para verlo con más claridad.
—Lo tengo en hora.
—En diez minutos tengo que dar unas mechas.
La llevó hacia la puerta.
—Venga, yo cierro y dejo la llave.
—¿En serio? Gracias.
Y Patience salió corriendo por la puerta.
«Ojalá no fuera tan simpático», pensó mientras corría hacia el salón. Ya era toda una tentación sin tener que ser tan dulce y atento. Con todo lo que estaba pasando, se sentía más vulnerable de lo habitual.
«Sí o no», pensó. Sí a Justice y a un posible desastre, aunque también a una experiencia excitante. O no, que era lo mismo que decir «sí» al sentido común.
Lo quería todo. Al hombre que le provocaba un cosquilleo y la hacía reír, y que además era peligroso y misterioso. Quería la incertidumbre y también quería algo seguro. Una combinación imposible.
Justice hizo lo prometido. Cerró el local y le devolvió la llave a Patience, que estaba ocupada aplicando una mezcla sobre mechones de pelo antes de envolverlos en tiras de papel de aluminio.
«Los misterios de ser una mujer», pensó mientras salía del salón antes de que alguien se fijara en él. Sin embargo, estaba feliz de ayudarla. Estar cerca de ella lo relajaba y se sentía mejor cuando estaban en la misma habitación. La atracción sexual era un problema que no había resuelto. Ceder era la solución más sencilla, pero ¿después qué? ¿Cómo la ayudaba eso? Exceptuando todos los modos en los que había planeado complacerla.
No había sido la clase de hombre que se sumía en relaciones. Entre su trabajo y su pasado, sabía que no era una buena apuesta. Hasta el momento, resistirse a la llamada de una relación estable había sido fácil, pero últimamente...
Se sacó de la cabeza esa idea y salió a la calle. Al llegar a la esquina, vio a un hombre caminando delante de él. Era alto y con el pelo oscuro. Había algo familiar en él, algo que lo puso en alerta. Sabía que el otro hombre no empezaría la pelea, pero él la terminaría.
Cuando el hombre se giró, pudo ponerle nombre a esa cara y saber que no había peligro. Al menos, no todavía.
—Gideon Boyland.
El hombre de pelo oscuro no parecía sorprendido.
—Garrett.
Gideon se parecía a un montón de otros tipos que conocía: con cicatrices, tatuados y pinta de peligrosos. Tenía una cicatriz junto a la ceja, aunque Justice estaba seguro de que tenía más. En su trabajo lo importante no era si te habían herido, sino cuándo.
—Qué curioso verte por aquí —le dijo Justice.
—Había oído que estabas en el pueblo, así que era cuestión de tiempo que nos encontráramos.
—¿Vives aquí?
Gideon asintió.
—Me mudé el año pasado —miró a su alrededor, hacia la tranquila calle y los bonitos escaparates—. Es un lugar genial —volvió a mirar a Justice—. Ford me habló de él. Un día no tenía adónde ir y pensé en pasar por aquí. Al final decidí quedarme.
Justice sabía que detrás de esa historia había mucho más. Gideon había trabajado en operaciones encubiertas, de esas que hacen que un hombre se adentre tanto en ellas que luego no sabe encontrar su camino de vuelta. Por lo que le habían contado, a Gideon lo habían capturado, pero ya que la naturaleza de su misión implicaba que no estuviera autorizado, no podían darlo por desaparecido. Y si no te daban por desaparecido, nadie iba a buscarte.
Por lo que Justice había sabido, Ford y Angel habían tardado casi dos años en encontrarlo. Y después de haberse visto sometido a torturas y cautiverio, el hombre había aparecido más muerto que vivo.
No había duda de que se había recuperado. Al menos por fuera, porque no había forma de saber nada sobre las cicatrices internas. La gente pensaba que el verdadero peligro al que se exponían los soldados era físico, pero lo cierto era que el peor daño que recibían solía ser en el corazón y en la mente; lo peor era cuánto y cómo te cambiaba todo lo que veías en la guerra. Eso sí que no tenía solución.
—¿Y qué haces aquí?
—He comprado un par de emisoras de radio y soy el pinchadiscos de Viejos Éxitos por la noche. También hablo un poco. No sé si alguien me escucha, pero hasta el momento no me han echado del pueblo —esbozó una sonrisa que no llegó a reflejarse en sus ojos.
La sonrisa se desvaneció.
—No me habría imaginado que te iba un sitio como Fool’s Gold.
—Pasé alrededor de un año aquí cuando era pequeño. Ford no dejaba de recordármelo y un día decidí volver —se sacó una tarjeta de visita del bolsillo de la camisa y se la pasó.
Gideon la agarró.
—SDC. Sector de Defensa Cerbero —volvió a sonreír—. ¿El perro de tres cabezas que guarda las puertas del infierno? Eso sí que son delirios de grandeza.
Justice se rio.
—Me parecía muy apropiado. Somos Ford, Angel y yo.
—¿Angel también se va a mudar aquí? ¿En serio? ¿Y crees que va a encajar?
—Creo que Fool’s Gold podrá soportarlo.
—Ya veremos —respondió Gideon devolviéndole la tarjeta.
—Quédatela. A lo mejor quieres unirte a nosotros.
—Ya tengo mi trabajo.
—Podrías dar algunas clases. Así no perderías la práctica.
Gideon se guardó la tarjeta en el bolsillo de sus vaqueros.
—No lo creo. ¿Para que querría no perder la práctica? ¿Has visto este lugar? Estamos muy seguros.
Eso podía ser verdad, pero Justice sabía que el peligro siempre acechaba. Que durante el resto de su vida, Gideon seguiría alerta y en guardia, al menos, contra la oscuridad.
—Puede que cambies de idea. Si lo haces, llámame. Nos vendría muy bien un tipo como tú.
Gideon alzó las manos.
—Ahora soy un civil y me dedico a mis cosas.
—¿Estás casado?
—No. No he sentado cabeza hasta ese punto.
Lo cual podía ser un problema, pensó Justice.
—He visto el gesto que has puesto. ¿Por qué te importa si...? —maldijo—. No. ¿Va a venir aquí?
Los dos sabían a quién se referían. Felicia.
—Sí y te mantendrás alejado de ella.
Gideon se tensó.
—¿Vas a obligarme?
—Es importante para mí. Es como una hermana.
Gideon esbozó una mueca de disgusto.
—Pues peor todavía.
—Sí. Quiere decir que siempre me preocuparé por ella. Es mi familia, Gideon, y si le haces daño, te mataré.
Los dos sabían a qué se refería Justice, y también sabían que Gideon no se alejaría tan fácilmente.
—Seguro que me ha olvidado. Pasó hace mucho tiempo.
—Yo también estoy seguro.
Pero cuando los dos se separaron, Justice se vio preguntándose si ambos habían mentido o solo él. Porque para él Felicia era de su familia, y eso significaba que sabía que ella jamás había olvidado nada. Ni a Gideon ni la noche que habían pasado juntos. Y cuando la joven se enterara de que estaba en el