Elle Kennedy

Amor inesperado


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      Tiene razón. No hay nada que lo ate en Westlynn, en New Hampshire, excepto sus propios demonios. Yo, en cambio, volé a Boston justo después de graduarme en el instituto.

      Mi pueblo no tiene nada de malo. Es un sitio perfectamente normal, que cumple con los requisitos de un pueblo pequeño: es tranquilo y pintoresco. Mi padre y sus hermanos nacieron y se criaron en Westlynn, y la tía Sheryl y el tío Bill todavía viven allí con sus respectivas parejas. Mi padre esperó a que yo me fuera de casa para mudarse a Hastings, en Massachusetts. Antes de eso, conducía una hora hasta Briar cada día para que yo fuera al colegio con mis primos y mis amigos. Aunque creo que es más feliz en Hastings. El pueblo está a dos minutos del campus, y su casa es una espaciosa construcción de estilo victoriano con mucho encanto.

      Mi exnovio decidió quedarse en nuestro pueblo natal. Después de la graduación, entró en una espiral de malas decisiones, se juntó con quien no debía y acabó haciendo las cosas incorrectas. Westlynn no está plagado de traficantes de droga, pero tampoco es que no se pueda contactar con ninguno. Por desgracia, las drogas se encuentran en cualquier parte.

      Eric está atrapado. Todo el mundo ha pasado página, pero él sigue en el mismo lugar. No, ahora está en una situación mucho peor. Tal vez no debería sentir lástima por él, pero no puedo evitarlo. Y nuestra historia me dificulta darlo completamente por perdido.

      —No creo que debas llamarlo.

      Las severas palabras de mi prima me traen de vuelta al presente.

      —Lo más probable es que no lo haga.

      —¿«Lo más probable»?

      —Noventa por ciento no, diez por ciento tal vez.

      —Un diez por ciento es demasiado. —Sacude la cabeza—. Ese chico te arrastrará con él si le permites volver a entrar en tu vida.

      Pongo los ojos en blanco.

      —Por Dios, no quiero que te preocupes por eso. Hay una probabilidad del cien por cien de que eso no ocurra.

      —Bien. Porque es obvio que él sigue obsesionado contigo.

      —Nunca estuvo obsesionado conmigo —defiendo a Eric.

      —¿Me estás vacilando? ¿Te acuerdas de cuando tuviste mononucleosis en tercero y no pudiste ir a clase durante un par de meses? Eric se vino abajo —me recuerda—. Te llamaba cada cinco segundos, se saltaba las clases para ir a verte, se volvió loco cuando el tío Chad le dijo que dejara de visitarte. Fue intenso.

      Desvío la mirada.

      —Sí. Supongo que fue un poco dramático. Por cierto, ¿qué te parece este top? —Me señalo el top negro alto acanalado. Se ata alrededor del cuello y por la espalda, y me deja el abdomen al descubierto.

      —Sexy que lo flipas —declara Tansy.

      —Sabes que no has ahorrado nada de tiempo al decir «que lo flipas» en lugar de «de narices», ¿verdad? Tiene la misma cantidad de sílabas —la vacilo, y me siento aliviada porque haya aceptado el cambio de tema con tanta facilidad.

      No me gusta recrearme en esa época de mi vida. A decir verdad, pensar en Eric me deja tan exhausta como cuando lidiaba con él en su momento. Es recordarlo y, de inmediato, me siento como si acabara de subir el Everest. Mi ex es un vampiro emocional.

      —Hablo en la jerga de internet —replica Tansy—. El único idioma auténtico. Bueno, tú estás sexy, yo estoy sexy, así que vamos a enseñarle a todo el mundo lo sexys que estamos. ¿Lista?

      Tomo el bolso de encima de la cama de su compañera.

      —Lista que lo flipas.

      * * *

      Terminamos en un pub irlandés en el barrio de Back Bay. Se llama el Zorro y el Zoquete y, a juzgar por las caras jóvenes, en su mayoría lo frecuentan estudiantes universitarios. Muy a mi pesar, hay una notable escasez de atuendos de hockey. Localizo un par de camisetas marrones y doradas, los colores de los Boston College Eagles. Pero ya está. Echo de menos el Malone, el bar de Hastings donde se reúnen los fans del hockey de Briar.

