Rubén Dri

Ethos, ética y sociedad


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del mundo, los tucumanos de tener la caña de azúcar y los chaqueños de hacer brotar en sus tierras el “oro blanco”.

      En la primera etapa, la burguesía industrial de los centros de poder había acumulado una gran cantidad de capitales que necesitaba invertir, y en condiciones de óptimos rendimientos. Un capitalista nunca invierte para perder o por fines humanitarios. Siempre lo hace para ganar, y para ganar bien. Es el momento de invertir en los países dependientes, donde la mano de obra es más barata por cuanto la clase obrera no está organizada o lo está en forma deficiente. Se invierte entonces en trabajos de infraestructura como caminos y puentes, y en la industria liviana.

      Nos encontramos así con las relaciones de producción o clases sociales, que no son otra cosa que la ubicación de los hombres en sectores, de acuerdo con el lugar que ocupan en el circuito de la producción. Este no es un descubrimiento ni una invención de Marx. Como él mismo lo afirma, antes que él ya diversos autores burgueses habían hablado no solo de las clases sociales, sino también de la lucha de clases. La división de la sociedad en clases sociales es un hecho tan evidente que basta una simple observación desprejuiciada para constatarla. Otra cosa distinta es descubrir su mecanismo interno, su naturaleza, las finalidades de cada clase, para lo cual se requiere un análisis científico, que es lo que ha hecho Marx.

      Pero en este hacerse, el hombre puede ser sometido a distorsiones brutales entrevistas por numerosos pensadores, novelistas, pintores y realizadores cinematográficos. El hombre reducido al solo sentido del tener está en el centro de numerosos análisis de los pensadores de la existencia. Les falta señalar que son los detentores de los medios de producción quienes provocan dicha distorsión.

      Sobre esta base se levanta el edificio o superestructura, formada a su vez por dos instancias, la jurídico-política y la ideológica, que ocupa la cúspide, o sea la parte más alejada de la base.

      La instancia jurídico-política comprende la Constitución y el conjunto de leyes que rigen la sociedad, y el aparato del Estado, con todos sus elementos y medios de defensa (Parlamento, policía, ejército, etcétera).

      Los sectores sociales que en un momento determinado acceden al poder –lo que implica, como hemos visto, que son dueños de los medios de producción– estructuran esa totalidad dinámica que es la sociedad, de acuerdo con sus intereses. Dicha estructuración cristaliza, por una parte, en la Constitución y el cuerpo de leyes que el proceso va requiriendo, y, por otra, en la organización del aparato estatal, cuyo control se aseguran.

      Citemos un ejemplo que los argentinos podemos conocer con solo abrir los ojos a ciertas páginas de nuestra historia. En 1853 (batalla de Caseros), o más precisamente en 1862 (batalla de Pavón), la burguesía portuaria, intermediaria del imperialismo inglés, y la oligarquía terrateniente asumen el poder y estructuran el Estado de acuerdo con sus intereses. A salvaguardarlos responden la Constitución, las leyes, la policía; en suma, toda la configuración del Estado liberal, del cual pasaría luego a hablarse como si respondiese a nuestra manera de ser, es decir a nuestro ethos, el cual, por otra parte, es considerado de una manera estática, y muchas veces no se sabe qué significa.

      La instancia ideológica comprende todo lo que designamos con el nombre de cultura en su más amplia acepción. Por lo tanto abarca el arte, las ciencias, el cine, la prensa, las costumbres, la propaganda, los mitos, el folclore, la religión, etc. Debemos detenernos en esta instancia pues constituye el espacio en el que están situados el ethos y la ética, y porque es la menos conocida en cuanto a la ubicación y función que cumple en la totalidad estructurada. O se la suele considerar fuera de la totalidad, como si tuviese vida propia o incluso rigiese a la totalidad, o se la hace depender de esta, restándole importancia. Por ello le dedicamos un capítulo aparte.

      Para que se tenga una idea clara, presentamos el siguiente diagrama de la estructuración social:

      5. PRIORIDAD DE LA PRAXIS

      Hemos caracterizado al hombre como apertura hacia el mundo, hacia los otros, hacia sí mismo y hacia la trascendencia. Pero ¿cómo se da esa apertura? ¿Consiste en la intelección, mediante la cual el hombre es capaz de formar el concepto de cuanto existe, de tal manera que, como decía Aristóteles, “es en cierta manera todas las cosas”? ¿O es más bien cierta captación irracional a la que se inclinan por lo menos algunos pensadores de las filosofías de la existencia? ¿O cierta “coincidencia simpática” al estilo de la intuición metafísica sostenida por Henri Bergson?

      Se plantea el menudo problema de saber qué relación guardan entre sí –si guardan alguna–, la teoría y la práctica, el pensar y el actuar. ¿Se da primero la teoría o la práctica? ¿Es esta última un tipo de actividad humana inferior a la teoría? ¿Existe alguna apertura o relación que afecte al hombre más fundamentalmente, como un abismo o una fuente de la que brotarían tanto la teoría como la práctica?

      Con respecto a esto es necesario comprender y retener con firmeza una de las profundas verdades formuladas por Marx: primero es la praxis. Pero debemos hacer claridad sobre este concepto. De una manera etimológicamente correcta lo expresamos como práctica, pero esta no debe entenderse como opuesta a la teoría. Práctica o actividad y teoría son dos momentos, dos polos que se atraen y se repelen mutuamente en el seno de la praxis.

      La praxis es el movimiento mediante el cual el hombre se abre al mundo, a los otros, a sí mismo y a la trascendencia. Es el acontecimiento fundamental del hombre; su “obra propia”, como la llamaría Aristóteles. Ello significa que solamente el hombre es sujeto de la praxis. Ello es así porque la actividad que significa la praxis implica la teoría.