en la historia de la filosofía, y no nos queda más que lanzarnos a la búsqueda de un criterio que sea válido, para lo cual nos será necesario establecer ciertas premisas.
1. No faltará quien nos diga que nuestro ethos no es ni capitalista ni socialista, sino justicialista, es decir el de una tercera posición, equidistante de los dos anteriores. Pues bien, adelantamos desde ya que dicha alternativa es falsa en el nivel de la ideología y, en consecuencia, del ethos. Entre socialismo y capitalismo como modos de producción y organización del “todo estructurado” que es la sociedad, no hay alternativas intermedias, si bien hay pasos, gradaciones que nos lleven de uno a otro. En el nivel político, en cambio, sí es posible no solo una tercera alternativa, sino varias. Considero necesario separar la definición estrictamente filosófica de ethos del análisis histórico posterior, deslindar conceptos puramente teóricos de la parte histórica.
2. Debe explicitarse que se hace referencia a la Argentina, en su ethos y en ejemplos históricos.
CAPÍTULO 3
Premisas para establecer el criterio
1. EL HOMBRE ES APERTURA
El hombre considerado individualmente es una abstracción, sin lugar a dudas válida e incluso necesaria para determinados fines, pero no deja de ser una abstracción, una “robinsonada”, como acertadamente la denomina Marx. Ello quiere decir que en la realidad no existe el hombre solo. Siempre está en un conjunto, en una familia, en una tribu, en una nación. Desde un principio es “multitud”, según señala Pierre Teilhard de Chardin.1
Como lo han establecido de una manera fehaciente y definitiva algunas filosofías de la existencia, si bien desde posiciones que no abandonan el terreno del idealismo –a pesar de su actitud antiidealista–,2 el hombre es existencia, es decir, apertura. Como lo dice con acierto Martin Heidegger, “su esencia es su existencia”, lo cual significa que el estado de apertura constituye al hombre.
“Existencia” aquí no significa “el acto de existir” como opuesto a la esencia o pura posibilidad, sino “estado de apertura”, “estar abierto a…”. No puede pensarse en el hombre como en una sustancia completa en sí misma, que además está abierta a la comunicación con los otros o con la naturaleza, pues la apertura le es esencialmente constitutiva. Un hombre que de alguna manera no está abierto a otro no es un hombre.
En realidad no se trata de una verdad descubierta a partir de cero por las filosofías de la existencia, pues ya estaba presente en la afirmación aristotélica, bien conocida y sostenida por Santo Tomás, de que “el hombre es un animal político”. Esta expresión en el pensamiento de Aristóteles significa que el hombre es inconcebible fuera de la polis tal cual la conocían los griegos. En ese sentido la afirmación es hija de su tiempo, y su verdad ha muerto con él, pero queda siempre la verdad más profunda que, por ser considerado el hombre como esencialmente político, es pensado como esencialmente abierto a los demás, que es lo que aquí nos interesa.
Pero las categorías con las que se manejaba el pensamiento de Aristóteles –sustancia, accidente– le impedían comprender cabalmente lo que es la apertura o comunicación humana. En efecto, para el Estagirita todo ser o es sustancia o es accidente. Es lo primero si tiene realidad en sí mismo. Su esencia consiste en estar-en-sí. Por ejemplo, un árbol, una piedra, un hombre. En cambio, si su esencia consiste en ser-en-otro, como los colores que solo pueden estar en algo que sea coloreado, el tamaño, etc., entonces es un accidente. En este universo dividido en sustancias y accidentes, no hay lugar para un ser cuya esencia consiste en estar-abierto.
La apertura para Aristóteles se reduce a un simple accidente: la relación. Sin embargo, él vio que no podía prescindir de dicha relación, lo que en último término es una imperfección, pues el ser más perfecto, Dios, es una sustancia incomunicada, que solo se piensa a sí mismo.
