equipo eres?
Arrugo la frente.
—¿De qué equipo universitario o…?
—De la NHL —me interrumpe, impaciente—. ¿Cuál es tu equipo, Brenda?
—Brenna —mascullo entre dientes—. Y soy de los Bruins, por supuesto. ¿Y usted?
Multer se ríe en voz alta.
—Los Oilers. Soy canadiense, de los pies a la cabeza.
Finjo interés.
—Oh, qué interesante. ¿Es usted de Edmonton, entonces?
—Sí. —Sus ojos vuelven a la pantalla. En un tono ausente, pregunta—: ¿Cuál dirías que es tu mayor debilidad, además de tener un padre medio famoso?
Me trago una réplica mordaz.
—A veces puedo ser impaciente —confieso. Porque ni en broma voy a hacer esa cosa tan cursi de decir que mi mayor debilidad es lo mucho que me importa el trabajo, o lo mucho que trabajo. Ugh.
La atención de Mulder vuelve a su equipo de hockey de fantasía. Se hace el silencio en su espacioso despacho. Irritada, cambio de postura en la silla y examino la vitrina de cristal que hay contra la pared. Exhibe todos los premios que ha ganado la cadena con los años, además de parafernalia diversa firmada por varios jugadores de hockey profesionales. Me fijo en que hay un montón de cosas de los Oilers.
En la pared opuesta, dos pantallas enormes muestran dos programas diferentes: un recopilatorio de los mejores momentos de este fin de semana de la NHL y un top 10 de las temporadas más explosivas de jugadores noveles. Ojalá los televisores no estuvieran silenciados. Al menos, podría escuchar algo interesante mientras me ignoran.
La frustración me sube por la espalda como la hiedra y me llega a la garganta hasta ahogarme. No me presta ni una pizca de atención. O es el peor entrevistador del planeta, o es un borde, o, directamente, no se toma en serio lo de considerarme para el puesto de trabajo.
O a lo mejor es la opción d) todas las anteriores.
Tristan estaba equivocado. Ed Mulder no es borde: es un capullo de mierda. Pero, por desgracia, no todos los días se tiene la oportunidad de realizar las prácticas en cadenas grandes como HockeyNet. Hay pocas en el mercado de prácticas. Y tampoco soy tan ingenua como para pensar que Mulder es un caso especial. Algunos de mis profesores, tanto hombres como mujeres, me han advertido de que el periodismo deportivo no es el terreno más acogedor para una mujer.
Me enfrentaré a hombres como Mulder a lo largo de toda mi carrera. Perder los papeles o salir hecha una furia de su despacho no me ayudará a conseguir mi meta. En todo caso, le daría «la razón» a su punto de vista misógino: que las mujeres son demasiado emocionales, demasiado débiles y que no están preparadas para sobrevivir en el mundo del deporte.
—Bueno —me aclaro la garganta—, ¿cuáles serían mis tareas si me dieran el puesto?
Ya conozco la respuesta: prácticamente he memorizado la oferta de trabajo, por no mencionar el interrogatorio digno de la CIA que le he hecho a Tristan, el profesor asistente. Pero supongo que vale la pena hacer alguna pregunta, ya que Mulder no está interesado en devolverme el favor.
Alza la cabeza.
—Tenemos tres puestos por cubrir en el departamento de producción. Yo soy el jefe del departamento.
Me pregunto si se ha dado cuenta de que no ha contestado a mi pregunta. Inspiro profundamente.
—¿Y las funciones?
—Muy intensivas —responde—. Tendrías que recopilar las partes más destacadas de los partidos, montar paquetes de clips, ayudar a hacer teasers y crear material inédito. Asistirías a las reuniones de producción, propondrías ideas para nuevo contenido… —Se le apaga la voz mientras pulsa varias veces el ratón.
Es decir, el trabajo perfecto para mí. Lo quiero. Lo necesito. Me muerdo la parte interior de la mejilla y me pregunto cómo puedo revertir esta desastrosa entrevista para bien.
No tengo la oportunidad de hacerlo. Se oyen unos golpes fuertes en la puerta y se abre de par en par antes de que Mulder responda. Un hombre entusiasmado con una barba descuidada irrumpe en el despacho.
—¡Acaban de detener a Roman McElroy por violencia doméstica!
Mulder se levanta de su sillón de piel.
—¿Me estás vacilando?
—Hay un vídeo circulando por Internet. No de las palizas a la mujer, sino de la detención.
—¿Alguna cadena lo ha cubierto ya?
—No. —El señor Barbas se balancea arriba y abajo como un niño en una tienda de juguetes. Dudo que tenga menos de cincuenta y cinco años.
—¿Qué reporteros están en el set? —inquiere Mulder de camino a la puerta.
—Georgia acaba de llegar…
—No —interrumpe el jefe—. Barnes no. Seguro que intenta darle un giro con sus tonterías feministas. ¿Quién más?
Me muerdo el labio para mantener a raya la réplica que me apetece soltar. Georgia Barnes es una de las dos mujeres analistas que hay en HockeyNet, y es maravillosa. Su conocimiento en la materia es increíble.
—Kip Haskins y Trevor Trent, pero están haciendo un directo ahora mismo. Los Cinco del Viernes.
—Que le den a Los Cinco del Viernes. Dile a Gary que redacte algo, y que Kip y Trevor debatan todo lo que puedan sobre el tema y analicen el vídeo de la detención fotograma a fotograma. Quiero un programa entero sobre el asunto de McElroy.
Mulder derrapa al llegar a la puerta, cuando, de repente, se acuerda de mi existencia.
—Acabaremos esto el lunes.
Me quedo boquiabierta.
—Disculpe, ¿cómo dice?
—Vuelve el lunes —ladra—. Tenemos una exclusiva brutal entre manos. Las noticias no esperan a nadie, Brenda.
—Pero…
—El lunes, a las nueve en punto. —Y con esto, se va.
Miro el marco vacío de la puerta, incrédula. ¿Qué narices acaba de pasar? En primer lugar, ha empezado la entrevista con varios comentarios sexistas. Luego, no ha escuchado ni una palabra de lo que le decía, y ahora me deja tirada en mitad de la entrevista. Entiendo que un jugador de hockey arrestado por agredir a su mujer es una noticia importante, pero… no puedo volver el lunes. Tengo clase. Tristan ya me avisó, pero Mulder ha resultado ser incluso peor de lo que esperaba.
Tomo el bolso y el abrigo de un arrebato y me pongo en pie. Que le den. No pienso volver el lunes. No pienso dejar que ese gilipollas…
«Prácticas soñadas», me recuerdo a mí misma. Y me repito la frase una y otra vez en la cabeza. La ESPN y HockeyNet son las dos cadenas deportivas más grandes del país. Y la ESPN no tiene ofertas de trabajo ahora mismo.
Con lo cual…
Supongo que me saltaré las clases del lunes.
Rochelle, la recepcionista mona y rubia de Mulder, me mira desde su escritorio cuando llego. Me cambia la fecha de la entrevista de manera oficial y salgo del edificio de HockeyNet con la peor sensación en las tripas.
Por primera vez en mil años, no llueve, así que pido un Uber y espero fuera, al lado del bordillo. Llamo a mi prima mientras espero.
—Hola —digo cuando Tansy responde—. Ya he terminado la entrevista.
—¿Tan pronto?
—Sí.
—¿Cómo ha ido?
—Ha sido un desastre total. Te lo cuento luego. Acabo de pedir un Uber. ¿Todavía puedo ir a tu habitación?