Una empresa que, en lugar de preocuparse de las ganancias, se propone solucionar los problemas económicos de la población, se funde. Por otra parte sabemos que ya no es un capitalista el que maneja el capital, sino “sociedades anónimas”, trusts, cárteles… sin rostro humano visible, sin alma que pueda conmoverse ante llamados a la conversión.
Esta categoría de la “totalidad dinámica-estructurada”, propia de las aperturas del hombre, es de la máxima importancia. Solo entendiéndola llegamos a la comprensión de fenómenos como el de la dominación capitalista y el de la revolución liberadora. Porque la sociedad tiene sus leyes de funcionamiento, es posible que un sector social se apodere de los mecanismos del poder que domina esa totalidad y la estructure de acuerdo con sus intereses. Pero por eso mismo es posible que otro sector produzca el cambio revolucionario.
Uno de los problemas característicos del pensamiento burgués, pasada su etapa de ascenso, radica en la dificultad que tiene para captar esta categoría. Por eso justamente cree poder vivir en sectores que nada tienen que ver con la realidad político-social. No es raro que el profesor de filosofía crea poder enseñar una filosofía que nada tiene que ver con el proyecto político que se impulsa en el país, o que un cristiano crea que su amor al prójimo no tenga relación con la marcha de sus negocios.
Dos extremos suelen darse en la interpretación de esta totalidad, igualmente erróneos, no por ser extremos, sino por no contemplar acertadamente sus rasgos esenciales. Uno es el que acabamos de señalar, propio de los sectores medios de una burguesía que ya ha pasado su etapa de ascenso social. Toda clase en ascenso tiene un profundo sentido de la totalidad. Por ello precisamente lucha a fin de apoderarse de los resortes que le permitan configurarla de acuerdo con sus intereses. Pero, después de un tiempo, una vez realizada la toma del poder, su capacidad sufre un agotamiento. Lo que en la subida, en el calor de la lucha, le parecía una totalidad de la que debía apoderarse para comunicarle un nuevo sentido, ahora siente que se le fracciona entre las manos.
Esta visión de la totalidad, expresada en forma más o menos lúcida por pensadores como Montesquieu y D’Alembert, es la que dio energías a la burguesía francesa para llevar a cabo las memorables jornadas de la Revolución de 1789.
Pero una vez configurada la nueva realidad, el nuevo mundo humano correspondiente a los ideales de la burguesía se dispersa en sus distintos sectores, de acuerdo con sus intereses particulares. Esto ocasiona el nacimiento de los sectores de clase media –como profesores, abogados, médicos, ingenieros–, que viven encerrados en sus respectivos ámbitos, con una ilusión de independencia que se rompe bruscamente cuando todo el orden instalado entra en crisis.
El profesor universitario que estaba tratando de explicar la “apertura al Ser” según Heidegger, o la “vida teorética” según Aristóteles, se encuentra repentinamente en una situación en la que le es imposible seguir con sus clases porque hay una intervención, e incluso comienza a temer quedarse sin trabajo. La totalidad se hace presente. No es seguro, sin embargo, que el burgués la asuma. Una huida hacia la intimidad, hacia sectores de la cultura aparentemente neutros, siempre será una tentación que tendrá que vencer.
El otro extremo está formado por lo que podemos llamar el “fetichismo de la totalidad”, constituido por quienes la consideran de manera rígida, estática, ahistórica. En este extremo existe una amplia variedad que va desde quienes sostienen un sistema totalitario de derecha al estilo del fascismo hasta quienes, hablando de la dictadura del proletariado, implantan el dominio absoluto de una burocracia. Las teorías estructuralistas y organicistas siempre están bordeando este extremo, si es que directamente no están en su interior.
Una correcta visualización de la “totalidad dinámica-estructurada” es absolutamente indispensable para formular de una manera no alienante y escapista los problemas filosóficos fundamentales que interesan al hombre, como el de la libertad y el amor. El problema de la libertad planteado fuera del contexto de la totalidad se torna un problema “metafísico” en el sentido peyorativo de la palabra, el que le daba Marx, es decir un problema abstracto, ahistórico, fuera de la realidad.
