en la comprensión del ser humano y el entorno natural que le rodea.
Esa inquietud la expresa nuevamente en 1971: “Hay dos culturas —ciencia y humanidades— que parecen incapaces de hablarse una a la otra, y si ésta es parte de la razón de que el futuro sea incierto, entonces posiblemente podríamos tender un ‘puente hacia el futuro’ construyendo la disciplina de la bioética. Los valores éticos no pueden ser separados de los hechos biológicos”.7
Para Potter la ética es de orden sapiencial, y como rama de la filosofía práctica implica acciones en concordancia con los estándares morales (ethics implies action according to moral standards), que conducen a la búsqueda del bien social y cultivo de la sabiduría y que —en el pensamiento aristotélico— se dice de la búsqueda de la “vida buena”. Por eso es una exigencia moral y científica que ética y biología no permanezcan aisladas, sino fusionadas en la nueva disciplina, la bioética.
La biología como ciencia de la vida es más que botánica y zoología reconoce Potter, porque incluye en su ámbito de influencia a la genética vinculada a la herencia y a la fisiología, así como diversos aspectos relacionados con cuestiones ambientales, es decir, con la naturaleza física.8 Es por ello que para Potter “la biología es la base sobre la que construimos la ecología”, con lo que manifiesta un interés hacia cuestiones vinculadas con el ambiente, en boga en la década de los sesenta del siglo pasado y de relevancia en nuestros días.
En su novedoso planteamiento —en búsqueda del estatuto epistemológico de esta nueva disciplina— indica que los valores éticos no pueden estar separados de los hechos biológicos, sino que deberían encontrarse sólidamente arraigados en quienes se dedican a tareas científicas y humanitarias, así como político-sociales, por ejemplo, la medicina, la enfermería y el cuidado de la salud, la biología, la bioquímica, la política y ecología globales, entre otras, ya que tenemos una gran necesidad —decía— de “una ética de la tierra, una ética de la vida silvestre, una ética de la naturaleza, una ética geriátrica…”, porque existen multitud de problemas en el mundo físico, de la salud, de la vida, de la naturaleza que parecerían ajenas a la sabiduría ética. Para Potter no debería acontecer así, porque todos estos problemas requerían de acciones urgentes impregnadas de valores éticos,9 y a este nuevo saber le denominó “bioética”.
Imagen 1.1. Esquema de este nuevo saber que tiende puentes.
En su propuesta no sólo difundió el término, sino que fundó una prometedora disciplina cuya pretensión era integrar conocimientos cuya historia y desarrollo parecían discurrir por carriles separados y sin posibilidad alguna de comunicación, como es el caso de las dos ciencias mencionadas. ¿Qué habría que hacer entonces? Proponer una solución al problema que impedía el enfoque humanístico de la biología y relegaba la sabiduría proveniente de la ética al campo de la práctica médica privada y a la libre decisión de los investigadores, sin mayor efecto ni regulación en la comunidad científica, ni en el mundo político-social, como había quedado demostrado en los contraejemplos de los diversos experimentos biomédicos y abusos cometidos contra seres humanos en la Segunda Guerra Mundial y en otros sucesos “no gratos” de la historia reciente.
El siglo xx —como sabemos— no es ajeno a la mala aplicación de la medicina y experimentos científicos detestables. Recordemos lo que aconteció con muchos prisioneros en el tristemente célebre campo de concentración de Auschwitz, en Polonia, donde murieron millones de judíos, polacos, rusos y prisioneros de distintos países opositores al régimen o quienes no cubrían el estado de salud óptimo, rasgos específicos de raza, entre otros impuestos por los nazis, y fueron sometidos a experimentos sin precedente; o en Dachau, Alemania, donde para medir la resistencia de los prisioneros al frío se les sumergía en el agua helada cuantas veces fuera necesario hasta que morían congelados o las malas prácticas médicas en torno a la inoculación de hepatitis a enfermos mentales de la Escuela de Willowbrook, en Estados Unidos de América entre 1960 y 1970, o el caso Tuskegee, dado a conocer en 1972, en donde 400 hombres de raza negra, sanos, fueron inoculados de sífilis para estudiar la enfermedad y no se les dio el tratamiento prescrito cuando estuvo disponible la penicilina, con el pretexto de observar el “desarrollo normal de la enfermedad”.10
En todos estos casos se percibe claramente la inmoralidad de esas acciones y un paradigma cientificista de orden instrumental de la naturaleza11 en donde los seres humanos sólo eran conejillos de Indias al servicio de intereses utilitarios y pragmáticos inconfesables “en nombre del avance científico” o “del afán de superioridad y poder”, que proyecta un desprecio completo a la dignidad de las personas.
