una dura peregrinación por el desierto, antes de conquistar un terreno donde constituirse como Estado, las fuerzas de atracción por la historia vencieron a las de repulsión.
El pueblo hebreo es un pueblo histórico. Los profetas son los primeros intérpretes de la historia que conoce la humanidad. La Biblia no comienza con la creación del mundo sino con la liberación del pueblo hebreo de manos de los egipcios. Más tarde se agregan los capítulos referentes a la creación del mundo y a los orígenes de la humanidad, para responder a las cosmovisiones del medio ambiente, expresadas en los grandes mitos del Cercano Oriente, y dar una visión completa de toda la realidad.
Pero esta experiencia no duraría mucho. La entrada del pueblo hebreo en la órbita del Imperio Romano significaría su sometimiento al ethos ahistórico. En general los dominadores en una sociedad tienen interés, en forma consciente o inconsciente, en que nada se mueva, que todo quede como está, pues de lo contrario su posición de privilegio podría verse amenazada.
Fue menester el empuje arrollador de una nueva clase social, la burguesía, con la que se disuelve la Edad Media y comienza la Moderna, para que la humanidad tomase conciencia de que su ser es esencialmente histórico, y para que la historia recibiese una aceleración sin precedentes. El proceso culmina con la formulación dialéctica de la historia realizada por Hegel, uno de los representantes teóricos más lúcidos del papel jugado por la burguesía.
Pero una vez conseguidos sus objetivos de dominación, la burguesía a su vez pretende paralizar la historia. Es lo que expresa Hegel con su concepción del Estado como culminación del proceso histórico de toda la humanidad, y es lo que le reprocha Marx.
Pero, además del hecho de la historicidad en la que estamos sumergidos, está el problema del sujeto de ella. ¿Qué es lo que deviene? ¿Qué es lo que desde un pasado incorporado en un presente se proyecta hacia un futuro? Descartamos que radicalmente exista en el hombre considerado individualmente, pues según vimos este es una abstracción.
Tampoco creemos que sea atributo de un Espíritu que se autorrealiza a través de la historia, o de un Ser que se va manifestando, conformando de esa manera las distintas épocas históricas. Son estos conceptos metafísicos los que en última instancia reducen al hombre a ser un pasivo soporte y no un agente de la historia.
La temporalidad radica en las aperturas del hombre; el ser esencialmente histórico que, desde el pasado que lo condiciona y le abre determinadas posibilidades, mientras le cierra otras, situado en el presente, se proyecta hacia el futuro. El hombre puede constatar en sí mismo esta constitución temporal que le pertenece. En realidad no debemos decir que está sumergido en el tiempo, sino que es temporal por todos sus poros. La temporalidad es uno de esos “existenciarios” en sentido heideggeriano, es decir, una característica esencial de la “existencia” o apertura que es el hombre. La sustancia del hombre, se llame alma, mente o intelecto, no existe.
Pero, como sabemos que el hombre como individuo es una abstracción, no nos queda más que concluir que reside fontalmente en la “totalidad estructurada”, que por ello es dinámica. Si, además de esta temporalidad que conforma la historia, existe la temporalidad de una cosmogénesis, de la que nuestra historia sería una prolongación hacia una meta final, como quiere Teilhard de Chardin, es un problema que va unido a otros que más adelante tocaremos. Adelantamos que dicha teoría nos gusta, que es profundamente coherente, pero que debe ser presentada como lo que es: una hipótesis que a nuestro modo de ver es metafísica y teológica, pero nunca como una verdad científica, es decir, verificable de acuerdo con los métodos científicos.
Teilhard de Chardin, por otra parte, nunca hizo esto último. Él habla de una fenomenología. Para presentar correctamente “todo el fenómeno” lo extrapola hacia delante y hacia atrás, cosa totalmente legítima, siempre que sepamos que se trata de eso, de una extrapolación.6
En tercer lugar, esta totalidad siempre está estructurada. Esto significa que es una totalidad compleja, en la que intervienen distintas instancias, estructuras o totalidades menores. Estas no están caprichosamente dispuestas, sino que poseen su legalidad. Existen leyes que rigen la totalidad o estructura general, y leyes para cada una de las instancias.
