Rubén Dri

Ethos, ética y sociedad


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más perfectos, generado e impulsado por los términos opuestos. Esta oposición dialógica va generando continuos cambios cuantitativos que, al acumularse, crean las condiciones necesarias para que se produzca un salto cualitativo. Mediante este los términos anteriores son suprimidos como tales, pero conservados en una realidad superior. Por ejemplo, en una discusión que puedo mantener con un amigo sobre determinado problema, nuestros respectivos puntos de vista se contraponen hasta lograr una síntesis superadora en la cual dichos puntos de vista se han suprimido como tales, para reencontrarse en la síntesis integrando una síntesis superior. El amor entre dos personas sufre a lo largo de la vida una serie de choques que, si se da el verdadero proceso dialéctico, sirven para lograr síntesis superadoras. El amor se va transformando, adquiriendo nuevos niveles. Si no se da la síntesis, es decir si la dialéctica no se realiza, adviene la ruptura.

      En la totalidad estructurada que constituye la sociedad, cada una de las instancias conoce una dialéctica interna, que se combina con la dialéctica existente entre las distintas instancias o estructuras entre sí.

      Tomemos, en primer término, la infraestructura. Está constituida por las distintas aperturas del hombre. Las fuerzas productivas y las relaciones de producción están formadas por las relaciones que el hombre guarda con la naturaleza, con los otros, consigo mismo y con la trascendencia que, como sabemos, forman una totalidad.

      El hombre, mediante el trabajo, niega la naturaleza, la aniquila. Esta, a su vez, le opone resistencia. El resultado, es una nueva naturaleza ahora humanizada, transformada de acuerdo con ciertas necesidades humanas. Esta actividad negadora del hombre va creando nuevas significaciones, un mundo nuevo.

      Por ejemplo, el hombre se enfrenta con el árbol. Una verdadera lucha se entabla entre ambos. El sudor del hachero es signo de la resistencia que le opone el árbol. Una vez cortado, es transformado en madera mediante un nuevo proceso dialéctico semejante al anterior, y finalmente en un tercer proceso el carpintero transforma a la madera en una mesa. La madera es el árbol negado en cuanto árbol y afirmado como madera, en la que se encuentran signos de humanización, y la mesa es la madera negada en cuanto tal y afirmada como mesa, un ente ya plenamente humanizado.

      Pero, a su vez, en la mesa el hombre es naturalizado y ha desarrollado potencialidades que hasta ese momento estaban ocultas. Si el hombre permanece continuamente en la oscuridad, su vista se atrofia hasta perderla; si permanece mucho tiempo aislado, sin comunicación humana, pierde la capacidad del habla, desciende al nivel de los animales o vegetales. Es un ser plástico. La actividad lo desarrolla, la pasividad lo atrofia, la actividad unilateral lo desarrolla en forma distorsionada.

      En el proceso de trabajo el hombre conforma el mundo. En efecto, en el ejemplo citado anteriormente, el carpintero crea una nueva significación, la mesa, que es al mismo tiempo una nueva realidad de la que se apropia. ¿Qué pasa si no se puede apropiar de dicha mesa? ¿Si esta ya tiene dueño? Diremos que ese hombre prácticamente no tiene mundo. Se lo han robado, y como el mundo pertenece esencialmente a su apertura, a su existencia, es esta la que le es sustraída. Cuando el hombre es extraño al mundo que él mismo crea, es extraño a su ser, está alienado.

      En el mismo proceso de trabajo el hombre se va enfrentando al hombre, el comprador al vendedor en el mercado, el hachero al carpintero. Este enfrentamiento los obliga a ir buscando formas superiores de convivencia.

      Esta dialéctica, a su vez, se entrecruza con la dialéctica que cada uno mantiene consigo mismo. Al asumir a otro nos asumimos a nosotros mismos, y al rechazarlo nos rechazamos a nosotros mismos.

      Por otra parte, en este proceso dialéctico siempre es la trascendencia la que está presente motorizando la dialéctica. Entre lo que soy y lo que puedo ser, lo que somos y lo que podemos ser, se abre un espacio que nos invita a avanzar, un más allá que nos llama.

      Aquí nos vemos obligados a repetir lo que ya hemos dicho al hablar de la dialéctica de la naturaleza. Esto no constituye ninguna demostración de la existencia de Dios. Siempre quedará abierto el problema de si dicho espacio, ese más allá, es una “presencia” como lo postulan los cristianos, o una “ausencia” como lo exige la postura tradicional del marxismo.

      Igualmente podríamos detenernos a considerar la dialéctica que se da entre los distintos elementos que configuran la instancia jurídico-política, o entre las ideas en la instancia ideológica.

      Entre las distintas instancias, a su vez, se da una interrelación dialéctica. Esto significa que si bien la infraestructura influye en la superestructura, también esta influye en aquella. El marco de los cambios siempre está fijado por la estructura económica. Pero es un marco sumamente amplio, dentro del cual puede acontecer una gama sumamente variada de cambios, cuya razón es imposible descubrir recurriendo simplemente a la infraestructura.

      Es un principio capital del marxismo que la historia ha sido motorizada, luego del comunitarismo primitivo, hasta nuestros días, por la “lucha de clases”, que sería por lo tanto el nervio de toda la dialéctica histórica. Como, por una parte, desde un punto de vista capitalista –que se viste con el ropaje del principio cristiano del “amor al prójimo”–, se le quiere contraponer el principio de la conciliación de clases, y por otra, la eliminación de las clases en la sociedad comunista pondría punto final a la historia al ser eliminado su motor, es necesario que clarifiquemos un poco este punto.

      En la estructuración de la sociedad veíamos que las “relaciones de producción” o “clases sociales” están determinadas por las diferentes maneras como se disponen los sectores sociales con respecto a los medios de producción.

      Consideremos la situación en la sociedad capitalista, que es la que conocemos mejor por nuestra experiencia personal, pues vivimos en ella, y por los análisis de Marx. El medio de producción fundamental, sin el cual todos los demás no pueden funcionar, es la “fuerza de trabajo” del hombre, que se actualiza en el “acto de trabajo”. El trabajo es el que pone en movimiento todo el aparato productivo de una sociedad. Pues bien, en una sociedad capitalista el trabajo es realizado por un número elevado de personas, los trabajadores, en cuanto los bienes que se producen mediante él, o sea “el capital”, es retenido por unos pocos, los patrones que forman la burguesía.

      En todo nuevo sistema social, la clase que tiene el poder posee la capacidad de hacer crecer las fuerzas productivas hasta un determinado nivel, pasado el cual se ve forzada a ponerle trabas, pues atenta contra sus intereses. Así, el feudalismo constituía un estorbo para el crecimiento capitalista, y el capitalismo, a su vez, no puede sostener con el ritmo adecuado el crecimiento de las fuerzas productivas sin poner en peligro sus propios privilegios.

      Por ejemplo, para que el precio de ciertas mercaderías no descienda más allá de lo que exigen sus ganancias, procede a veces a la destrucción o al acaparamiento de ellas, aunque haya poblaciones que se mueren de hambre. Es el