Natalie Anderson

Toda la noche con el jefe


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sé –estiró una pierna, colocándola entre la puerta y ella como una barrera–. ¿De qué parte de Australia eres?

      –Soy de Nueva Zelanda –contestó ella con frialdad, tratando de no admirar la larga pierna ante sus ojos.

      –Lo siento –dijo él riéndose. Una vez más, el sonido reverberó en su interior, produciéndole un escalofrío–. ¿Podrás perdonarme alguna vez?

      –No pasa nada. No soy una de esas neocelandesas que se enfadan si las confunden con australianas –contestó Lissa antes de dar un trago a su copa. A pesar del aire frío, no lograba enfriarse. Se quedó quieta durante un minuto y luego se inclinó hacia él con una sonrisa conspiradora–. A decir verdad, yo aún no distingo la diferencia entre los acentos irlandés y escocés.

      –Qué sorprendente –dijo él inclinándose hacia ella y, por un segundo, Lissa se preguntó qué iba a hacer. ¿Qué haría ella? Su proximidad resultaba abrumadora–. ¿Y yo qué soy?

      –Em… –se quedó desconcertada. No le parecía que sonase como ninguno de los dos. De hecho le parecía bastante británico–. ¿Escocés?

      Él inclinó la cabeza y se echó hacia atrás.

      –Pues sí.

      Lissa empezaba a sentirse bastante nerviosa por el efecto que le estaba produciendo. Nerviosa por el hecho de lamentar que se hubiera apartado. Era una noche fría y oscura; y ella se sentía caliente e insegura.

      Gina volvió a aparecer y Lissa observó cómo su cara se iluminaba mientras un desconocido se acercaba a ella.

      –Oh, ése debe de ser el infame de Rory.

      Karl giró la cabeza y miró hacia la ventana.

      –¿Dónde?

      –Con Gina –Rory parecía absorbido por Gina mientras ésta hablaba, gesticulando con los brazos con su entusiasmo habitual–. Bueno, no creo que vaya a tener muchos problemas, ¿y tú?

      –¿Problemas con qué? –preguntó Karl.

      –Con Rory –contestó Lissa con impaciencia–. Debe de haberte hablado de él. Acaba de llegar de la oficina de Nueva York. Ha vuelto siendo el consultor más joven que jamás haya sido ascendido a socio. Se supone que empieza mañana, pero existía la posibilidad de que apareciese esta noche. Gina se ha puesto la camisa azul a propósito. No puedo creer que pensara que no tenía ninguna posibilidad. Pensé que apenas lo conocía. Pero obviamente él está interesado, ¿no crees? Y no me extraña; Gina es increíble.

      –Si te gustan así –contestó él seriamente.

      Lissa se giró hacia él sorprendida.

      –Es una rubia natural con ojos azules y es muy alegre. Si a algún hombre no le gusta, es que no le gustan las mujeres.

      –¡Ja! –exclamó él–. ¿Eso crees? Creo que muchos hombres preferirían a las altas y esbeltas de ojos marrones y pelo dorado como la miel.

      Antes de que pudiera impedírselo, estiró una mano y le acarició un mechón de pelo.

      Lissa se quedó mirándolo, incapaz de moverse, deseando que deslizara la mano por su pelo. Fue entonces cuando finalmente registró lo que acababa de decir y tuvo que contener una sonrisa. Trató de ignorar el tono sensual de su voz. Simplemente acababa de describirla.

      Respiró profundamente mientras él enredaba los dedos en su mechón. No se sentía cómoda. Su propósito de salir al balcón estaba siendo saboteado. Apartó la cabeza y decidió reiterar su posición.

      –Ya te he dicho que no hace falta que te molestes.

      –No es ninguna molestia.

      Estaba observándola intensamente. Lissa se cruzó de piernas y comenzó a balancear el pie en el aire.

      –No es como me lo había imaginado.

      –¿Quién? ¿Rory?