      Tansy mira el móvil mientras entramos. Hemos quedado aquí con su novio. ¿O puede que sea su exnovio? ¿Follamigo? Nunca lo tengo claro cuando se trata de ella y Lamar. Su relación de «ahora sí, ahora no» marea tanto como un tiovivo.

      —Ningún mensaje de Lamar. Supongo que todavía no ha llegado. —Me toma del brazo y vamos hacia la barra—. Pidamos chupitos. Llevamos sin tomarlos desde Navidad.

      Hay muchísima gente a la espera de que les sirvan. Cuando llamo la atención de uno de los camareros, este nos indica con señas que nos atiende en un minuto.

      —Ojalá vinieras al Boston College conmigo, en serio —se lamenta Tansy—. Podríamos hacer esto siempre.

      —Ya lo sé.

      Me habría encantado ir con ella a la Boston College, pero rechazaron mi solicitud. Entonces, no me alcanzaba la nota; mi relación con Eric boicoteó mi habilidad para concentrarme en las clases. En su lugar, fui a una universidad pública hasta que me transferí a Briar, donde no tengo que pagar la matrícula porque mi padre trabaja allí.

      —Qué guay. Retransmiten el partido de los Bruins —digo mientras alzo la vista hacia uno de los monitores que cuelgan del techo. Una mancha negra y amarilla pasa a toda prisa cuando los Bruins entran en ataque ofensivo.

      —¡Viva! —exclama Tansy con un entusiasmo irónico.

      No le importa el hockey. A ella le gusta más el baloncesto. Es decir, solo sale con jugadores de baloncesto.

      Trato de volver a llamar al camarero, pero está ocupado sirviendo a un grupo de chicas enfundadas en vestidos minúsculos. El pub está sorprendentemente lleno para ser las diez y media de la noche. A estas horas, la gente todavía está haciendo la previa en cualquier otro lugar.

      Tansy vuelve a mirar el móvil y escribe algo.

      —¿Dónde leches está? —masculla.

      —Escríbele.

      —Lo acabo de hacer. Y por alguna razón no me resp… Oh, un momento, está escribiendo. —Espera hasta que aparece el mensaje—. Vale, está… Oh, Dios mío, tiene que ser una broma.

      —¿Qué pasa?

      La irritación se refleja en sus ojos oscuros.

      —Un segundo. Tengo que llamarlo y averiguar qué pasa.

      Oh, por favor. Espero que no tengan problemas en el paraíso, porque sé que, a veces, Tansy se ofusca con su novio o exnovio o follamigo. Todavía no lo tengo claro.

      Lo único que sé es que tengo muchas ganas de pasar un fin de semana divertido con mi prima favorita. Sobre todo, después de la espantosa entrevista de esta mañana. Ha sido un completo desastre.

      Veo el partido de los Bruins mientras espero a Tansy. Ninguno de los dos camareros se acerca a tomarme el pedido, aunque puede que sea bueno porque mi prima vuelve indignada y dando pisotones.

      —No te lo vas a creer —anuncia—. El estúpido idiota se ha equivocado de bar. Está en el Zorro y el Sapo, junto a Fenway. Nosotras estamos en el Zorro y el Zoquete.

      —¿Por qué todos los bares de esta ciudad llevan la palabra «zorro»?

      —¿Verdad? Y ni siquiera me puedo enfadar demasiado con él, porque ha sido una confusión tonta. —Suelta un suspiro, exasperada—. En fin, está allí con unos amigos y no quiere mover a todo el grupo cuando tú y yo podemos ir en taxi y llegar allí en diez minutos.

      —Tiene sentido.

      —¿No te importa que nos vayamos de aquí?

      —No. —Me aparto de la barra—. Deja que vaya al baño antes de irnos.

      —Vale. Yo pido el taxi.