fulmino antes de que le dé tiempo a ofrecer su cuerpo. La cierra enseguida.
—Ya te lo he dicho, no tomas decisiones por mí —sentencia Brenna con frialdad.
—No he tomado ninguna decisión por ti. McCarthy lo decidió solo.
—No me lo creo. Y no me gusta que interfieras en mi vida.
—Yo no quiero que interfieras con mis jugadores —replico.
Mis compañeros de equipo giran la cabeza entre Brenna y yo.
—¿De verdad vamos a volver a tener esta discusión? —me pregunta en un tono aburrido. Repasa el brazo de Cody con el dedo índice.
A él se le nubla la vista.
Mierda. Brenna no solo está irresistible, también es increíblemente magnética. Y su trasero perfecto está pegado a la entrepierna de un jugador de hockey lleno de agresividad contenida y expectativas por la semifinal de mañana.
—¿Has venido a gritarme, tía buena? Porque eso no hará que el pobre y dulce McCarthy vuelva —la provoco. Sobre todo, porque es divertido ver cómo los ojos oscuros se le llenan de rabia, como dos trozos de carbón candentes en una hoguera.
—Tienes razón. McCarthy no volverá conmigo. Así que supongo que ha llegado el momento de buscarle un sustituto. —Con las puntas de los dedos, alcanza la mano que Coby ha apoyado en su cadera. Enlazan sus manos y yo frunzo el ceño al ver que él le acaricia la palma con el pulgar.
Creo que Coby está a punto de gemir. La música amortigua el sonido, pero su expresión torturada me dice que no le pasa desapercibido. Mis ojos echan chispas cuando lo miro.
—Céntrate, tío. Está jugando contigo.
—No es un juego. Creo que tu compañero está muy bueno. —Se aparta el pelo sedoso detrás del hombro y ladea la cabeza para encontrarse con la mirada apreciativa de Coby.
—¿Cómo te llamas?
—Coby —pronuncia con la voz rasposa.
Oh, mierda. Tenemos un problema. La mira como si ya estuviera desnuda. Dios, creo que toda la gente que hay en el bar está igual.
—Yo soy Brenna —lo encandila ella—. Encantada de conocerte.
—Igualmente —repite él, y traga saliva sin disimular.
Brenna me sonríe y, entonces, desenreda los dedos y desliza la palma por el musculoso pecho de Coby. Presiona el logo de Harvard que hay en su sudadera gris y deja el dedo apoyado sobre el pectoral izquierdo.
—El corazón te late muy rápido. ¿Va todo bien?
—Va todo perfecto. —Está completamente hechizado. Por debajo de los pesados párpados, admira las curvas de su cuerpo. Entonces, cambia de postura, probablemente debido a una erección enorme.
—Concéntrate en mí, Chilton —ordeno—. No dejes que te arrastre al lado oscuro.
—No le escuches, Coby. Quiero decir, ¿de verdad quieres que Connelly dirija tu vida? Es un aguafiestas. ¿A quién le caen bien los aguafiestas? —Se arrima más a él—. ¿Y qué más te gusta hacer, aparte de jugar a hockey? ¿Te gusta bailar?
—Me encanta —masculla. Tiene la mirada clavada en su pecho.
Soy completamente consciente de que no tiene ninguna posibilidad con ella.
—Coby, no caigas en la trampa. No le interesas.
Ambos me ignoran.
—Tendríamos que salir a bailar algún día. Nos lo pasaríamos. Tan. Bien. —Le acaricia el pectoral antes de subir la mano hasta la barbilla barbuda. También la acaricia. —Estoy segura de que nuestros cuerpos juntos harían que el corazón te latiera todavía más rápido.
Adam vuelve a toser. Detrás suyo, Dmitry parece totalmente cautivado. Todos lo parecen. Brenna tiene este efecto sobre los hombres.
Le frunzo el ceño a Coby.
—Te está provocando. Se está vengando por los crímenes que, según ella, he cometido.
Brenna sonríe, desafiante.
—La verdad es que Coby me parece increíblemente atractivo.
—Claro que sí. —Arrastro las palabras y animo todavía más al tontaina sobre el que está sentada—. Tú puedes, tío. Escápate a rastras de esta oscuridad.
Cuando finalmente habla, se atraganta con las palabras como si se las sacaran a la fuerza de la boca.
—Lo siento, Jake. Creo que me he enamorado.
Ella se ríe, y se levanta de su regazo.
Coby también se pone en pie al momento.
—Deberíamos ir a bailar esta noche —dice, entusiasmado.
Suspiro.
—Cabrón debilucho.
Brenna también suspira y toca con suavidad el brazo de mi compañero de equipo.
—Lo siento, cielo, pero Connelly tenía razón. Jugaba contigo.
La mira embobado.
—¿De verdad?
—De verdad. Te estaba manipulando, y pido perdón por ello. Eras un insignificante peón en esta pequeña partida de ajedrez entre tu capitán y yo.
Coby parece tan decepcionado que tengo que reprimir la risa. Aunque no me da lástima. Yo ya lo había avisado.
Brenna se gira hacia mí.
—¿Ves lo fácil que ha sido? —Sacude la cabeza, irritada—. La única razón por la que no lloro por lo de McCarthy es porque era algo temporal. Pero que esto te sirva de aviso, Connelly. Aléjate de mi vida. Mi vida amorosa, mi vida sexual, mi vida en general. No tienes derecho a obligar a alguien a cortar conmigo. Es muy infantil.
—¿Y lo que acabas de hacer tú no lo es? —la reto.
—Oh, sí que lo ha sido. No lo niego. Me he puesto a tu nivel porque quería demostrarte algo. Si te metes en mi vida, yo me meteré en la tuya. Sigue acusándome de distraer a tus chicos y adivina qué pasará. Sí, empezaré a hacerlo. Y por lo que acabamos de ver, no va a ser muy difícil. —Da un par de palmadas en la espalda a Coby—. De nuevo, siento haberte involucrado en esto. Si te sirve de algo, creo que estás como un tren y tengo una amiga, Audrey, a la que me gustaría presentarte. Eres exactamente su tipo.
A Coby se le ilumina la cara.
—¿En serio?
Brenna levanta el móvil.
—Sonríe. Le mandaré una foto tuya y veremos si le interesas.
Observo, incrédulo, cómo Coby posa para la foto. Es que incluso hace bola con los bíceps, madre mía. Y entonces, para colmo, añade:
—Gracias.
El idiota le ha dado las gracias. Dios. Mis compañeros de equipo son increíbles. Brenna mete el móvil en el bolso y busca mi mirada.
—Que disfrutes del resto de la noche, Jakey. —Me guiña el ojo—. Y que no se te olvide… Si te metes conmigo, yo no me quedo de brazos cruzados.
Capítulo 7
Jake
A las tres de la madrugada, me encuentro al lado del fregadero de la cocina mientras me bebo un vaso de agua de un trago. No estoy seguro de qué me ha despertado. ¿Puede que hayan sido los truenos? No ha dejado de llover a cántaros desde que hemos vuelto del bar. Ni un momento de tregua.
O a lo mejor ha sido la culpa lo que me ha desvelado. Nunca lo reconocería ante Brenna, pero… sí que me siento mal por haberme metido en sus asuntos. Cuando ha confesado que le gustaba McCarthy, no