contra todo ser humano, mujer u hombre, de cualquier condición, raza, color, edad o condición; además, y en seguimiento del pensamiento judeo-cristiano, “estamos hechos a imagen y semejanza de Dios”,27 lo cual nos dota de una alta dignidad que linda con lo sagrado, al grado de que —sin ser dioses, sino seres humanos con toda la dignidad que ese calificativo implica— podemos ser llamados legítimamente hijos de Dios.
De esta manera, desde la filosofía de inspiración aristotélica, damos un paso más hacia otra fuente legítima extrafilosófica, como lo es el dato revelado que proporciona la Biblia,28 que en nada lesiona lo que descubre la razón humana, sino más bien enriquece y amplía sus conclusiones. De lo que se trata aquí es de argumentar a favor de la dignidad del ser humano, y para ello podemos acudir a fuentes diversas. Estos dos acercamientos que tratan de definir lo que somos no son excluyentes sino complementarios; la filosofía abierta que sostenemos nos permite acudir con libertad a distintas perspectivas que refuercen el conocimiento de nuestro propio ser. En adición, ese mismo hecho deberá impulsarnos al reconocimiento y respeto irrestricto que debemos tener hacia los otros seres humanos.
En relación con otro tipo de existentes —vivientes o no—, si se respeta su naturaleza específica y las leyes naturales que les gobiernan, se mantiene el equilibrio en el orden natural y dinamismo creativo del universo que garantiza la protección del ambiente y la sustentabilidad del planeta. De este enfoque, altamente ecológico, se derivan las tesis clásicas del respeto y conocimiento paulatino del universo y del aprovechamiento racional de la naturaleza física, en una relación empática y no de dominio despótico de abuso y explotación irracional de los recursos naturales.
3.2. El concepto de naturaleza en sentido moderno
La noción de naturaleza en sentido moderno tiene entre sus precursores a Copérnico (1473-1543) y a Galileo Galilei (1564-1642), por su trabajo y aportaciones en el campo de la astronomía, así como al filósofo británico Francis Bacon (1561-1626), que habló del método científico y su perfil inductivo-experimental, que condujo a la formulación de leyes generales en relación con los hechos, como revisaremos brevemente.
Entre las aportaciones de Nicolás Copérnico29 se encuentran sus estudios sobre los planetas y su célebre teoría heliocéntrica, con lo que contribuyó a la explicación del movimiento planetario y de la movilidad de la Tierra, que trajo como consecuencia el derrumbe del geocentrismo proclamado por Ptolomeo. Su aportación marcó un hito en la astronomía y la matemática conocido como “revolución copernicana”, uno de los grandes descubrimientos de la humanidad. Influyó poderosamente en Kepler y Galileo, que profundizaron su hallazgo con sus propias contribuciones.
Kepler intentó comprender las leyes del movimiento planetario formulando sus famosas tres leyes en torno a ese movimiento, además de descubrir la supernova que lleva su nombre.30 Galileo, pionero de la ciencia experimental y de la mejora del telescopio óptico, le llevó a confirmar el modelo heliocéntrico de Copérnico. Es considerado el padre de la astronomía observacional moderna.31 Ello significó que sus estudios sobre la naturaleza física se centraban en el universo desde una perspectiva física, astronómica y matemática.
Galileo, en la misma línea que el astrónomo polaco, y en polémica con un detractor suyo que sostenía lo contrario, declaró lo siguiente: “Señor Sarsi las cosas no son así. La filosofía está escrita en ese grandísimo libro que tenemos abierto ante los ojos, quiero decir, el universo, pero no se puede entender si antes no se aprende a entender la lengua, a conocer los caracteres con los que está escrito. Está escrito en lengua matemática”.32 Este texto clásico le permite afirmar a Juan Arana que “al rechazar la alternativa de su adversario, Galileo formuló la más memorable declaración de principios del matematicismo filosófico”,33 que le ha permitido a la ciencia moderna descifrar desde las matemáticas el lenguaje de la creación, lo cual es muy positivo y ha sido instrumento para numerosos avances pero que, desde una perspectiva más amplia, holística, y de raíces clásicas, no es suficiente.
