Elle Kennedy

Amor inesperado


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y que te dé la llave. La mía es la 408.

      —Genial.

      Me giro hacia el alto edificio del que acabo de salir, con las ventanas relucientes, la recepción de cristal y el logo enorme de HockeyNet en rojo y blanco. Se me escapa un suspiro.

      —Espero que estés lista para pasarlo bien esta noche porque voy a beber hasta borrar el recuerdo de esta entrevista.

      * * *

      —Te odio muchísimo. ¿Cómo lo haces para estar tan guapa siempre sin esforzarte siquiera? —protesta Tansy esa misma noche.

      Estamos en su suite del Walsh Hall, una de las residencias de la Boston College. Tiene tres compañeras de habitación, y comparte litera con una chica que se llama Aisha, que este fin de semana se ha ido a visitar a sus padres a Nueva York. Aisha es de las mías, porque ha transformado su escritorio en un tocador. Yo habría hecho lo mismo con mi escritorio si tuviera uno: siempre he preferido hacer los deberes tumbada en la cama o en el sofá.

      Le sonrío al reflejo de Tansy en el enorme espejo de Aisha y acabo de ponerme la máscara de pestañas en las de arriba.

      —Me estoy maquillando —puntualizo—. ¿Esto no es esforzarse?

      Emite un sonido gutural.

      —¿A eso le llamas maquillarse? Te pones una pizca de base y un poco de rímel. Eso no cuenta como esfuerzo.

      —Y pintalabios —le recuerdo.

      —Y pintalabios —me concede. Pone los ojos en blanco—. Sabes que hay más colores aparte del rojo en este enorme y maravilloso mundo, ¿verdad?

      —El rojo es mi color. —La miro con los labios fruncidos y doy un beso al aire—. Mi amiga de Briar dice que es mi marca personal.

      —Totalmente. No recuerdo la última vez que te vi sin. ¿Quizá la mañana de Navidad? —Hace una pausa—. No, espera, aquel día las dos llevábamos pintalabios. Combinaba con nuestros gorritos de Papá Noel. Aunque a mí me quedaba fatal. Me acuerdo. A mí no me quedan bien los labios rojos.

      —Tenemos la misma complexión, Tans. Te queda bien, sin duda alguna.

      —No, me refiero al rollazo que da. Hay que transmitir un cierto rollo para que el rojo te quede bien.

      No se equivoca. Es un look que requiere confianza. Irónicamente, es lo que a mí me da confianza. Sé que suena absurdo, pero me siento invencible cada vez que me unto en carmesí.

      —Te puedo prestar un poco de mi rollazo, si quieres —le ofrezco.

      A Tansy se le arruga la nariz al sonreír. La luz se refleja en el piercing plateado que lleva en el lado izquierdo, y parece que brille.

      —Ay, gracias, Be. Sabía que había una razón por la que eras mi prima favorita.

      —Bueno, las otras no son muy buenas candidatas para tener este honor, que digamos. Leigh y Robbie se pasan el día dando sermones religiosos. Y no me hagas hablar de Alex.

      Hacemos una mueca a la vez. Alex es la hija de nuestro tío Bill, y es increíblemente pesada.

      Oigo el sonido de un mensaje entrante.

      —Ey, ¿puedes mirar quién es?

      He dejado el móvil en el escritorio de Tansy, y a ella le queda más cerca.

      Lo alcanza desde su cama.

      —Alguien que se llama BG dice que te echa de menos. Ha puesto como cien eses al final y cinco, no, seis, corazones. Oooh, y es el corazón rojo. Eso significa que va en serio. Bien, ¿quién es este tal BG y por qué no me lo habías mencionado?

      Me atraganto con la risa.

      —BG son las siglas de Barbie Greenwich. Es como llamo a mi amiga Summer. Es una chica guapa ricachona de Connecticut.

      —Mentirosa. Nunca te he oído hablar de ninguna Summer —me acusa Tansy.

      —Se trasladó a Briar a principios de enero. —Vuelvo a meter el bastoncito de rímel en el tubito y lo cierro—. Está loca, pero en el buen sentido de la palabra. Es muy graciosa. Siempre está dispuesta a salir de fiesta. Tengo muchas ganas de que la conozcas.

      —¿La veremos este fin de semana?

      —Por desgracia, no. Mañana va a desempeñar su labor de novia e irá a animar a Briar en la semifinal contra Yale. Su novio juega en el equipo.

      —¿Y por qué te echa de menos?

      —No nos vemos desde el fin de semana pasado. Y sí, ya sé que una semana no es mucho, pero en años de Summer es una década. Es una melodramática.

      Vuelve a sonarme el móvil.

      —¿Ves lo que te digo? —me río, y guardo el rímel y el pintalabios en el neceser que me he traído—. ¿Me pasas el móvil, porfa? Si no le contesto, es probable que le dé un ataque de pánico.

      Tansy mira la pantalla. Se le tensan un poco los hombros.

      —No es Summer —me informa.

      Frunzo el ceño.

      —Vale. ¿Quién es?

      Hace una larga pausa. Hay un cambio repentino en el ambiente y se forma una nube de tensión entre nosotras.

      Tansy me examina, cautelosa.

      —¿Por qué no me habías dicho que sigues en contacto con Eric?

      Capítulo 5

      Brenna

      La tensión penetra en mi cuerpo. Los hombros se me quedan de piedra y la columna, de hierro. Mis dedos, en cambio, parecen gelatina y empiezo a temblar. Por suerte, ya he terminado de ponerme el rímel. De no ser así, me habría sacado un ojo.

      —¿Me ha escrito Eric? —Me preocupa lo débil que suena mi voz—. ¿Qué dice?

      Tansy me da el móvil. Enseguida bajo la vista para ver el mensaje. Es breve.

      ERIC: Llámame, Be. Tengo que hablar contigo.

      Una sensación de angustia me recorre la columna, como si se tratara de las gotas de un grifo mal cerrado. Mierda. ¿Qué quiere, ahora?

      —¿Qué quiere, ahora? —Tansy pronuncia mis pensamientos en voz alta, pero ella suena mucho más desconfiada.

      —No lo sé. Y para responder a tu pregunta de antes, no seguimos en contacto.

      Eso no es completamente cierto. Eric me llama dos o tres veces al año y, por lo general, va borracho como una cuba o colocado. Si no contesto, sigue llamando una y otra vez hasta que lo hago. No tengo un corazón lo suficientemente fuerte como para bloquear su número, pero el que sí tengo se parte en dos cada vez que le respondo a las llamadas y oigo cómo ha tocado fondo.

      —¿Sabías que mi madre se lo cruzó hace seis o siete meses? En Halloween, más o menos.

      —¿En serio? ¿Por qué no dijo nada durante las vacaciones?

      —No te quería preocupar —confiesa Tansy.

      Se me atraganta un denso suspiro. El hecho de que la tía Sheryl pensara que me preocuparía dice bastante sobre el estado en el que vio a Eric.

      —¿Iba drogado?

      —Mi madre cree que sí.

      Exhalo lentamente.

      —Me sabe muy mal por él.

      —No debería —dice Tansy con franqueza—. Es él quien elige entregarse a ese modo de vida. Su madre le buscó una plaza en aquel centro carísimo de rehabilitación de Vermont, y él se negó a ir, ¿recuerdas?

      —Sí, me acuerdo. —También me sabe fatal por la madre de Eric. Es muy frustrante tratar de ayudar a alguien que se niega