Luz María Guadalupe Pichardo García

Bioética recobrada


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estudios en Sociología, en el capítulo 8 expone el tema de la bioética y la reproducción humana, desde una perspectiva sociológica y de la psicología analítica. El tema y problema que aborda abarca diversos ángulos de revisión y análisis, como ella misma nos dice: “La sexualidad humana es pluridimensional, su sentido parte desde el mismo origen de la vida corpórea, implica nuestro ser hombres y mujeres, pero también lo que realizamos y cómo lo hacemos. Es una identificación, una actividad, un impulso, un proceso biológico y emocional, una perspectiva y una expresión de nosotros mismos”.

      Este tema es motivo de estudio con seriedad y rigor para la autora, por lo que desarrolla tópicos diversos interrelacionados con el problema, como, por ejemplo, las dimensiones de la sexualidad humana y la sexualidad en diferentes etapas de la vida, por lo que retoma aportaciones de la psicología, la neuropsicología y el enfoque psicoanalítico para explicar este complejo y extenso tema. Parte de la premisa básica de que los seres humanos somos seres sexuados, pero cuya sexualidad debemos atender de manera equilibrada y madura. Eso no implica que no haya etapas críticas, como la pubertad o la adolescencia, o incluso en la adultez, que se deben superar, “desarrollando capacidades y fortaleciendo virtudes” a lo largo de la vida. En este tenor, el fundamento último de esta participación no es solamente psicológico-analítico, sino que cuenta con bases antropológicas firmes en concordancia con lo planteado en los capítulos 2 y 3 del libro. De este modo se entrelazan el respeto hacia sí mismo y a los otros, en donde la confianza y seguridad, el amor de los padres, la regulación de la razón y la formación de hábitos positivos desempeñan un papel esencial.

      Médica cirujana por la unam, doctora en Ciencias con especialidad en Bioética, también por la misma universidad, María de la Luz Casas Martínez escribe un capítulo dedicado al tema de los trasplantes, que constituye una de sus líneas principales de investigación. Prestigiosa bioeticista en México, fue consejera de la Comisión Nacional de Bioética, cuenta con numerosas publicaciones, entre las cuales está su libro, libros y capítulos de libros. El enfoque desde el cual esta autora trató este relevante tópico fue el de la propiedad del cuerpo humano, presentando las posturas antagónicas de Rawls —el cuerpo pertenece a la persona— y Kant —el cuerpo no es propiedad de nadie—. Con las consiguientes consecuencias: la primera, utilitarista, permite la compra-venta de órganos y por otro; la segunda, en la cual la donación es voluntaria y libre, nunca sujeta a un precio. Para Casas Martínez “el logro de éxito en el trasplante es que se cuente con una organización impecable, porque el tiempo es corto para que el órgano siga siendo funcional. Se debe contar con toda clase de apoyo logístico para transportar adecuadamente un órgano aun en condiciones inestables de clima o largas distancias, pues de lo contrario, aunque se cuente con el órgano, no podrá ser trasplantado en tiempo y forma adecuadas, y todo ello en países limitados es un verdadero reto”.

      Hace hincapié en el valor de la gratuidad para la donación, la empatía y el altruismo; señala: “Nadie puede obligar a otra persona a donar un órgano, y tampoco puede coaccionarle moralmente”. Según este supuesto, que parte del naturalismo griego y el derecho romano, nuestro cuerpo es un bien de la naturaleza, y cita a Santo Tomás: “Poner en peligro la propia vida por el beneficio de otro no puede ser considerada una obligación, sino un acto de amor o caridad”. Así es en nuestro país la donación de órganos.

      Isabel Mendoza López, licenciada en Enfermería y Obstetricia por la Universidad Panamericana y maestra en Bioética por la misma universidad, junto con Luz María Pichardo expone su experiencia práctica y sus conocimientos teóricos, en el capítulo 15, dedicado a los cuidados paliativos, en donde plasma su cercanía con las personas vulnerables, tanto pacientes como sus familiares. El tercer fin de la medicina es paliar cuando no se puede curar, nos dicen las autoras. También que su objetivo es mantener la mejor calidad de vida posible para el paciente y para su familia, cubriendo sus necesidades físicas, psíquicas, sociales y espirituales.

      Las autoras señalan que no cualquier médico o enfermero conoce de cuidados paliativos. La materia es una especialización que permite conocer las fases del duelo, el control del dolor, las etapas que atraviesan familiares y enfermo, el monitoreo clínico periódico, la cercanía y el acompañamiento al paciente, resolver sus necesidades básicas, arreglar sus asuntos, siempre con empatía y una actitud cercana, la asistencia psicológica o psiquiátrica, cuando es necesario, y por último, las posibles reacciones del enfermo durante la agonía. El especialista en la materia no termina su trabajo con la muerte del paciente. Ha de seguir el duelo de los familiares. Todo lo anterior, nos dicen las autoras, no se improvisa. En conclusión, aclaran que cuando el médico tratante detecta que el enfermo no responde a los tratamientos curativos es su deber informarle, “con calidez humana, que debe pasar a un tratamiento paliativo”. Si el enfermo no tiene que estar hospitalizado, lo mejor es que se quede en casa, “acompañado por el cuidador principal y apoyado por un equipo interdisciplinario de salud que establecerá estrategias destinadas a aliviar el dolor y diferentes síntomas del paciente”.

      José Antonio Sánchez Barroso es doctor en Derecho por la Universidad Panamericana. Fue director del Instituto Panamericano de Jurisprudencia de la UP, en el que impulsó la investigación interdisciplinaria. Actualmente es director del doctorado en Derecho Constitucional en la misma universidad. Una de sus principales líneas de investigación son las decisiones de fin de vida. En el capítulo a su cargo nos presenta que en el momento de tomar decisiones sobre tratamientos al final de la vida, no basta la autonomía, decir, yo no lo quiero o sí lo quiero, sino que “se deben considerar las razones médicas, éticas y jurídicas al respecto”, en especial las razones de justicia. Sánchez Barroso nos indica que “la vida es el bien más importante que tenemos, pero no es un valor absoluto que deba mantenerse a costa de todo”, porque —lo sabemos— se puede caer en el encarnizamiento terapéutico, que nunca es recomendable por la agresión que representa para el enfermo.

      Asimismo, afirma que, aunado a la autonomía, “la obstinación terapéutica en la práctica médica fue el segundo elemento que detonó el origen de la voluntad anticipada […]. No es digno ni prudente seguir agrediendo al enfermo cuando sus posibilidades de vida son nulas o casi nulas”. Aquí, la opción correcta es “la planificación estratégica del tratamiento”, que es el proceso por el cual “el médico junto con el paciente y, en la medida de lo posible, su familia, con base en el diagnóstico y pronóstico de una enfermedad conocida y padecida, deliberan y toman decisiones conjuntas sobre el tipo y nivel de atención y tratamiento disponibles en función del avance de la ciencia médica, de los valores morales de los implicados y del orden jurídico vigente”.

      La licenciada en Enfermería por la Universidad Panamericana, especialista en educación perinatal y fertilidad por el método de ovulación Billigs (MOB) y Creighton Model Fertility Care System (CrRMS), Martha Correa Lebrija, junto con la doctora Pichardo participa en el capítulo acerca del no nacido y la bioética, donde ambas académicas tratan los temas controvertidos de los anticonceptivos y el aborto, así como el otro lado de la polémica como son los cursos naturales de fertilidad,