Elle Kennedy

Amor inesperado


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que no tenía otra opción. No está para nada cerca de jubilarse.

      —Ayer hubo un problema —me explica mamá—. No me preguntes el qué, ya sabes que desconecto cuando parlotea sobre sus puentes. Solo sé que es un momento decisivo, que tienen que terminar antes del invierno y que corren el riesgo de retrasarse porque algunos miembros del equipo se están comportando como unos, cito textualmente,«gilipollas integrales».

      Suelto una carcajada. Mi padre tiene el don de la palabra.

      —Seguro que lo sacan adelante —le digo—. A papá se le da bien gritar a la gente. Y le gusta hacerlo, así que todo el mundo sale ganando.

      Mi madre empieza a traer platos a la gran mesa de cedro que mi padre y yo montamos un verano cuando yo era pequeño. Trato de pinchar una torrija con el tenedor, y mamá vuelve a apartarme la mano.

      —Espérate a que lo traiga todo. Y, a decir verdad, no sé si a tu padre todavía le gusta dar órdenes al equipo. Está cansado, cielo. Hace mucho que trabaja en lo mismo.

      Deja una pila de tostadas de centeno con mantequilla en la mesa.

      —¡Pero cuéntame qué tal estás tú! ¿Algún día de estos vas a traer ya sabes qué a casa?

      Me hago el tonto.

      —¿Un ya sabes qué? ¿Un perrito? ¿Un coche?

      —Una novia, Jake. Necesitas una novia —resopla.

      —Oh, claro, ¿verdad? —No puedo evitar provocarla. Mis padres llevan un tiempo insistiendo en que todavía estoy soltero.

      —Sí —dice con firmeza—. Es verdad. Necesitas una novia maja que te apoye. Como Hazel. Todavía no entiendo por qué no sales con Hazel. ¡Es perfecta para ti!

      Hazel siempre es la primera candidata a la que mamá pone sobre la mesa.

      —No voy a salir con ella —niego, igual que he hecho las doce veces anteriores—. No me interesa de esa manera.

      —Vale, entonces sal con alguien.

      Esa siempre es la segunda opción de mamá: alguien. Se muere por que siente la cabeza de una vez.

      Pero de momento no entra en mis planes.

      —No quiero —respondo, y me encojo de hombros—. El hockey es mi máxima prioridad ahora mismo.

      —¡El hockey ha sido tu máxima prioridad desde que tenías cinco años! ¿No crees que ya es hora de que cambies tus prioridades?

      —No.

      Sacude la cabeza en desaprobación.

      —Estás en la universidad, Jake. Eres joven y eres guapo, y no quiero que un día pienses en esta etapa de tu vida y te arrepientas por no haber tenido a alguien con quien compartirla.

      —Yo no me arrepiento, mamá. Nunca lo he hecho.

      Aunque, si soy completamente sincero, ahora me arrepiento de algo.

      No me quito de encima el sentimiento de culpa por haber interferido entre Brenna y McCarthy. Claro, no es que estuvieran prometidos, pero Brenna tiene razón: yo le pedí a él que la dejara. Fue una jugada sucia. A mí tampoco me gustaría que alguien dictara mi vida sexual.

      Esperaba que la culpa se disipara, pero no ha sido así. Ayer por la noche me roía por dentro, y todavía me carcome esta mañana.

      «Día de partido», me recuerda una voz severa.

      Es verdad. El partido de hoy contra Princeton es lo único que importa ahora mismo. Tenemos que ganar.

      Vamos a ganar.

      No hay alternativa.

      Capítulo 8

      Brenna

      —No puedo creer que me abandones. —Fulmino a Tansy con la mirada, pero, en el fondo, no me sorprende.

      Tenía la esperanza de que Lamar y ella no me arruinaran el fin de semana, pero, como le gusta decir a mis padres, la esperanza es para los necios. «Trabaja duro y haz que tus sueños se hagan realidad —me repite siempre— y así nunca deberás esperar por nada».