Al hombre le es tan esencial la apertura como a la puerta. Esta puede cerrarse, pero sin apertura no hay puerta. Lo mismo pasa con el hombre. Puede cerrarse, pero sin apertura no puede hablarse de hombre. Aun cuando hay otros seres, como los animales, que en cierta manera también tienen un estado de apertura, este es cualitativamente inferior al del hombre, lo que nos parece demasiado obvio para insistir en ello.
2. LAS DIRECCIONES DE LA APERTURA
Siempre la apertura es apertura hacia algo. Permite que algo penetre. ¿Hacia qué está abierto el hombre? Hacia el mundo, hacia los otros hombres, hacia sí mismo y hacia la trascendencia.
No deducimos estas direcciones de una construcción teórica profundamente elaborada. Surgen de una simple observación de nuestra realidad de ser-hombres. Las constatamos en cada uno de nosotros y en nuestros semejantes. Por la historia sabemos que han existido en los antepasados de todos los pueblos. Pertenecen a la estructura esencial del hombre. Es decir, el hombre no puede no estar abierto en cada una de estas direcciones. Todo lo que contribuya a cerrarlas va en contra del hombre, tiende a degradarlo, a hacerlo menos hombre.
2.1. Con el mundo
El mundo no está constituido simplemente por los entes que circundan al hombre. Los entes rodean también a los animales y, sin embargo, como señala acertadamente Max Scheler, estos no tienen mundo. El mundo no existe para ellos. Solo existe para los hombres, de tal manera que es completamente correcto afirmar que no existe mundo sin hombres, como no existe hombre sin mundo. “Hombre” y “mundo” son términos correlativos. Al aparecer uno, hace también su aparición el otro. Ello es así porque solo hay mundo donde hay significación y significación solo la hay para el hombre.
A esta aserción puede oponerse el hecho cierto de que el universo de los astros, los objetos, las plantas y los animales es anterior al hombre. De ninguna manera puede negarse que eso sea verdad, pero ello no quiere decir que haya habido mundo sin el hombre. Todo ese conjunto de entes conforman un mundo desde el momento en que hay una conciencia para la cual tienen una significación. Por ejemplo, para los perros no existen las sillas y los escritorios, pues para que ello ocurriese deberían tener significación acciones tales como sentarse y escribir. Prescindimos del problema de la existencia de seres superiores al hombre, pues lo que aquí nos interesa destacar es que el mundo solo existe cuando hay una conciencia para la cual tenga una determinada significación.
En el caso de que postulásemos la existencia de Dios como ser eterno, entonces antes de la existencia del hombre podríamos hablar de la existencia de un mundo, pero solo para Dios, siempre que este tuviese algún tipo de encarnación, pues de lo contrario sería un dios a la manera del acto puro o motor inmóvil, totalmente vuelto hacia sí mismo, sin ninguna relación con algo fuera de él, y en consecuencia sin mundo. Pero evidentemente ya nos encontramos en plena teología, fuera del ámbito en que nos hemos situado para nuestro estudio.
Luego veremos cómo el hombre no recibe pasivamente la significación que se le da a las cosas, sino que él se la confiere. Él es el agente de las significaciones, si bien no lo es de una manera arbitraria. El acto de conferir significaciones tiene su fundamento en la apropiación-creación. Los entes significan algo en la medida en que el hombre se los puede apropiar en un acto creador. Las sillas significan algo en la medida en que el hombre pueda hacerlas suyas, utilizándolas para sentarse. La necesidad de sentarse otorga una significación a un objeto que el hombre crea para satisfacer dicha necesidad.
Apropiación-creación-significación, un trío de conceptos que se coimplican. No puede darse separación. Lo que de alguna manera no se puede crear nada significa. Allí donde el hombre pierda cada vez más el poder de creación para limitarse a la manipulación de objetos ya hechos, los objetos van perdiendo su significación. Todo se torna anodino.
Es evidente que un mismo ámbito de entes configura diversos mundos, de acuerdo con las conciencias con las que se relaciona. Así por ejemplo el