti. Lo percibían en ti.

      —Es una locura... no lo entiendo. —Erin se quedó pensativa sorbiendo el zumo de manzana de nuevo. La acidez actuaba en su estómago y le dolía. No sabía por qué tenía que beber si no le apetecía, pero Viggo se lo había ordenado—. ¿Y por qué viniste a por mí? ¿Cómo sabías tú que me iban a matar? ¿Y por qué lo evitaste? —sus ojos oscuros brillaban con interés.

      —En realidad, fui a por ti pensando en encontrarte yo antes de que ellos lo hicieran. Percibí la rotura del círculo de éter y corrí a averiguar quién había provocado ese desequilibrio.

      —¿Por qué? ¿Con qué objetivo?

      —Porque un desequilibrio puede descompensar todo. Sabía que quién rompiera el cerco podía ser una espada de Damocles en manos incorrectas. Y prefería cauterizarla yo antes de que te encontraran. Pero llegué tarde. Y tampoco comprendí por qué ellos te estaban haciendo eso. Así que actué por sentido común.

      Erin se levantó de golpe de la silla y esta cayó al suelo con un ruido estrepitoso.

      —¡¿Quiere decir eso que tú también me quieres matar?! ¡Por eso querías llegar antes! —exclamó con los nervios a flor de piel. Había cogido el cuchillo de untar mantequilla, como si se quisiera defender de él.

      —Suelta eso —ordenó Viggo sin inmutarse—. Si te quisiera muerta, ya lo estarías. Por favor, toma asiento de nuevo. —Señaló estirando el brazo para recoger la silla y colocarla de pie.

      Erin miró la silla y después a Viggo, y comprendió que de nada le serviría luchar, dado que ese hombre sería capaz de partirla en dos con un chasquido de sus dedos. Finalmente se deslizó hasta sentarse. Debía asumir el control de sus propios nervios.

      —De acuerdo... —se dijo para tranquilizarse—. ¿Por qué captas el círculo ese de éter? —preguntó intentando serenarse—. ¿Cómo me encontraste? Si no eres un acólito, ¿cómo lo haces?

      —Durante siglos, nuestro principal enemigo ha sido la Inquisición. Ellos siempre han intentado dar caza a nuestra Orden. A todos los que ponemos en duda su principal dogma religioso. Por eso decidí mantenerte viva. Si eres enemiga de ellos, puedes ser amiga nuestra.

      —¿Amiga?

      —Sí. Amiga. —Le hizo un escaneado con sus ojos.

      Erin sintió que la piel le hormigueaba por donde la miraba. Carraspeó de nuevo.

      —¿Por qué estáis enemistados?

      —Porque somos contrarios. Buscamos cosas distintas y creemos en distintas entidades. Ellos tienen sus métodos y nosotros tenemos el nuestro. Y en medio están los peones que ellos usan a su antojo para que su orden mundial siga evolucionando.

      —Humph… ¿los ciudadanos de a pie somos juguetes para ellos?

      —Sí.

      —¿Y para vosotros también lo somos?

      —Nosotros solo queremos daros una oportunidad. No estamos aquí para doblegarnos ante nadie y nuestra misión principal es evitar que los acólitos sigan haciendo lo que hacen.

      —¿Y también hacéis magia? ¿También matáis y asesináis? —preguntó con tono incriminatorio.

      Viggo se echó el