      –Sí. Pensé que sería más alto y aparente –no podía dejar de pensar en el hombre que tenía al lado. Él sí era aparente. Fue plenamente consciente de cómo su rodilla le rozaba la pierna. Debía de haberse acercado. Ella se apartó más y volvió a cruzar las piernas.

      –¿Por qué? ¿Cómo te lo describió Gina?

      –Al parecer es como un regalo divino –aliviada por la distracción, Lissa se rió y enumeró los rasgos con los dedos–. Alto, moreno, guapo, un gran cuerpo, un jefe exigente pero al que todos admiran… Suena demasiado bueno para ser cierto, ¿verdad? Ésa es la versión de Gina, claro. Pero el remate es, y cito textualmente: «Cuando te mira, es como si fueras la única persona en el mundo. Tiene unos ojos increíbles».

      Entonces miró a Karl. No podía verle los ojos con claridad. Era imposible distinguir el color en la sombra. Gina no se los había descrito; había insistido más en lo divertido que era. Lissa tenía la sensación de que sería más que divertido, y eso era peligroso.

      Siguió describiendo a Rory.

      –Al parecer es difícil de cazar. Por lo que cuentan, nunca ha tenido el más mínimo escarceo con nadie del trabajo.

      –¿Y eso hace que sea difícil de cazar?

      –Bueno, ya sabes cómo es este lugar; todos van detrás de todos –la fama de flirteo de la consultoría en la que trabajaba era legendaria. Estaba poblada por unos cuarenta y cinco especímenes, todos atléticos, artísticos, inteligentes y atractivos; la diversión después del trabajo estaba garantizada.

      –No es tan malo, ¿verdad?

      –No, probablemente no –dijo ella–. Pero lo parece. Son todos flirteos sorprendentes. Las aventuras en el trabajo nunca acaban bien. Es demasiado complicado –complicado era quedarse corta; algo que ella sabía bien gracias a Grant–. Y con Gina intentando emparejarme contigo…

      –¿Y qué dijo al respecto? –preguntó él.

      Lissa lo miró y optó por la verdad.

      –Que eras un jugador atractivo que sabe cómo hacer que una chica lo pase bien –Lissa sintió una punzada de culpabilidad al repetir la descripción de Gina tan burlonamente, aunque su amiga lo había dicho como un cumplido y, francamente, tal como iban las cosas, tenía toda la razón.

      –¿Y tú eres una chica que necesita pasárselo bien?

      –Obviamente Gina lo cree así –contestó ella con una risa sarcástica–. Pero la verdad es que no. Cuando quiera pasarlo bien, me buscaré diversión, pero gracias de todos modos. Estaba preocupada por ti porque no has salido con nadie en los últimos dos meses. Pensó que seríamos fantásticos el uno para el otro.

      –¿Tú tampoco has salido con nadie últimamente?

      Lissa había estado pensando en ella; el problema era que la única gente que conocía eran compañeros de trabajo y, después de lo de Grant, no se permitiría tal cosa. Precisamente era la razón por la que Gina quería emparejarla con Karl para una aventura de despedida antes de que ella abandonara el país. Pero Lissa estaba segura de que lo último que necesitaba era salir con un galán experimentado. Jugar con fuego siendo ella una advenediza sólo podía acabar en desastre. Cuando apareciese una persona segura, se tomaría las cosas con calma.

      Ese hombre no era seguro. Tenía la rodilla presionada contra su pierna de nuevo, podía sentir el calor. De pronto tuvo el deseo de sentarse más cerca, de sentir toda su pierna, no sólo la rodilla. Pensó que aquello sería cálido. ¿Pero a quién quería engañar? Sería caliente. Él pareció leerle el pensamiento.

      –¿Tienes frío? Llevamos aquí fuera un rato.

      Lissa negó con la cabeza y dijo:

      –Estoy bien. Pero no quiero entretenerte, si quieres volver dentro –añadió con la esperanza de librarse de él y, al mismo tiempo, deseando que se quedara. Era sorprendente, y tenía que admitir que se lo estaba pasando