      —Solo serán una hora o dos —me promete mi prima.

      —Ya, claro —me mofo desde la cama de su compañera de piso.

      De nuevo, Aisha ha demostrado ser mi heroína. De alguna forma, ha sustituido el colchón que venía con la habitación de la residencia por uno de esos de gomaespuma con memoria que te hacen sentir que estás durmiendo en una nube. Me he zambullido bajo las mantas cuando Tansy y yo hemos vuelto de nuestra tarde de comida y compras. Qué cómoda es esta cama.

      —Va en serio —insiste Tansy—. Solo voy a hablar de lo que nos pasó anoche.

      —Oh, ¿te refieres a cómo os gritasteis como locos el uno al otro frente al bar entero?

      Sí. Fue divertido. Tansy y Lamar empezaron a discutir casi al instante en que llegamos al Zorro y el Sapo. Hacía mucho tiempo que no veía hacer una montaña de un grano de arena tan rápido.

      Se saludaron con un beso, ella lo chinchó por haberse equivocado de bar, él se quejó de que ella le había dicho mal el nombre, ella lo negó, él insistió, ella dijo que no era culpa suya que el muy tonto no supiera leer un mensaje, él dijo: «¿Por qué estás siendo tan cabrona?», y ya lo tienes: el Apocalipsis.

      Oh, Lamar. Nunca le digas a tu novia que se está comportando como una cabrona. Aunque sea cierto.

      Los amigos de Lamar y yo decidimos tomarnos un par de chupitos de tequila. Supusimos que Tansy y Lamar se cansarían de discutir y volverían al grupo, pero no ocurrió, y ella me sacó a rastras del bar hecha un mar de lágrimas y volvimos a casa antes de medianoche.

      Esta mañana me he despertado y ni siquiera tenía resaca. Hasta donde yo sé, esto define una noche de mierda.

      —Venga ya, Tans, dile que lo verás mañana. Ya has arruinado las compras en Newbury Street por haberte pasado todo el rato enviándole mensajes. —Se suponía que íbamos de compras y a pasarlo bien y, en lugar de eso, me he tirado el día viendo cómo escribía con el móvil. Apenas hemos hablado durante la comida porque no dejaban de mensajearse.

      —Ya lo sé, lo siento. Es que… —Me implora con unos ojos enormes—. Hemos hablado de prometernos después de la graduación. No puedo ignorarlo mientras discutimos. Tenemos que resolverlo.

      Ni siquiera me sobresalto al oír la palabra «prometernos». Tansy y Lamar lo han dejado y han vuelto tantas veces que ya no me tomo su relación en serio. Si rompes con alguien una y otra vez, por algo será. Dato curioso: el drama continuo no lleva al compromiso a largo plazo.

      Dudo mucho que los planes de comprometerse estén realmente sobre la mesa. Y si, por casualidad ocurriera, ni por asomo terminaría en una boda de verdad. Apuesto los escasos ahorros de mi vida a que no pasará.

      No obstante, rebajo un poco el escepticismo y digo:

      —Vale, habéis hablado de prometeros. Eso no tiene nada que ver con el hecho de que tu prima, a la que no veías desde hacía meses, ha venido hasta aquí para pasar el fin de semana contigo. La noche de ayer se convirtió en un festival de sollozos. La tarde de compras de hoy, en la fiesta de los mensajes. Y he aquí, ahora también me dejas colgada con nuestro plan de cena y discoteca.

      —No voy a dejarte colgada, te lo prometo. Me pierdo la cena, pero iremos a la discoteca. Puedes usar mi pase de la residencia y cenar aquí, ni siquiera tendrás que gastar nada. Y luego échate una siesta o algo, yo volveré antes de que te des cuenta e iremos juntas al Bulldozer como habíamos planeado.

      El Bulldozer es una discoteca a la que hace tiempo que quiero ir. A pesar de que el nombre deja mucho que desear, tiene muchas reseñas y parece que la música que ponen es bastante buena.

      Tengo