Al hablar de leyes lo hacemos en dos niveles distintos que debemos mantener siempre en clara separación. Uno es el correspondiente a las leyes que se dan los hombres en la estructura jurídico-política cuyo sentido será convenientemente aclarado en el capítulo 5 y otro, el concepto científico de ley, que es el que ahora nos interesa.
Cuando decimos que el universo de los astros tiene sus leyes, entendemos que los fenómenos que allí se producen no ocurren al azar. Existe entre ellos una cierta constancia, de tal manera que, producidos determinados fenómenos, siempre les siguen determinados otros. En el conocimiento de estas constancias radica el avance científico. Este es el sentido en que aquí tomamos el concepto de ley.
En consecuencia, afirmamos que los acontecimientos históricos no advienen al azar o simplemente por el genio de algún determinado individuo, sino por causas que se encuentran en la totalidad estructurada, y que es posible detectar mediante el análisis científico. Dos aspectos es necesario tener en cuenta al intentar dicho análisis: la forma dialéctica, no mecánica, en que juegan dichas leyes, y la especial dificultad que ofrecen las contradicciones en la estructura política. Sobre ambos aspectos hablaremos más adelante.
Ya estamos acostumbrados a pensar en leyes cuando nos referimos a la naturaleza que nos rodea o al mundo de los astros. Sabemos que los vegetales obedecen a determinadas leyes con respecto a la luz, el agua, el sol, la tierra. Conocemos incluso los nombres científicos de muchas de ellas, como el fototropismo, el heliotropismo o el geotropismo. No solo no nos extraña que los astros estén regidos por leyes que estudia la astronomía, sino que nos causaría sorpresa e incredulidad si se nos dijera lo contrario. Ello forma parte de nuestro ethos. Precisamente una de las características del ethos burgués es la cientificidad.
Pero la cuestión se presenta de manera diferente cuando nos referimos a los conjuntos sociales. A pesar de todos los estudios sociológicos, a veces pareciera que estos conjuntos fuesen totalmente inmunes a las leyes. En consecuencia, se procede como si los hombres pudiesen comportarse y obrar en forma totalmente libre. A decir verdad, se suele pasar alternativamente a uno de estos dos extremos: creer que los hombres son completamente libres, sin condicionamientos por la totalidad estructurada, o que están totalmente determinados.
En realidad, tanto la totalidad estructurada como cada una de las instancias tiene sus leyes no establecidas en alguna legislación humana, sino generadas por las mismas estructuras, y resulta imposible obrar sin conocerlas. Por ejemplo, en una sociedad capitalista, cuando la materia prima base en determinada región –como el tanino que se extraía del quebracho en el Chaco, podía ser extraído a menor costo en otra zona, como puede ser de la mimosa de África–, los capitales salen de la primera región y se dirigen a la segunda. Esto a su vez provoca la emigración de las personas que vivían de la industria que ahora ha sido desmantelada. En oleadas abandonan sus tierras, donde quedan los “pueblos fantasma”, e invaden los suburbios de las grandes ciudades, formando las villas miseria. Esto, a su vez, provoca distintos efectos, como la desintegración de la familia con sus consecuencias de inmoralidad y crímenes, desnutrición y enfermedades en los chicos, mayor oferta de mano de obra, con la consecuente caída del salario.
Quien desconoce estas leyes, prescindiendo de quienes las conocen y actúan directamente en salvaguarda de sus intereses, puede aprobar medidas represivas contra esa gente, o pretender predicarles “moralidad” y amor al trabajo. No faltará el sacerdote que lance anatemas contra la prostitución, el ocio y la bebida. Cuando la situación se torne explosiva, la Iglesia alzará su voz para señalar la supuesta raíz de los males en la pérdida de los valores espirituales por parte de todos los sectores, y hacer un llamado a la conversión.
Como es fácil ver en el ejemplo citado, los males no derivan de una pérdida de valores por parte de todos los sectores, sino que fueron efectos de la fuga de capitales de una región a otra. Pero, por otra parte, esta fuga tampoco es debida a la maldad individual del o de los capitalistas que hicieron la operación. En un sistema