Con ello pretendo dejar claro que el universo, en concordancia con la comprensión y entendimiento de la ciencia moderna, con toda su relevancia e impacto en nuestros días, no se agota en la lectura matemática y física de la naturaleza, sino que encierra mucho más. De allí la necesidad de la comunicación e interdisciplinariedad entre los diversos saberes (ciencias particulares o no, filosóficas, matemáticas, filosofía y teología), porque aportan diferentes ángulos de conocimiento de lo existente, y —en asuntos complejos o poco claros— dan ocasión al debate, la revisión, la discusión, la rectificación o ratificación de las tesis en pugna.
Y es que la clave para el conocimiento del ser humano, la naturaleza física, el universo y Dios, la encontramos en una propuesta abierta, sin prejuicios ideologizantes o sesgados, que traen como consecuencia visiones reductivas en el conocimiento de la realidad. Lo que hay que tomar en cuenta son las diversas formas de acercamiento a la verdad de lo existente y sus hallazgos y aportaciones que traen consigo la interdisciplinariedad y apertura sin prejuicios al conocimiento de la verdad.
Francis Bacon, por su parte, y en directa crítica a la filosofía anterior, en su Novum Organum (1620) hace una declaración de principios a favor del conocimiento de los hechos físicos y las leyes que de allí pueden inferirse, vía el método experimental y que tres siglos después será seguido por Augusto Comte. Lo que pretendía era derrumbar el pensamiento antiguo a favor del pensamiento moderno, y a ello dedicó sus esfuerzos. Textos del Novum Organum que lo muestran son los siguientes:
• “El hombre, servidor e intérprete de la naturaleza, ni obra ni comprende más que en proporción de sus descubrimientos experimentales y racionales sobre las leyes de la naturaleza; fuera de allí, nada sabe ni nada puede” (Aforismo 1).
• “No hay ni puede haber más que dos vías para la investigación y descubrimiento de la verdad: una que, partiendo de la experiencia y de los hechos, se remonta enseguida a los principios más generales (…), y otra que de la experiencia y de los hechos, se deducen las leyes” (Aforismo 19).
¿Bacon tenía razón? ¿No estaba centrándose únicamente en el aspecto físico-experimental? ¿Acaso todo es material? ¿Y dónde queda la dimensión espiritual?
Este giro epistemológico muestra diversas claves del proyecto moderno en su comprensión de la naturaleza y su trabajo a favor de un determinado tipo de ciencias, como son las físico-matemáticas y las experimentales, que en el siglo xix son llamadas por Comte (1798-1857) ciencias positivas, entre las que se encuentran la química y la biología, que en su desarrollo han centrado parte de sus esfuerzos en el conocimiento de la composición atómica y orgánica de los seres vivos y de los procesos químico-biológicos, ambientales o de herencia, que forman parte de la explicación multicausal del dinamismo propio de cualquier ente que tenga vida, sea por supervivencia del más fuerte en la selección de las especies como sostenía Darwin (1809-1882), sea por adaptación al ambiente, a las circunstancias, buscando su propio equilibrio lo que significa poseer “una capacidad intrínseca de superar los embates del ambiente, o de reestructurarse para así autoequilibrarse” como proponía Herbert Spencer34 (1820-1903) en sus Principios de biología (1864).35
En este mismo enclave, Antoine de Lavoisier (1743-1794), padre de la química moderna, desde su pensamiento dialéctico y materialista formula su célebre “ley de la transformación de la materia”, según la cual “la materia no se crea ni se destruye, sólo se transforma”,36 que proyecta un sentido de naturaleza de tipo funcional, moderno, siempre cambiante; poco tiempo después, filósofo alemán Carlos Marx (1818-1883) enuncia la undécima tesis sobre Feuerbach, donde propone abandonar una filosofía contemplativa y adoptar una filosofía práctica, con la pretensión de conseguir los cambios sociales y culturales que desde su materialismo, dialéctico y social, diseñaba. En esta undécima tesis sostiene que “los filósofos sólo se han dedicado a interpretar el mundo, de lo que se trata es de transformarlo”, con lo que reitera una de las notas características del proyecto moderno: la dimensión práctica y funcionalista del conocimiento.
En síntesis, el estudio de la naturaleza en el pensamiento moderno es distinto del aportado por el pensamiento clásico, porque