Rubén Dri

Ethos, ética y sociedad


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lucha de clases, o sea, la contraposición de intereses de clases, es una realidad objetiva en la que estamos insertos, tengamos de ello conciencia o no, queramos o no participar en ella. No tenemos opción de tomar parte o no en ella, sino del bando al que queremos pertenecer. La lucha de clases pertenece a nuestro ser-en-el-mundo. En consecuencia una ética como la cristiana, que pretende estar basada en el amor, no puede menos de tener en cuenta que este debe realizarse en un contexto de “lucha de clases” mientras estemos en la etapa capitalista. De lo contrario dicho principio funcionará como una pantalla que oculte la realidad y permita la dominación de unos hombres sobre otros.

      ¿Qué pasará entonces cuando las clases sean eliminadas? ¿Se paralizará la historia? De ninguna manera. El hecho de que la lucha de clases haya sido el motor de la historia hasta ahora no significa que deba serlo siempre. El principio científico o filosófico que preside la dialéctica es que la contradicción es el motor de la historia, no la contradicción de clases. Desaparecidas estas, nacerán nuevas contradicciones, sin duda alguna no tan brutales como las de la sociedad capitalista. Serán contradicciones que acontecerán en un nivel propiamente humano, sobre las cuales casi no podemos teorizar sin caer en la utopía.

      1. De hecho, Teilhard de Chardin dice que la ciencia solo puede captar al hombre como multitud, escapándosele el problema de la posible existencia de una pareja primitiva. Pero deja abierta la puerta para que por otra vía, la de la revelación, dicha pareja pueda ser detectada, en caso de haber existido.

      2. Las filosofías de la existencia tienen el propósito confesado de recuperar al hombre concreto, evaporado en las especulaciones idealistas que lo habían reducido a una pura abstracción. “Devolver a la experiencia su peso ontológico”: en esta frase de Marcel se dibuja claramente su intención. El hombre no es puro pensamiento, no es una idea, no es un “yo pienso” exclusivamente, sino un “ser encarnado”, un “ser en situación”, una “existencia”. Un “ser de carne y hueso”, dirá Miguel de Unamuno. Importantes logros serán obtenidos por este camino. La meditación filosófica abandona la estratosfera para hacerse cargo de la vida real del hombre. Realidades como el cuerpo, la hospitalidad, la angustia, la pareja, la amistad, el vértigo, la muerte pasan a ser temas de meditaciones profundas.

      Sin embargo, no se tiene en cuenta el ethos del que se parte. Las condiciones socioeconómicas, “condiciones materiales de vida”, permanecen en las sombras. Ya no se considera al hombre como “alma” o como idea, sino como “ser encarnado”, en pareja, amando o angustiándose, pero sigue siendo una abstracción, porque el contorno real no aparece en su totalidad. La “totalidad estructurada”, que luego explicaremos, no es tenida en cuenta. Por ello decimos que las filosofías de la existencia, a pesar de sus propósitos y de los pasos importantes que dan, no abandonan el terreno idealista.

      3. Decimos “algunas filosofías de la existencia” aludiendo a filósofos determinados como Gabriel Marcel, Karl Jaspers y Martin Buber. Para Sören Kierkegaard, el padre de estas filosofías, “la soledad ante Dios” es una de las características esenciales del cristiano, que viene a ser el hombre verdadero. De ahí surgirá una dirección que acentuará la nota de soledad del hombre. En esta dirección encontramos al Sartre existencialista, el de El ser y la nada y La náusea. También a Heidegger en sus consideraciones sobre la angustia, tal cual se encuentran enfocadas en Ser y tiempo.

      4. La Iglesia Católica quedó enquistada en posiciones teológicas que se enmarcan en un mundo feudal. En la teología anterior al Concilio Vaticano II se perfilaban netamente dos líneas con todas sus variantes: una tematizaba y legalizaba el ethos feudal, mientras que la otra hacía lo propio con el ethos burgués. A partir de ese concilio se realizan ingentes esfuerzos para romper definitivamente las sólidas estructuras teóricas entretejidas a partir del ethos feudal. El marxismo, por su parte, en las versiones de los distintos partidos comunistas que conocemos, ha dogmatizado un particular tipo de determinismo que tematiza y legaliza lo que podríamos llamar cierto “ethos burocrático” que tuvo su máxima expresión en el estalinismo.

      5. La influencia del filósofo, según Marcel, no debe ser directamente sobre la masa, allí donde las pasiones no dejan discernir la verdad, sino sobre los científicos y los gobernantes.

      6. Es cierto que no acepta bajo ningún concepto que se la tome como una hipótesis, pero ello acontece no porque la evolución cósmica sea una realidad probada científicamente, sino una convicción profunda, una visión que se impone por sí. Solo quien la percibe puede llamarse “moderno”.

      7. El término “infraestructura” no es de Marx, pero expresa correctamente su pensamiento. Esta acotación nos permite expresar nuestra relación con el marxismo. Estamos convencidos de que Marx ha trazado las orientaciones generales del saber correspondientes a la etapa de destrucción del capitalismo y advenimiento del socialismo. Por lo tanto, nuestro pensamiento es marxista, es decir sigue las orientaciones trazadas por Marx; pero está lejos de ser dogmático. Precisamente un pensamiento dialéctico, que quiera expresar el devenir dialéctico de la historia, es contrario por propia esencia al dogmatismo. La historia implica constantemente “lo nuevo”, lo cualitativamente distinto, aquello que Marx no pensó ni dijo porque todavía no se había creado.

      Incluso es necesario corregirlo en aspectos en que se equivocó o vio de una manera parcial o insuficiente. Esto se acentúa cuando consideramos la realidad desde una posición revolucionaria ubicada en un país de la periferia. Sobre todo en su enfoque con relación a estos países Marx ha tenido insuficiencias y aun errores. Ocultarlos solo puede servir a los intereses contrarrevolucionarios. Él ha plantado mojones orientadores para el conocimiento de la realidad, no una pantalla que impida verla.

      8. Claro está que también genera a la clase obrera, que va a ser quien cuestione activamente la dependencia. A su alrededor comienzan a formarse los “movimientos nacionales” que encarnarán el deseo de independencia.

      9. Aquí nos referimos al hombre en su etapa precapitalista. Cuando fabrica el hacha o el arado, lo hace para satisfacer su necesidad de fabricarse una casa o de comer. En el capitalismo las cosas están distorsionadas. El fin de la creación de los medios de producción ya no es el hombre con sus necesidades sino la ganancia, el tener. Incluso se crearán necesidades artificiales, inhumanas, y se producirá en abundancia aquello que daña, presentándolo como necesario.

      10. Más precisiones sobre el tema se verán en el capítulo 6, dedicado a la elaboración del criterio de los ethos.

      11. Este fenómeno es de sobra conocido en nuestras sociedades capitalistas. La propaganda no está en función de presentar productos para satisfacer de manera mejor las necesidades humanas, sino de crear nuevas necesidades en función de los productos que hay que vender para ganar más.

      12. El pensamiento de Teilhard de Chardin se muestra fecundo en este tema. La superhumanidad que describe, si la tomamos como una posibilidad cierta que empuja a los hombres a no desmayar en la trabajosa tarea de construir la historia, no puede menos de prestar un gran servicio. Distinto es si a dicha meta se la quiere implantar por decreto, sin considerar las leyes mediante la cuales se mueve la totalidad estructurada.

      13. Tiene razón Karel Kosík cuando ve