Rubén Dri

Ethos, ética y sociedad


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target="_blank" rel="nofollow" href="#ulink_45249e8f-ea2f-5515-a34f-aff094791e0b">14. Con esto tocamos un tema profundamente conflictivo, que lamentablemente, dado el carácter de nuestro estudio, aquí no podemos desarrollar. En esta nota solo queremos dar algunas indicaciones que juzgamos indispensables para evitar en lo posible los malentendidos.

      Marx desarrolló su concepción en el seno del idealismo alemán y en contra de él. En efecto, por una parte perteneció a la izquierda hegeliana. De Hegel recibe el instrumento fundamental de todo su pensamiento, la dialéctica, que él por supuesto transforma, haciéndola descender del cielo del Espíritu a la tierra de los hombres. No le faltaba razón a Lenin cuando afirmó que sin el estudio de la lógica de Hegel no se puede entender El capital, pues este es la aplicación de la dialéctica a la sociedad capitalista. Pero por otra parte Marx, quien tiene como mira fundamental la transformación de la sociedad a fin de que el hombre se pueda realizarse plenamente, reacciona en forma violenta en contra del idealismo que pretendía dicha transformación con la sola intervención de las ideas. La mayoría de sus primeros escritos son polémicos, algunos con una violencia inusitada, como La sagrada familia y La miseria de la filosofía.

      Por ello, cuando asume la denominación “materialismo” para su concepción, le asigna un contenido que está condicionado por la génesis de su pensamiento que acabamos de señalar. Se opone directamente al idealismo. Quiere significar que el hombre no es una idea o una “entelequia”, sino que “el hombre” es “el mundo del hombre: Estado, sociedad”.

      O sea, bajar la filosofía del cielo a la tierra, hacerle morder la realidad de los hombres, para que cese de proporcionar evasiones y devenga un instrumento de transformación de la realidad. No más pura contemplación de esta, sino su transformación. El pensamiento es el momento iluminador del acto de transformación. Nada parecido a una “metafísica materialista” que postule la eternidad de la materia. Esta será obra de Friedrich Engels, aceptada por Lenin y expuesta luego en forma de catecismo en los manuales de la Unión Soviética.

      Cuando nosotros hablamos de “materialismo dialéctico”, lo tomamos en el sentido señalado, el que tuvo para Marx. Lamentablemente los desarrollos de Engels vinieron a enturbiar una concepción como la de Marx que pensamos es la matriz para pensar y transformar la realidad sin mutilarla.

      15. Históricamente se han dado dos maneras distintas de enfocar el problema del hombre: a partir de los orígenes del cosmos, o a partir del hombre mismo. La primera posición, antes de plantearse el problema del hombre como tal, se plantea el problema del cosmos. O sea, en los orígenes de este, pues ve al hombre como un momento de su desarrollo. La podemos denominar “posición cosmológica”. Es la de los mitos del tipo “drama de la creación”, la de Hegel, Engels, Bergson y Teilhard de Chardin. El peligro inherente a esta visión es el de caer en el determinismo. En efecto, si el hombre no pasa de ser un momento del desarrollo del cosmos, está determinado por el desarrollo de este. Decimos que es un peligro, no que fatalmente se caiga en él.

      La segunda posición parte directamente del hombre, de su problemática, de su praxis. La podemos denominar “posición antropológica”. Es la del mito adámico, la de las filosofías de la existencia y la de Marx. El peligro que acecha a este enfoque es precisamente el “existencialismo”, o sea encerrarse en la consideración del hombre y sus vivencias, perdiendo de vista su conexión con el todo.

      Para quienes se sitúan en esta segunda posición, un problema como el de la dialéctica de la naturaleza no es prioritario. Si se lo enfoca, ello acontecerá en un segundo tiempo, nunca al principio, como por el contrario acontece con quienes están en la primera posición. Por eso quien trata el problema es Engels y no Marx. Es cierto que este vio que la manera como Engels lo trataba era coherente con su pensamiento. Por otra parte, no podía menos de aprobar el intento de dar cuenta de toda la realidad, incluso la cósmica, sobre la base de la visión filosófica que él había establecido.

      16. Bajo la denominación “Tercer Mundo” en este estudio comprendemos a los países de América, Asia y África que transitan el camino de su liberación. No es una realidad homogénea, como parece sugerirlo la denominación, sino sumamente heterogénea. Tiende a significar la búsqueda de una alternativa política propia, frente a los focos hegemónicos del poder mundial. Está muy lejos de significar una alternativa ideológica, una tercera posición, frente al capitalismo y al socialismo.

      17. Sobre ello volveremos en el capítulo 6, dedicado a la elaboración de criterios para distinguir los distintos ethos en la historia.

      18. Esta contradicción encuentra sus expresiones correspondientes en todas las instancias y niveles de la sociedad. Pero es menester tener en cuenta que siempre está mediatizada por otras contradicciones, que sobre todo en el nivel político e ideológico la oscurecen de tal manera que son necesarios esfuerzos sostenidos para hacerla aparecer.

      19. La lucha de clases constituye una ley en el sentido científico especificado en el punto 3 de este capítulo, para todas las sociedades basadas en la dominación de unos hombres sobre otros.

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