La ética, enfocada fuera de dicho contexto, constituye una evasión de la realidad, independientemente de la conciencia que de ella tenga su autor. Una ética “eudemonista” por ejemplo, si sostiene que el máximo bien del hombre y su felicidad consisten en la contemplación del Bien Supremo, se le llame a este Ser o Dios, constituye una invitación a abandonar el mundo inferior y corrompido de la totalidad, para emerger solo o en compañía de pocos en la pura atmósfera de lo incorruptible. De esta manera, al proponer una solución evasiva, forma una pantalla que no permite ver la verdadera situación.
Esto se agrava en países dependientes como el nuestro, en el que estas posturas intelectuales evasivas copian posiciones adoptadas en situaciones reales totalmente diferentes. Cuando Aristóteles habla de la contemplación del Ser y considera a este de dos formas distintas y Heidegger define al hombre como “pastor del Ser” ambos responden a situaciones sociales determinadas, que no son las que corresponden a sus imitadores de un país dependiente como el nuestro.
4. LA ESTRUCTURACIÓN
Marx ha analizado la estructuración de la totalidad social de una manera precisa. A él debemos recurrir. Toda sociedad puede compararse a un gran edificio en el cual es necesario distinguir la base o infraestructura,7 diríamos los cimientos, sobre los que se levanta el edificio o superestructura.
La base o infraestructura está constituida por lo que conocemos con el nombre de realidad económico-social, sobre cuya naturaleza abundan los equívocos, siendo en consecuencia imprescindible su aclaración. Comprende dos instancias: las fuerzas productivas y las relaciones de producción.
Las fuerzas productivas, como su nombre lo indica, son aquellas que producen los bienes que constituyen la riqueza de la sociedad. Se incluyen en este rubro desde los músculos del hombre, pasando por los elementos que nos brinda la naturaleza como el agua, el fuego, el aire y la tierra, hasta los instrumentos que el hombre ha ido creando a lo largo de la historia para facilitar y multiplicar la producción de bienes.
Los instrumentos como las fábricas, las usinas generadoras de electricidad, los medios de transporte colectivos, los campos, etc., más la materia que se emplea para el trabajo, como el carbón, el petróleo, la madera, etc., constituyen los medios de producción. Son los medios con los cuales las fuerzas productivas producen los bienes que constituyen la riqueza de la sociedad. Es fácil ver la importancia que revisten en toda comunidad, pues de ellos depende su vida. Una sociedad sin medios de producción o con medios de producción insuficientes, en la actual etapa de las superpotencias mundiales, está condenada a la dependencia.
Hay medios de producción que aseguran a quienes los detentan un poder casi absoluto sobre los demás. Tales son los medios de producción estratégicos conocidos en general bajo la denominación “industria pesada”. Dependientes de ellos están los que pertenecen a la “industria liviana” y, debajo de todos, la “materia prima”, constituida por los elementos como cereales, carne, hierro y petróleo con los que se fabrican los artículos que constituyen los dos estratos citados de la industria.
Las burguesías instaladas en los centros de poder acaparan el monopolio de los medios de producción estratégicos, con lo cual tienen asegurada su dominación como clase. De acuerdo con el desarrollo del propio capitalismo, se permitirá y facilitará o impondrá en los países dependientes el uso de determinados medios de producción. Así en la etapa del capitalismo industrial, cuando los centros de poder situados en Inglaterra, Holanda y Francia necesitaban materia prima barata, de la que ellos carecían, los países dependientes fueron forzados a producirla. De esa manera nació el fenómeno del monocultivo. Desde los centros de poder se determinaba qué región del universo los abastecería de café, algodón o caña de azúcar.
Es el momento en que nosotros nos transformamos en el “granero del mundo”; nuestra pampa húmeda había sido destinada a producir “carne y cereales”. La oligarquía nativa era un apéndice de los centros de poder. Dentro de nuestro territorio, a Tucumán se le asignó la caña de azúcar y al