Potter, desde sus investigaciones bioquímicas, se percató de esa tragedia y del abismo existente entre la práctica biológica o médica vinculada a la tecnocracia y a las amenazas de un “avance científico” con olvido del ser humano, y una ética aislada y recluida en el nicho de la vida privada sin impacto político-social por considerársele un saber propio de la interioridad humana y de la vida privada.
Lo plausible, lo visible, lo vinculado a los hechos científicos era la biología; la ética, tratando de regular la conducta humana, ¿a quién podría importarle? ¿Acaso podría ser la disciplina que obstruyera el avance científico, donde el ser humano e incluso las riquezas de la naturaleza física se convirtieran en material de experimentos sin límite alguno? Hablo aquí de la explotación irracional de los recursos naturales por intereses de tipo político, económico o geopolítico.
Mérito de Potter es, por consiguiente, enfocar su esfuerzo científico y temple ético a un terreno problemático que estaba olvidado desde muchos años atrás, para mostrarlo de manera pública a la comunidad científica y política para hacer ver la exigencia de que tanto la ética como la biología, con sus respectivos valores, son ciencias elaboradas por el ser humano, cuyo objeto de estudio pueden ser las personas: en el primer caso como sujeto moral; en el segundo, como ser vivo. Pero no únicamente eso, sino que, en su interrelación con otros seres humanos, animales, y el ambiente físico global, surgen multitud de problemas de distinto signo: ético-clínico, político, económico y social, así como ecológico y ambiental, que en la mayoría de los casos no es posible resolver con sólo la ciencia biológica o la sola ética, sino que exigían la interdisciplinariedad, y de manera urgente, “tender puentes” entre las mismas.
Esta aspiración a la inclusión comprehensiva y explicativa de la realidad humana desde la bioética en su vinculación con otras formas de vida y el entorno natural fue planteada extensamente por Potter en su obra de 1988, Global Bioethics,12 donde reitera su interés en la interdisciplinariedad que vincule a diversas disciplinas científicas y humanístico-sociales en orden al buen desarrollo y progreso de la humanidad.
Esto significa que es conveniente aplicar la sabiduría ética no sólo a la biología, sino a quehaceres de tipo práctico con impacto social —entre otros—, como la educación, la política, los negocios, la empresa, el cuidado del ambiente, el uso de la tecnología en diversos ámbitos, y claramente en las ciencias de la salud y de quienes prestan sus servicios en esos ámbitos, sean médicos, investigadores o profesionales de enfermería, en el terreno clínico y de la investigación, así como en los responsables de elaborar políticas públicas a nivel nacional o de influjo internacional (por ejemplo, la unesco, la Asociación Médica Mundial), a fin de custodiar y salvaguardar la dignidad de las personas en cualquiera de esos campos.
2. Hacia una nueva comprensión de lo que somos
La preocupación de Potter, sin embargo, no era aislada. ¿Acaso no aparecía en este planteamiento el viejo problema expresado por Wilhelm Dilthey (1833-1911) una centuria antes, de la separación entre ciencias de la naturaleza y ciencias del espíritu, donde incluía a las ciencias de la vida? Esto, debido a que el filósofo alemán observó que las ciencias naturales y sus métodos resultaban inaplicables a los saberes del espíritu, por ejemplo, la historia, el derecho, la filosofía, el arte.
Para Dilthey, esa dicotomía metodológica exigía una nueva comprensión (neues Verständis)